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Winston Vargas | CC BY-NC 2.0 |
Sin embargo, entre tanto, nunca
perdió su toque personal. Por ejemplo, cuando fue tiroteado
por Mehmet Ali Agca en un intento de asesinato en 1981, luego visitó al hombre
en prisión para perdonarle personalmente.
También era famoso por sus
jóvenes días de retiros con pequeños grupos o amigos o feligreses en lo
profundo de la montaña, donde tenían tiempo de sobra para estrechar
vínculos personales.
Yo
soy un mero párroco con muchísimas menos solicitudes de atención de las que él
tuvo, pero hay noches en las que estoy tan cansado que me voy a mi dormitorio,
cierro la puerta y me doy un atracón de Netflix.
Es
digno de admiración que un hombre tan grande como Juan Pablo II lograra
encontrar tiempo para reuniones personales cuando lo fácil
habría sido perderse en los ajetreados asuntos del Vaticano.
La
voluntad de encontrar tiempo para la amistad parece estar menguando en muchos
de nosotros.
Por
supuesto, los
medios sociales nos conectan a su manera, pero cualquier persona sincera sabe
que navegar por los perfiles de los medios sociales no es exactamente lo mismo
que tener una conversación cara a cara. Por eso hay tantas
personas que afirman encontrar deshumanizadora esta nuestra era tecnológica.
Hay muchos otros factores que
nos alejan e impiden conectarnos con los demás. La forma en que nos dividimos en “nosotros”
y “ellos” nos acecha con frecuencia, en especial en los medios
sociales.
O
la forma en que las largas jornadas de trabajo con los largos desplazamientos
socaban toda nuestra energía. Es fácil que pasemos muchos días sin
conexión humana real.
Sin
duda ponía
intención en acercarse, conectar y conocer a las personas. Debajo
del genio y en todos sus numerosos libros y enseñanzas, este fantástico hombre
ensalzaba una cuestión sencilla y transformadora para la vida: toda
persona merece ser amada.
En
su libro Amor y responsabilidad, escribe:
“Es equitativamente debido a la
persona el ser tratada como objeto de amor y no como objeto de placer”.
Esto
es cierto para cualquier encuentro que tengamos con una persona, ya sea un
familiar, un compañero de trabajo, un amigo, un desconocido o un enemigo.
La
forma en que Juan Pablo II vivió su propia vida es un ejemplo insistente de
esta lección. Para él, el problema con el aumento de la tecnología, con la
politización de todo o con invertir demasiado tiempo en el trabajo no es que se
cruce algún límite filosófico, sino que cosifican a las personas.
Para conocer realmente a una
persona, necesitamos detenernos y dedicar tiempo a conectar personalmente.
La
vida de san Juan Pablo II muestra que una vida feliz no consiste en adherirse a
alguna ideología o demostrarnos a nosotros mismos que tenemos razón y éxito… Una
vida feliz gira en torno a las personas. Todas
las personas importan. Todas son valiosas. Conexión y amistad son las formas de
honrar eso.
Michael Rennier
Fuente: Aleteia