El secreto está en quebrantar el corazón: Él se
conmueve al verme tan herido
Sé que para perdonar tengo que haber
experimentado antes el perdón.
Tal vez me falta tener una conciencia muy clara del perdón que recibo. Hay
pecados que cometo que me parecen imperdonables.
Me parece imposible creer que Dios pueda
perdonarme del todo y olvidar. Creo que de ahí parte mi juicio. Yo mismo no me
creo el perdón de Cristo. No me creo digno. Ojalá pudiera experimentar siempre
en mi vida el perdón de Dios como una gracia inmerecida, como un don infinito e
inabarcable.
Decía el P. Kentenich: Dios
está frente a mí como el océano de la bondad, de la misericordia y el perdón.
¿No es acaso una fuente de alegría cuando el sacerdote pronuncia el ‘yo te
absuelvo’? Dios lo pronuncia. ¿No lo es acaso si la bondad de Dios toca tan
profundamente mi miseria y la eleva hacia sí? [1].
Dios es misericordioso. No lleva cuentas
del mal. Perdona siempre. Olvida siempre. Cuando me perdona mi carga se hace
más ligera. Con lo que me cuesta pedir perdón. Es curioso porque el perdón de
Dios es infinito.
No hay tiempo, no hay pecado por grande que
sea que Dios no me perdone y olvide si se lo pido con el corazón quebrantado. No hay nada que haya podido hacer en mi
vida, aunque a mí me parezca horrible, que Dios no lo perdone con su amor si se
lo suplico. Jesús ya murió por eso, ya cargó con eso, mi pecado ya está clavado
en su cruz.
Necesito tocar ese perdón como el hombre de
la parábola: El reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar
las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que
debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo
vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara
así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: – Ten
paciencia conmigo, y te lo pagaré todo. El señor tuvo lástima de aquel empleado
y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Dios perdona así. Tiene lástima y perdona
mis ofensas. Perdona mi mal. Me mira y ve la belleza escondida en mi alma. Y se
alegra al verme arrepentido ante Él.
Tal vez me
falta a veces arrepentirme de verdad, de corazón. Mirar mi vida, mi pecado, mi
pobreza y entender que Dios me abraza en mi debilidad. Se conmueve al verme tan
herido. Perdona todo lo que hago mal. También lo que creo imperdonable.
Una persona rezaba: Te
pido perdón, Jesús, por todas mis infidelidades. Tú sabes cuáles son y cuántas.
Te pido perdón por dejar de estar atento al que más sufre. Porque a veces me da
pereza cuidar su vida. Dejo de lado a los que sólo piden. No soy digno de tu
perdón.
Quiero aprender a pedir perdón realmente
arrepentido. Mirando mi corazón con humildad y abriéndolo a la misericordia de
Dios. Conmovido. Entregado.
A veces pienso que el mayor obstáculo para
percibir el amor de Dios es que yo mismo no me perdono. Creo que he actuado mal
y no acepto un perdón sin condiciones. Es el perdón más difícil. El mío.
Tengo que aceptar que soy así. Soy pecador. Me
parece imposible que Dios pueda quererme como soy. Pero es así. Aunque no sea
digno.
[1] J. Kentenich. Las
Fuentes de la Alegría
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia