¡Nuestros nuevos pececillos son
geniales! Como son completamente distintos a los que teníamos antes, los
primeros días los tuvimos que estudiar. Nos dábamos cuenta de que había dos
negros, con unos ojos enormes, que no subían nunca a comer, sino que
deambulaban por abajo sin inmutarse.
Cada vez que era hora de echarles
la comida, teníamos que meterlos en una paridera, que es como una especie de
cubículo flotante, que les mantenía más cerca de la superficie y así parece que
comenzaron a enterarse de que la comida les venía de arriba.
Nos pusimos a estudiarles, y
resulta que esta raza, aunque tienen esos ojos enormes y saltones, parece ser que
su visibilidad es mínima, apenas ven. Y entonces comprendimos por qué no se
daban cuenta como los demás de que les estábamos echando de comer.
Hasta de los animales se aprende.
Viven en absoluta gratuidad, cada día esperan recibirlo todo “caído del cielo”
y, como tienen la certeza de que caerá, tan solo se dedican a subir y a abrir
la boca.
Pero el Señor dice, “vosotros
sois más que muchos pajarillos”, que muchos pececillos, podríamos decir. Él sí
que cuida de nosotros cada día, está pendiente de nuestra vida, de nuestro
corazón, de lo que más podamos estar necesitando. Pero respeta profundamente
nuestra libertad, y deja que seamos nosotros los que lo queramos acoger.
Nuestro problema es que muchas
veces no tenemos paciencia e intentamos solucionárnoslo nosotros mismos, como
le sucedió a Sara con el hijo que Dios le había prometido a Abraham. Pero la
promesa es más fuerte que nuestros apaños: Él siempre llega.
Hoy el reto del amor es esperar
recibir eso que tanto estás necesitando de la mano del Señor. ¿Qué hay en tu
corazón? ¿Cuál es ese alimento que tanta falta te hace? Preséntaselo al Señor y
cree en Él, ¡en sus manos estás cuidado y seguro!
VIVE DE CRISTO
Fuente: Dominicas de Lerma