"¡NO TENGAN MIEDO!", EL CONSUELO DE KAROL ES VÁLIDO TAMBIÉN HOY
El 22 de octubre de 1978 Juan
Pablo II comenzaba su ministerio con la inolvidable exclamación, signo de fe y
valentía. Monseñor Oder afirma que en tiempos de pandemia el eco de aquellas
palabras resuena con nueva fuerza
El mundo herido por la pandemia
ha perdido mucha de su seguridad. La tentación en estos tiempos es encontrar
salidas en orden esparcido, y por ello – desde la primera hora de Covid –
Francisco invitó a la comunidad internacional a no disgregarse, afirmando e
insistiendo en el concepto de que "no nos salvamos solos sino
juntos", consideración que vuelve en muchos otros discursos, incluso de
alto perfil.
En otra coyuntura histórica, la voz de otro Papa tuvo un destino
similar. El 22 de octubre de hace 42 años, frente a una alfombra de miles de
rostros que lo miraban fijamente en el atrio de la Plaza de San Pedro, Juan
Pablo II comenzaba su pontificado exclamando repentinamente: "¡No
tengan miedo! ¡Abran, es más, abran de par en par las puertas a Cristo!".
Un acicate – en una época de muros y sistemas opuestos – para encomendarse a un
"potestad salvadora" mayor. Ahora que el muro a derribar es el
infinitamente pequeño de un virus, el llamamiento de Karol Wojtyla resuena intacto
en su pertinencia. Así lo reitera a Vatican News el postulador de la causa de
canonización de San Juan Pablo II, Monseñor Slawomir Oder, quien dice:
R. - Por supuesto. Recuerdo una
frase que encontré en sus escritos al comienzo de su pontificado, cuando hace
un recorrido por toda su historia y concluye: "Debitor factus sum",
"Me he convertido en deudor", y esto para mí es también una clave
para interpretar lo que es entonces el fenómeno de Juan Pablo II: él paga con
su vida la deuda de amor, sobre todo con Cristo, y por eso las palabras
"¡Abran, es más, abran de par en par las puertas a Cristo" tienen un
valor programático, de modo que siguen siendo válidas incluso hoy. Porque así
como la vida de Juan Pablo II fue una deuda a pagar por el amor de Dios, hoy,
al aceptar esta invitación podemos, de alguna manera, hacer nuestra parte en el
pago de nuestra deuda con este pontífice, con la historia en la que vivimos.
“Si hoy, incluso en el contexto
del mundo afectado por la pandemia, recurrimos a Cristo, también podemos abrir
nuestros corazones y mentes, nuestras conciencias – abrir los sistemas
políticos, económicos, estatales, culturales, los vastos campos en los que el
hombre actúa – al mensaje cristiano”
Juan Pablo II mostró una
grandísima fuerza: ¿Qué testimonio nos dejó en su forma de vivir la enfermedad?
R. - Creo que para todos queda
una imagen fuerte, la que nos dejó justo al final de sus días, el último
Viernes Santo, esa toma televisiva de su participación en el último Vía Crucis
en el Coliseo: ya no físicamente presente allí entre tantos peregrinos, sino en
su capilla sosteniendo la cruz. Para él la cruz era una clave para entender el
dolor humano y una clave que abría las puertas de la esperanza.
Juan Pablo II, Karol Wojtyla,
estuvo en la historia como protagonista. No recuerdo quién dijo que todo el
mundo da su contribución, quien con una coma, quien con un capítulo. Wojtyla
vale más que un libro...
R. - No hay ninguna duda. Hemos
sido testigos de cambios de época que ciertamente han tenido raíces muy
distantes. Un elemento fue la elección de Juan Pablo II, el hombre venido de un
país lejano, de Polonia, más allá del Telón de Acero: de repente con él también
tuvimos que darnos cuenta de la existencia de Europa del Este. Pero a pesar de
que era un protagonista con su palabra, su incitación, era extremadamente
humilde. Cuando se le señaló que fue él quien derribó el comunismo, lo negó
claramente. Dijo que era la Divina Providencia, usándolo a él también. Juan
Pablo II fue un hombre que acompañó todos estos procesos con su oración
primero, pero luego con su palabra, con su enseñanza, con el testimonio de su
coraje y con gestos proféticos. Juan Pablo II nos enseñó a no resignarnos a la
mediocridad, sino a vivir la plenitud de nuestra vida de tal manera que nuestra
vida sea una verdadera obra maestra.
Orazio Coclite y Alessandro De
Carolis – Ciudad del Vaticano
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LO HUMANO Y DIVINO
Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra». Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. (Génesis, 1,26-27)