Entre las cinco hijas que sobrevivieron, Teresa, la futura santa patrona de las misiones, es una fuente preciosa para comprender la santidad de sus padres: educaban a sus hijas para ser buenas cristianas y ciudadanas honradas
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Para
los padres de Celia la vida había sido dura, lo que repercutía en su manera de
ser: eran rudos, autoritarios y exigentes, si bien tenían una fe firme. Celia,
inteligente y comunicativa por naturaleza, dice en una de sus cartas que su
infancia y juventud fueron tristes "como un sudario".
A
pesar de ello, cuando su padre, viudo y enfermo, manifestó el deseo de ir a
habitar con ella, lo acogió y cuidó con devoción hasta que murió en 1868.
Afortunadamente encontró en su hermana Marie Louise un alma gemela y una
segunda madre.
Cuando
se jubiló su padre, la familia se estableció en Alençon en 1844. La señora
Guérin abrió un café y una sala de billar, pero su carácter intransigente no
favoreció el desarrollo del negocio. La familia salía adelante con dificultad,
gracias a la pensión y a los trabajos de carpintería del padre. En pocos años,
la situación financiera se hizo muy precaria y no mejoró hasta que las hijas
contribuyeron con su trabajo a cuadrar el balance familiar.
Esta
situación económica influyó en los estudios de las hijas: Celia entró en el
internado de las religiosas de la Adoración perpetua; aprendió los primeros
rudimentos del punto de Alençon, un encaje de los más famosos de la época;
luego, para perfeccionarse, se inscribió en la "Ecole dentellière".
Mientras tanto, la hermana mayor se dedicó al bordado, con su madre. No tenemos
documentación de este período, pero Celia conservaba un excelente recuerdo de
este tiempo.
Se
dedicó a la confección de dicho encaje. Deseó formar parte de las Hijas de la
Caridad de San Vicente de Paúl, pero no la admitieron. Pidió luz al Señor para
conocer su voluntad y el 8 de diciembre de 1851, después de una novena a la
Inmaculada Concepción, escuchó interiormente las palabras: "Hacer punto de
Alençon". Con la ayuda de su hermana comenzó esta empresa y ya a partir de
1853 era conocida como fabricante del punto de Alençon. En 1858 la casa para la
que trabajaba recibió una medalla de plata por la fabricación de este encaje y
Celia una mención de alabanza. Poco después, su hermana entró en el monasterio
de la Visitación y tomó el nombre de María Dositea.
Un
día, al cruzarse con un joven de noble fisonomía, semblante reservado y dignos
modales, se sintió fuertemente impresionada y oyó interiormente que ese era el
hombre elegido para ella. En poco tiempo los dos jóvenes llegaron a apreciarse
y amarse, y el entendimiento fue tan rápido que contrajeron matrimonio el 13 de
julio de 1858, tres meses después de su primer encuentro. Llevaron una vida
matrimonial ejemplar: misa diaria, oración personal y comunitaria, confesión
frecuente, participación en la vida parroquial. De su unión nacieron nueve
hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente.
Entre
las cinco hijas que sobrevivieron, Teresa, la futura santa patrona de las
misiones, es una fuente preciosa para comprender la santidad de sus padres:
educaban a sus hijas para ser buenas cristianas y ciudadanas honradas. A los 45
años, Celia recibió la noticia de que tenía un tumor en el pecho y pidió a su
cuñada que, cuando ella muriera, ayudara a su marido en la educación de los más
pequeños: vivió la enfermedad con firme esperanza cristiana hasta la muerte, en
agosto de 1877.
Fuente:
ACI