Rezar en familia
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| Dominio público |
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el Cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el Cielo. Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa que quieran pedir; mi Padre que está en los Cielos se lo concederá. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.» (Mateo 18, 15-20)
I. Nadie puede
sustituirnos en el trato con Dios, así lo manifiesta con frecuencia Jesús: la
salvación y la unión con Dios es asunto personal. Pero también Él ha querido
que nos apoyemos unos en otros en el caminar hacia la meta definitiva. Esta
unión tan grata al Señor se ha de poner de manifiesto especialmente entre
aquellos que tienen los mismos vínculos de espíritu o de sangre.
Esta unidad
requiere de muchas virtudes, y es tan querida por el Señor que ha prometido
concedernos más fácilmente aquello que le pidamos en común: Os aseguro que si
dos de vosotros se ponen de acuerdo aquí en la tierra sobre cualquier cosa que
quieran pedir, mi Padre que está en los Cielos se lo concederá.(Mateo, 18,
19.20).
Muy grata al
Señor es, de modo particular, la oración que la familia reza en común. Esta
oración comunica una particular fortaleza a la familia entera porque fomenta el
sentido sobrenatural y nos enseña a ver que nada es ajeno a los planes de Dios,
y que nuestra familia es más suya que nuestra. Junto al Señor amamos su santa
Voluntad, y las familias se unen más fuertemente entre sí y con Dios.
II. Si alguno no cuida de los suyos y principalmente
de su casa, ha negado la fe y es peor que un infiel (1 Tim 5, 8). Una de las
principales obligaciones de los padres respecto a los hijos, -y también de los
hermanos mayores con los pequeños- es la de enseñarles en la infancia los modos
prácticos de tratar a Dios. Con los años, estas primeras semillas siguen dando
frutos, incluso a la hora de la muerte.
La familia
cristiana ha sabido transmitir, de padres a hijos, oraciones sencillas y
breves, fácilmente comprensibles, que forman el primer germen de piedad:
jaculatorias a Jesús, a Nuestra Madre Santa María, a San José, al Ángel de la
Guarda; costumbres piadosas como la bendición de la mesa y dar gracias después
de comer, el ofrecer a la Virgen algo que cuesta…, saludar con un beso o una
mirada a las imágenes de la Virgen, acudir a su Ángel Custodio. Rezar en una
familia en la que Cristo está presente debe ser natural, porque Él vive en la
casa y se le ama sobre todas las cosas.
III. La plegaria familiar por excelencia es el Santo
Rosario. “El Santo Rosario y el Ángelus deben ser para todo cristiano y aún más
para las familias cristianas como un oasis espiritual en el curso de la jornada,
para tomar valor y confianza” (Juan Pablo II, Discurso a las familias).
La Iglesia
concede innumerables gracias e indulgencias cuando se le reza en familia.
Pongamos los medios necesarios para fomentar esta oración tan grata al Señor y
a su Madre Santísima.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org
