En un
verano cargado de graves problemas sociales alrededor del mundo, los misioneros
han permanecido junto a su pueblo. Este es el mensaje de fondo de la última
campaña internacional de OMP: #SeguimosAquí
Los militares de Malí, en una calle de Bamako, durante
el golpe de Estado, el 18 de agosto. Foto: EFE / EPA / Moussa Kalapo
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Pueden ser de
una congregación u otra, hombre o mujer, enfrentarse al hambre, la violencia o
al coronavirus en distintos lugares del mundo. Da igual. Hay una cosa común a
todos los misioneros: «Estamos aquí» y «no nos iremos».
Pero este no es
solo el lema de la última campaña de las Obras Misionales Pontificias –lanzada
este martes junto a un vídeo para poner en valor el trabajo de los misioneros
en esta hora incierta para el mundo–, sino también una realidad en la vida de
Melibea González, que pertenece a la congregación de las Misioneras de Cristo
Jesús y que lleva 45 años viviendo en Venezuela, atendiendo a los más
necesitados.
La conversación
con Alfa y Omega –que se produce gracias a OMP–, tiene
continuos cortes en la línea y falta constante de cobertura, lo que deja
entrever el estado en el que se encuentra el país. «No funciona nada. No
tenemos luz, no hay transporte y estamos sin gasolina», alcanza a decir la
religiosa. Pero estos no son, ni de lejos, los principales problemas del país.
Melibea pone esa etiqueta a la pobreza extrema. «Los sueldos son miserables» y
«la gente pasa hambre», denuncia la monja, originaria de Oviedo.
Y se pone de
ejemplo: «Yo cobro 800.000 bolívares de jubilación y un paquete de harina
cuesta 500.000». El pollo se dispara hasta «los dos millones de bolívares». Con
este nivel de inflación, la religiosa consigue estirar su sueldo para
sobrevivir tres días, pero «una familia de seis personas lo consume todo el
primer día».
En ocasiones,
los productos alimentarios ni siquiera llegan a ser consumidos por quienes han
pagado una auténtica fortuna por ellos. El saqueo está a la orden del día.
«Este domingo no pudimos dormir nada porque cada vez se acercaba más una banda
de encapuchados armados», denuncia la misionera de Cristo Jesús. «Roban en las
casas y se llevan la comida y los pocos enseres que pueda haber. La inseguridad
es muy grande».
Aun así, «no me
he planteado irme del país. Pienso quedarme», asegura González, que en la
actualidad trabaja «en una zona muy marginal» donde se dedica a la «promoción
humana» y al «trabajo social». Su labor, como la del resto de la Iglesia en el
país, trata de «despertar un poco la conciencia del pueblo», por lo que «no es
muy bien acogida por el Gobier…». Sin alcanzar a terminar la frase, se corta la
comunicación.
Cuarto golpe de Estado
en Malí
Tras medio
siglo en Malí, la religiosa Mercedes Cuadrado, de la Congregación del Ángel de
la Guarda, es otro ejemplo de fidelidad a la misión. Lleva ya 53 años en el
país africano, donde hace tres semanas los militares perpetraron un golpe de
Estado. Concretamente, vive en Bamako, donde «tenemos un centro de salud y un
centro de formación para las mujeres», situados en la periferia de la capital.
«También colaboramos en la parroquia», asegura.
«En el centro
de salud atendemos a muchísima gente. Se realizan más de 200 consultas al día.
Está abierto 24 horas y la gente se refiere a él como “el lugar donde Jesús
cura”», explica Cuadrado. «El centro de formación, sin embargo, lo tenemos
cerrado por la COVID-19, aunque reabrimos el 28 de septiembre».
Con este nuevo
golpe de Estado, ocurrido el martes 18 de agosto, la religiosa palentina ya es
el cuarto que vive desde que se encuentra en el país. Curiosamente, todos se
han perpetrado un martes. La costumbre es quizá el motivo por el que su voz
suena serena al otro lado del teléfono. No se le pasa por la cabeza dejar Malí.
También porque «la situación está tranquila» y «nos encontramos bien. El golpe
de Estado ha sido bastante sosegado, no ha habido muertos ni grandes
altercados», asegura a este semanario.
Cuadrado no
justifica lo ocurrido, pero sí confiesa que «Malí necesita algo que cambie la
situación. Hay muchos problemas, de corrupción, de seguridad, de educación, de
salud… En definitiva, lo más importante no funciona bien».
Consulta para la
transición
José Morales,
de la Sociedad de los Misioneros de África –conocidos como padres blancos–, ha
pasado cerca de 40 años en Malí, desde 1969 hasta 2011. Allí «sobre todo me he
dedicado a la reconciliación, a crear comunión. Muchas familias y pueblos
venían a la misión a pedirnos ayuda para lograr la paz». Pero hace algunos años
«vine a operarme de una hernia y aquí me nombraron provincial de los padres
blancos en España».
Sin embargo,
«todavía estoy en permanente contacto con los misioneros. Me dicen que se
encuentran bien y que no hay ningún problema. El tráfico es normal y la gente
está acudiendo a su puesto de trabajo. La Junta Militar ha ordenado que todo el
mundo continúe trabajando», asegura Morales.
El religioso
coincide con Mercedes Cuadrado en que «ha dolido en el ámbito eclesial que el
cambio de Gobierno se produzca por un golpe de Estado», pero «lo que propone la
Junta Militar parece muy razonable», afirma el religioso. «Proponen un Gobierno
de transición muy breve para llegar a la democracia y que se pueda elegir a un
nuevo presidente del Gobierno que sea civil, no militar».
El principal
punto de fricción se encuentra en la duración de ese Gobierno de transición. La
Comunidad Económica de los Estados de África Occidental «reclama que los
militares pongan en marcha una transición corta, en menos de un año, pero la
postura inicial de los militares hablaba de tres años. Todavía no se ha llegado
a ningún acuerdo», concluye el padre José. Pero este fin de semana se han
realizado varias consultas nacionales sobre la transición política para que los
ciudadanos puedan participar de la reconstrucción del país.
José María
Cantal Rivas, religioso de la Sociedad de los Misioneros de África (padres
blancos) y oriundo de Granada, es uno de los protagonistas del vídeo
internacional de OMP. En su caso, el eslogan #Esta-mosAquí se refiere a
Argelia, donde llegó en 2002 y donde trabaja en la basílica de Nuestra Señora
de África. «Se trata de un lugar de peregrinación mariano que tiene la
particularidad de atraer principalmente a musulmanes», asegura Cantal. De los
80.000 visitantes al año que reciben, el 95 % practica el islam.
De esta
forma, su labor se centra principalmente en el diálogo interreligioso. Pero no
se trata de nada oficial. «Aquí el diálogo es cotidiano. Vas a comprar al
mercado y por mucho árabe que sepas, te preguntan de dónde eres y qué haces.
“Soy cura”. “Anda, pues mi madre estudió con las monjas”, te suelta uno. Otro
te quiere convencer de su religión y un tercero te pide que le hables de la
tuya».
José Calderero de Aldecoa
Fuente: Alfa y Omega