Bastan unas pocas palabras muy simples para construir un amor auténtico. ¡Y
seguro que ustedes las conocen!
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A lo largo de
sus numerosas intervenciones, el papa Francisco repite los fundamentos de
nuestra fe empleando su lenguaje siempre sencillo, directo y lleno de
sabiduría. El Papa nos dice, entre otras cosas, que el amor conyugal, familiar
y, más ampliamente, fraternal, debe estar supervisado siempre en nuestra
convivencia por ese amor que nos viene de Dios.
Para que este
amor sea duradero, de calidad y no provisional, será necesario “fundarlo (…)
en la roca del amor auténtico” y no “en la arena de los
sentimientos que van y vienen” a merced de los encuentros. Y para construir ese
amor, es indispensable decirse cada día en pareja o en familia estas tres
simples palabras:
- “Por favor”
- “Gracias”
- “Perdón”
Actitudes para reflexionar y adoptar
“Por favor”
o “Si te parece” o “¿Puedo…?” es la señal de respeto y delicadeza que
cualquier relación exige. El amor no se impone, sino que se
ofrece. Conviene que todos reflexionemos sobre esta delicadeza de actitud
entre nosotros en nuestro entorno, cada vez más agresivo y violento. Nuestro
cónyuge y nuestros hijos se verán sin duda beneficiados de esta dulce atención.
“Gracias”
es la señal de gratitud por algo que nos da el otro. Agradecer a veces puede
parecer superfluo e incluso inútil. “¿Por qué voy a dar las gracias por todas
las pequeñas cosas cotidianas que son tan normales?”, decía un joven en las
horas bajas de una relación amorosa. Sencillamente porque si nuestra
pareja no las hiciera, ¡nadie las habría hecho!
“Perdón”,
el reconocimiento de un error en acciones pequeñas o grandes, provoca en quien
lo recibe un aliento de bienestar que va más allá del deber cumplido. Es una
agradable forma de significar el amor dado e intercambiado.
Un tesoro para las relaciones conyugales
Si las dos
primeras palabras son esenciales, la tercera es indispensable para cualquier
vida plena. Y mucho más indispensable en la vida conyugal. En efecto, saber
reconocer que hemos causado daño a alguien (conscientemente o no) y pedir
“perdón” es, sin duda, una de las cumbres del amor. Un tesoro que a menudo se
explota insuficientemente en las relaciones con nuestro cónyuge.
Su ejercicio,
más allá del daño al amor propio, es un camino de profundización de la
intimidad conyugal. La humildad así generada abre profundamente el camino hacia
Aquel que da la vida.
¡No nos
privemos de estas pequeñas palabras que nos hacen crecer aumentando nuestro
amor!
Marie-Noël
Florant
Fuente:
Aleteia