Según relata en la web de la Diócesis de Cartagena, se marchó a Japón con 32 años y a sus 52 se enfrenta ilusionado ante esta nueva etapa en su ministerio sacerdotal
P. Pascual Saorín |
El P. Pascual Saorín llegó hace 20 años a
Japón en misión, pero desde el mes de julio vive de nuevo en la diócesis de
Cartagena (España), su diócesis originaria, y su nueva tierra de evangelización
será ser párroco rural en las iglesias de Nuestra Señora de los Remedios de la
localidad de Albudeite, Murcia (España) y San Juan Bautista de la Puebla de
Mula, Murcia (España), así como de capellán en el Centro Penitenciario Murcia
II de Campos del Río.
“Ha sido una vuelta muy emocionante, un
poco problemática a causa del coronavirus. Tenía previsto venir en abril, pero
tuve que retrasarlo porque estaban todos los vuelos cancelados. Estoy muy
ilusionado porque supone un reencuentro con mi familia, con mi Iglesia y
también triste porque dejo allí muchos amigos, un trabajo misionero, una misión
muy necesitada de que haya más manos colaborando y trabajando en la
evangelización. Es una mezcla de sentimientos, entre la alegría de volver a la
tierra y la tristeza de dejar otra que siento como mía, porque han sido muchos
años y parte de mi corazón es japonés”, asegura.
Según
explica desde los inicios de su vocación, el P. Pascual siempre había querido
ser misionero y por eso desde el seminario comenzó a vincularse con el
Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME) que, según explica, “es uno de
los cauces que el clero español tiene para trabajar en misión”.
Nada
más ordenarse pudo vivir una experiencia misionera en Bolivia, pero después de
dos meses descubrió que “Latinoamérica no era su lugar de misión, por lo que
quedaba África y Asia, y en ese discernimiento, se me propuso ir a Japón y fui
allí porque me lo propusieron, no porque yo quisiera ir, y no me arrepiento en
absoluto”.
Según explica el P. Pascual, “la Iglesia
japonesa es muy pequeña, minoritaria. Creo que, de alguna forma, es como será
la Iglesia europea dentro de 50 o 100 años, una Iglesia pequeñita en número,
pero de un testimonio de vida y una influencia social muy grande, de calidad y
de experiencia espiritual que nos tiene que enseñar mucho”.
“La
mitad de los cristianos en Japón son inmigrantes, ahora filipinos y
vietnamitas. Es el germen de un mundo nuevo que está naciendo, un mundo muy
plural, muy diferente. También a nivel práctico, es autosuficiente, muy pocos
cristianos mantienen su Iglesia con un esfuerzo muy grande”, asegura.
En
ese sentido subraya que los laicos en la Iglesia en Japón son determinantes y
“el sacerdote es un siervo de la comunidad, uno más, y ellos tienen muy a gala
el que la Iglesia es de ellos, el que el sacerdote va y viene y es un servidor
de la comunidad.
La economía la llevan totalmente los
laicos, el sacerdote simplemente revisa que todo funcione bien, dando unas
directrices desde el Evangelio, pero ellos son los responsables de todo. El
sacerdote se dedica a lo que tiene que dedicarse, al pastoreo y a la guía
espiritual, y deja que los cristianos lleven su parroquia a nivel práctico”.
El
sacerdote subraya que “la evangelización va ligada intrínsecamente a la
caridad, a la compasión, a la solidaridad con los más pobres. Esas formas de
pobreza tienen rostros diferentes” y mientras que, por ejemplo en África existe
“una pobreza física”, en Japón “también existe ese tipo de pobreza, pero
muchísimo menos.
La pobreza de Japón es sobre todo
espiritual, una pobreza de valores familiares, por ejemplo, es la pobreza de la
falta del sentido del perdón. El valor del perdón, que es muy cristiano, es
menos potente o menos visible en culturas asiáticas, donde la justicia tiene un
componente de venganza. De alguna forma son culturas que, a veces, viven en
nuestro Antiguo Testamento”.
También
asegura que la parroquia es un lugar tremendamente importante para la
integración de las personas inmigrantes ya que “la parroquia en Japón es un
cromo de culturas y de rostros. En el arciprestazgo donde yo he trabajado había
un sacerdote norteamericano, otro nicaragüense, uno japonés y yo, español. En
la diócesis hay sacerdotes de Bangladesh, de la India, de Sri Lanka, de Italia,
es un nuevo Pentecostés; dieciséis sacerdotes que venimos de culturas tan
diferentes, con rostros tan diferentes, es una riqueza que en la Iglesia de
Japón es muy visible y muy hermosa”.
El
sacerdote explica también que los 20 años que ha pasado en misión en Japón le
han hecho tener una visión “global más amplia” y ha conseguido pensar en un
“sentido católico, universal”, “la misión te aporta una visión de conjunto”.
“Se
me ha ensanchado el corazón, creo que me he hecho más humano, más comprensivo.
Como buen joven, yo era muy radical en aquella época y ahora creo que me he
hecho más humano, con un corazón mucho más pacificado conmigo mismo y con la
Iglesia. Ha sido una gracia enorme. Estoy muy agradecido”, destacó.
Después
de todo ese tiempo, asegura que echa mucho de menos “el sentido comunitario que
había, la fraternidad” en su parroquia en Japón.
En la Diócesis de Cartagena, comienza su
etapa como párroco rural en los pueblos de Albudeite y La Puebla de Mula y,
según afirma, está muy ilusionado “de volver a un mundo rural, que son pueblos
pequeños. Ilusionado de ahondar en mi propia tierra, con muchas ganas de hacer
cosas, de trabajar y de ponerme al servicio de la Iglesia aquí. Si puedo
aportar un poco de la experiencia acumulada en estos veinte años a nivel
misionero y a nivel pastoral, pues lo haré, sea en parroquia grande, sea en
parroquia pequeña, donde sea, porque lo importante no es donde estás sino la
actitud con la que trabajas. Creo que Dios nos espera en pequeños rincones”.
“Ahora toca trabajar en un Belén, no en
una Jerusalén grande. La transformación de la Iglesia empieza en lo pequeño en
todos los sentidos, empieza en los pesebres, en los cenáculos y en las cruces
de la vida. En ese sentido soy afortunado de poder reiniciar mi vida
sacerdotal, misionera y pastoral en España desde lo pequeño”, subrayó.
Además asegura estar muy agradecido porque
considera que “el futuro de la Iglesia” pasa por esos “espacios donde no hay
wifi, donde te encuentras con los mayores, con los agricultores de manos
curtidas y agrietadas que se extienden al recibir al Señor, con gente sencilla
y a la vez sabia, con el corazón de Murcia, que es huerta, que es árido”.
“Yo es que no entiendo mi vocación como
sacerdote si no es siendo misionero, para mí es lo mismo. Un sacerdote debe
pensar en los que no vienen, en los que no están, y tender puentes para
relacionarse con personas de otras culturas. Una Iglesia que no es misionera se
está haciendo el harakiri japonés, está erosionando sus cimientos, porque la
Iglesia o es misionera o no es Iglesia. Con esa actitud voy a donde tenga que
ir, la misión va a estar siempre presente en mi vida y el día que yo no pueda
físicamente, por edad o por enfermedad, mi oración y mi apoyo económico y
espiritual será para los que sí puedan”, subraya.
También subraya el apoyo que las
religiosas clarisas le han proporcionado desde el día en el que fue enviado a
la misión, “ellas han estado en misión conmigo, ellas me han apoyado, gracias a
ellas he resistido 20 años y a mi vuelta fui a darles las gracias. Y sé que he
estado en contemplación en su corazón, esa unión entre el corazón y las manos,
esa es la Iglesia, esa es la hermosura: que no todos tenemos que hacerlo todo”.
Fuente:
ACI