Contar con la cruz
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Dominio público |
I.
Los Apóstoles no comprendían cuando Jesús les anunció que padecería mucho por
parte de los judíos y finalmente moriría para resucitar al día tercero. Ellos
todavía tenían una imagen temporal del Reino de Dios. Pedro, llevado por su
inmenso cariño por Jesús, quiso apartarle de la Cruz, sin comprender aún que
ésta es un gran bien para la humanidad y la suprema muestra de amor de Dios por
nosotros. La predicación de la Cruz, de la mortificación, del sacrificio, como
un bien, como medio de salvación, chocará siempre con quienes la miren, como
Pedro en esta ocasión, con ojos humanos.
Pensando
sólo con lógica humana, es difícil de entender que el dolor, el sufrimiento,
aquello que se presenta costoso, puede llegar a ser un bien. El miedo al dolor
es un impulso arraigado en nosotros y nuestra primera reacción es rehuirlo. La
fe sin embargo, nos hace ver, y experimentar, que sin sacrificio no hay amor,
no hay alegría verdadera, no se purifica el alma, no encontramos a Dios. El
camino de la santidad pasa por la Cruz, y todo apostolado se fundamenta en
ella.
II.
Hoy encontramos también a muchos que no sienten las cosas de Dios sino las de
los hombres. Tienen la mirada en lo de aquí abajo, en los bienes materiales,
sobre los que se abalanzan sin medida, como si fueran lo único real y
verdadero. La humanidad sufre una ola de materialismo que parece querer
invadirlo y penetrarlo todo.
La
ideología hedonista, según la cual el placer es el fin supremo de la vida,
impregna especialmente las costumbres y los modos de vida en naciones
económicamente más desarrolladas, pero es también “el estilo de vida de grupos
cada vez más numerosos de países más pobres” (JUAN PABLO II, Homilía). Este
materialismo radical ahoga el sentido religioso de los pueblos y de las
personas, se opone directamente a la doctrina de Cristo, quien nos invita una
vez más en el Evangelio de la Misa a tomar la Cruz como condición necesaria
para seguirle.
III.
Sólo el alma que lucha por mantenerse en Dios permanecerá en una juventud
siempre mayor, hasta que llegue el encuentro con el Señor. Todo lo demás pasa,
y deprisa. Jesús nos lo recuerda en el Evangelio de hoy: ¿De qué sirve al hombre
ganar el mundo entero si pierde su alma?, ¿O qué podrá dar el hombre a cambio
de su alma? (Mateo 16, 26). Inclusive el bien temporal, que los cristianos
tenemos obligación de procurar como la técnica y la ciencia, debe estar siempre
al servicio de la dignidad de la persona.
Sólo
con un amor recto, que la templanza custodia y garantiza, sabremos dar
verdadero sentido a la necesaria preocupación por los bienes materiales, y
enraizado este amor en la generosidad y en el sacrificio alcanzará el Cielo al
que ha sido destinado desde la eternidad.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org