La imagen de la comunidad primitiva de Jerusalén es punto de referencia para cualquier otra experiencia cristiana”
La oración de la
Iglesia naciente fue el centro de la catequesis del Papa Francisco del último
miércoles de noviembre, transmitida una vez más en streaming desde la
Biblioteca del Palacio Apostólico, a causa de la pandemia. “La imagen de la
comunidad primitiva de Jerusalén es punto de referencia para cualquier otra
experiencia cristiana”, afirmó el pontífice, reflexionando sobre el pasaje de
los Hechos de los Apóstoles. “Una Iglesia en camino, trabajadora, pero que
encuentra en las reuniones de oración la base y el impulso para la acción
misionera”, como la descrita en las Sagrada Escrituras.
Las “coordenadas” de la Iglesia
Del relato del
Evangelista Lucas, surgen las cuatro características esenciales de la vida
eclesial, que “nos recuerdan que “la existencia de la Iglesia tiene sentido si
permanece firmemente unida a Cristo”, afirma el Papa: “La escucha de la
enseñanza de los apóstoles, la custodia de la comunión recíproca, la fracción
del pan y la oración”.
La predicación y la
catequesis testimonian las palabras y los gestos del Maestro; la búsqueda
constante de la comunión fraterna preserva de egoísmos y particularismos; la
fracción del pan realiza el sacramento de la presencia de Jesús en medio de
nosotros: Él no estará nunca ausente, Él vive y camina con nosotros. Y
finalmente la oración, que es el
espacio del diálogo con el Padre, mediante Cristo en el Espíritu Santo.
Según Francisco,
estas son las “coordenadas” que deben guiar la vida de la Iglesia, y todo lo
que en la Iglesia crece fuera de ellas no tiene fundamento:
Todo lo que en la
Iglesia que crece fuera de estas "coordenadas" carece de fundamento.
Para discernir una situación debemos preguntarnos acerca de estas cuatro
coordenadas, si en esta situación existen estas cuatro coordenadas: la
predicación, la búsqueda constante de la comunión fraterna, la caridad, la
fracción del pan -es decir, la vida eucarística- y la oración. Cualquier
situación debe ser evaluada a la luz de estas cuatro coordenadas. Lo que no
encaja en estas coordenadas carece de eclesialidad, no es eclesial. Es como una
casa construida sobre la arena. Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de
las obras. Es la
palabra de Jesús la que llena de sentido nuestros esfuerzos. Es en la humildad
que se construye el futuro del mundo. La Iglesia no es un mercado, la
Iglesia no es un grupo de empresarios que siguen adelante con esta nueva
empresa. La Iglesia es la obra del Espíritu Santo que Jesús nos envió a reunir.
Sin Espíritu Santo
no hay Iglesia
El Papa continúa hablando
espontáneamente, sin texto escrito y agrega:
A veces, siento una
gran tristeza cuando veo alguna comunidad que, aun con buena voluntad, equivoca
el camino porque piensa que está haciendo la Iglesia en las reuniones, como si
fuera un partido político. "Pero, la mayoría, la minoría, ¿qué piensa de
esto, de aquello, de lo otro... Y esto es como un Sínodo, un camino sinodal que
debemos hacer...". Me pregunto: "¿Dónde está el Espíritu Santo allí?
¿Dónde está la oración? ¿Dónde está el amor comunitario? ¿Dónde está la
Eucaristía?". Para evaluar una situación, si es eclesial o no eclesial,
preguntémonos sobre estas cuatro coordenadas. (...) Si esto falta, falta el
Espíritu y si falta el Espíritu, seremos una hermosa asociación humanitaria,
caritativa, buena, buena... incluso una fiesta eclesial, digámoslo así,
eclesial. Pero no hay Iglesia.
La oración, motor
de la Evangelización
“Las reuniones de
oración son el motor de la Evangelización, donde quien participa experimenta en
vivo la presencia de Jesús y es tocado por el Espíritu” afirma también el Santo
Padre y precisa:
Los miembros de la
primera comunidad - pero esto vale siempre, también para nosotros hoy -
perciben que la historia del encuentro con Jesús no se detuvo en el momento de
la Ascensión, sino que continúa en su vida. Contando lo que ha dicho y hecho el
Señor, rezando para entrar en comunión con Él, todo se vuelve vivo.
La obra del
Espíritu: recordar a Jesús
“La oración infunde
luz y calor” pero es “el don del Espíritu hace nacer en ellos el fervor”,
puntualiza. De hecho, como recuerda el catecismo, ésta es la obra del Espíritu:
recordar a Jesús. Pero no como un ejercicio mnemónico:
Los cristianos,
caminando por los senderos de la misión, recuerdan a Jesús haciéndolo presente
nuevamente; y de Él, de su Espíritu, reciben el “impulso” para ir, para
anunciar, para servir. En la oración el cristiano se sumerge en el
misterio de Dios, aquel misterio que ama a cada hombre, aquel Dios que desea
que el Evangelio sea predicado a todos. Dios es Dios para todos, y en Jesús
todo muro de separación es definitivamente derrumbado: como dice San Pablo, Él
es nuestra paz, «el que de los dos pueblos hizo uno» (Ef 2,14). Jesús ha hecho
la unidad.
La fuerza del
Espíritu Santo que anima todo
La vida de la
Iglesia primitiva está marcada por una “sucesión continua de celebraciones,
convocatorias, tiempos de oración comunitaria y personal”, hace notar
Francisco, “y es el Espíritu que concede fuerza a los predicadores que se ponen
en viaje, y que por amor de Jesús surcan los mares, enfrentan peligros, se
someten a humillaciones”.
Dios dona amor y
pide amor. Esta es la raíz mística de toda la vida creyente. Los primeros
cristianos en oración, pero también nosotros que venimos varios siglos después,
vivimos todos la misma experiencia. El Espíritu anima todo.
El Pontífice concluye con la invitación a “retomar el
sentido de la adoración. Adorar, adorar a Dios, adorar a Jesús, adorar al
Espíritu. El Padre, el Hijo y el Espíritu: para adorar. En silencio. La oración
de adoración es la oración que nos hace reconocer a Dios como el principio y el
fin de toda la historia. Y esta oración es el fuego vivo del Espíritu que da
fuerza al testimonio y a la misión”.
Cecilia Mutual –
Ciudad del Vaticano
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