EL SENTIDO CRISTIANO DE LOS BIENES
II. La riqueza y los talentos personales deben estar al servicio del bien.
Cómo es la pobreza de quien vive en medio del mundo y ha de santificarse con
los quehaceres temporales.
III. enseñó el Señor en otra ocasión.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: -«Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los
cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja
que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Al oírlo, los discípulos dijeron
espantados: -«Entonces, ¿quién puede salvarse?» Jesús se les quedó mirando y
les dijo: -«Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo.» Entonces
le dijo Pedro: -«Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué
nos va a tocar? » Jesús les dijo: -«Os aseguro: cuando llegue la renovación, y
el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los
que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus
de Israel. El que por mi deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer,
hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Muchos
primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros»” (Mateo 19,23-30).
I. Quien pone su corazón en los bienes de la tierra se incapacita
para encontrar al Señor porque el hombre puede tener como fin a Dios o poner
las riquezas como meta de su vida, en sus muchas manifestaciones de deseo de
lujo, de comodidad, de poseer más. El que pone su deseo en las cosas de la
tierra como si fueran un bien absoluto comete una especie de idolatría
(Colosenses 3, 5), corrompiendo su alma como se corrompe con la impureza
(Efesios 4, 19; 5, 3), y, con frecuencia, acaba uniéndose a los “príncipes de
este mundo”, que se levantan contra Dios, contra Cristo (Salmos 2, 2).
El
cristiano ha de examinar con frecuencia si ama la sobriedad y la templanza, si
es parco en las necesidades personales, restringiendo los gastos superfluos, no
cediendo a los caprichos, vigilando la tendencia a crearse falsas necesidades,
su cuida las cosas del hogar, los instrumentos de trabajo.
II. La
pobreza del cristiano corriente, que se ha de santificar en medio de sus tareas
seculares, no consiste en una circunstancia meramente exterior: tener o no
tener bienes materiales. Se trata de algo más profundo que afecta al corazón,
al espíritu del hombre; consiste en ser humilde ante Dios, en sentirse
necesitado de Él, en ser piadoso, en tener una fe rendida que se manifiesta en
la vida y en las obras. Si se poseen estas virtudes y además abundancia de
bienes materiales, la actitud del cristiano ha de ser la del desprendimiento,
de caridad generosa.
El que
no posee bienes materiales no por ello está justificado ante Dios, si no se
esfuerza por adquirir las virtudes que constituyen la verdadera pobreza.
También en la escasez puede manifestar su generosidad, su señorío, y también
debe estar desprendido de lo poquísimo de que se dispone. Examinemos hoy la
rectitud con que usamos nuestros bienes, y si tenemos el corazón puesto en el
Señor, desasido de lo mucho o de lo poco que poseemos.
III. También debemos desarrollar sin miedos y sin falsa modestia
ni timideces, todos los talentos que el Señor nos ha dado, poner todas nuestras
energías para que la sociedad progrese y lograr que sea cada vez más humana,
que se den las condiciones necesarias para que todos lleven una vida digna,
como corresponde a hijos de Dios.
La
Virgen, que supo vivir como nadie la virtud de la pobreza, nos ayudará hoy a
formular un propósito, quizá pequeño, pero bien concreto.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org