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La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al inundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
1. El Evangelio de
Juan nos dice: “en el principio ya existía la Palabra, y
la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”.
Es un himno solemne que se va
elevando en círculos y va bajando, del cielo a la tierra, del principio del
mundo hasta el día a día y el final de los tiempos. Luz-tinieblas; Dios-mundo;
fe-incredulidad. Juan Bautista-nosotros. -Dios no es un ser lejano. Es un Dios
que habla, y su Palabra es entrañablemente cercana. Se ha hecho un niño y ha
nacido en Belén. Antes, durante siglos, había hablado por medio de profetas y
había enviado Ángeles como mensajeros. Pero ahora nos ha hablado de otra
manera: nos ha enviado a su Hijo.
“La Palabra en el
principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella
no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era
la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la
recibió”. Navidad es algo más que un estado de ánimo de
fiesta. En este día, en esta santa noche, se trata del Niño, del único
Niño. Del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su nacimiento. Todo lo
demás o vive de ello o bien muere y se convierte en ilusión. Navidad
quiere decir: Él ha llegado, ha hecho clara la noche. Ha hecho de la noche de
nuestra oscuridad, de nuestra ignorancia, de la noche de nuestra angustia
y desesperación una noche de Dios, una santa noche.
“La
Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al inundo vino y en el
mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les
da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de
sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”.
Eso quiere decir Navidad. El momento
en que esto sucedió, realmente y por todos los tiempos, debe seguir
siendo realidad, a través de esta fiesta, en nuestro corazón y en nuestro
espíritu. "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca
en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano"
(Angelus Silesius). “Y la Palabra se
hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria
propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
2. Isaías nos habla de un pueblo que
sufre y será liberado, pero en el fondo nos dice cómo será hermoso Jesús: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del
mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria,
que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»!
Escucha:
tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a
Sión.
Romped
a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo,
rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las
naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”.
El Salmo proclama:
“cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho
maravillas. Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo; el Señor da a
conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su
misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los
confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al
Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad.
Tocad
la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de
trompetas aclamad al Rey y Señor”. Es
la alegría por la Resurrección del Señor, el Reino de Dios, que comienza en la humildad
más grande: “No rechaza el pesebre, ni dormir sobre unas pajas; tan solo se
conforma con un poco de leche, el mismo que, en su providencia, impide que los
pájaros sientan hambre." Venidos desde los confines de la tierra, los Magos
conocieron al Niño Dios. Ellos son los primeros, de entre todas las naciones, a
quienes se les revela la misericordia divina: la primera epifanía del Unigénito
a los gentiles, que nace de una madre Virgen para salvar al mundo. El
Amor-fidelidad de Dios llena la tierra.
Se decía que el 25 de diciembre era
una fiesta mágica, del sol, y que se había hecho coincidir con la Navidad, pero
ahora –explica Ratzinger- se está descubriendo que coincide con la fiesta del
Templo que cantan este Salmo, y aunque la Navidad se celebró en un segundo
momento, pues primero se centró todo en la Pascua de resurrección, ya san
Hipólito de Roma en su comentario al libro de Daniel, escrito aproximadamente
en el año 204 habla de que Jesús nació este día del sol, que en aquel tiempo la
fiesta de la consagración del templo, instituida por Judas Macabeo en el año
164 a. C. Así, la fecha del nacimiento de Jesús significaría al mismo tiempo
que, con él, que amaneció como la luz de Dios en la noche invernal, aconteció
verdaderamente una consagración del templo: él es el nuevo Templo, y el nuevo
Sol.
Luego, san Francisco de Asís en su Misa de por la noche adornó la fiesta con el Belén, en nochebuena de 1223 en el bosque de Greccio, donde puso también el buey y el asno que conocen a su Señor: Francisco había dicho: «Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno» (la mula). En Isaías 1,3 dice: «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pueblo no entiende». Ante Dios, todos los hombres, judíos y paganos, eran como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les abrió los ojos de modo que, ahora, entienden la voz del dueño, la voz de su Señor. En las figuras medievales de la Navidad llama siempre la atención que las dos bestias tienen rostros casi humanos al encontrarse e inclinarse con reconocimiento y veneración ante el misterio del Niño.
Era lógico, pues ambos
animales fueron considerados como representantes nuestros… ¿Quién lo reconoció y quién no?¿lo
reconocemos realmente? Y seguía Ratzinger: El buey y el asno conocen, pero
«Israel no conoce, mi pueblo no entiende». “El que no lo reconoció fue Herodes,
que no entendió nada cuando le contaron acerca del niño, sino que se encegueció
aún más por sus ansias de poder y el correspondiente delirio de persecución (Mt
2,3). La que no lo reconoció fue «toda Jerusalén con él». Los que no lo
reconocieron fueron los hombres vestidos con refinamiento (Mt 11,8), la gente
fina. Los que no entendieron fueron los eruditos, los conocedores de la Biblia,
los especialistas en exégesis de la Escritura, que sabían exactamente cuál era
el versículo que correspondía, pero, a pesar de ello, no comprendieron nada (Mt
2,6).
Los que sí lo reconocieron —a
diferencia de toda esa gente de renombre- fueron «el buey y el asno»: los
pastores, los magos, María y José. ¿Es que acaso podía ser de otro modo? En el
establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí viven, justamente,
el buey y el asno.
Pero ¿y nosotros? ¿Estamos tan lejos
del establo porque somos demasiado finos y sesudos para estar en él? ¿No nos
enredamos también nosotros… al punto de quedarnos ciegos para el mismo Niño y
no captar nada de él? ¿No estamos también nosotros demasiado en «Jerusalén», en
el palacio, afincados en nosotros mismos, en nuestra arrogancia, en nuestra
manía persecutoria, como para poder escuchar por la noche la voz de los
ángeles, acudir al pesebre y adorar?
Así pues, esta noche los rostros del
buey y del asno nos miran con ojos interrogativos: mi pueblo no entiende;
¿entiendes tú la voz de tu Señor? Al colocar en el pesebre estas figuras tan
familiares deberíamos pedir a Dios que le regale a nuestro corazón la sencillez
que descubre en el niño al Señor, como en su día Francisco en Greccio. Entonces
podría sucedemos también a nosotros lo que Celano, siguiendo muy de cerca las
palabras de san Lucas sobre los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2,20),
narra acerca de los que participaron en la Nochebuena de Greccio: «todos
retornaron a sus casas colmados de alegría»”.
«Cántico nuevo es el Hijo de Dios que
fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad
le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor
un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un
hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero
redimió como Dios”. Es lo que dice Orígenes, que continúa: “¿qué es lo que hizo
de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo?
Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios
fue crucificado para elevarnos hasta el cielo»”.
3. Hebreos nos cuenta que “en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios»”.
La palabra hecha carne se convierte en voz que suplica al Padre, en boca de
nuestra naturaleza, para gritar a Dios la necesidad que el hombre tiene de
salvación Jesús, la suprema y definitiva Palabra que Dios pronuncia, su “plan”
para salvarnos, viene hoy al mundo, es nuestro hermano.
Fuente: Almudi.org