LA PASCUA DEL SEÑOR
II. La Ultima Cena de Jesús con sus discípulos. El verdadero Cordero
pascual.
III. La Santa Misa, centro de la vida interior.
“Un sábado de aquéllos,
Jesús atravesaba un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a
arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al verlo, le dijeron: -«Mira,
tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado.»
Les
replicó: -«¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron
hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes presentados, cosa que
no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los
sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el
sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es
más que el templo. Si comprendierais lo que significa "quiero misericordia
y no sacrificio", no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el
Hijo del hombre es señor del sábado»” (Mateo 12.1-8).
I. La
Pascua era la más solemne de las fiestas judías; había sido instituida por Dios
para conmemorar la salida del pueblo hebreo de Egipto y para que recordara cada
año la liberación de la esclavitud a la que había estado sometido. El Señor
estableció que todas las familias inmolaran en la víspera de esta fiesta un
cordero de un año, sin mancha ni defecto alguno. Se reuniría toda la familia
para comer esa carne asada al fuego, con panes ácimos, sin levadura, y con
hierbas amargas. Este pan sin fermentar simboliza la prisa de su salida de
Egipto, huyendo de los ejércitos del faraón; las hierbas amargas representan la
amargura de la esclavitud tantos años padecida. Lo habrían de comer con prisa,
como quien está de paso, con el traje ceñido, como el que se dispone a
emprender un largo camino.
La
fiesta comenzaba con esta cena pascual, la tarde del 14 del mes de Nisán, poco
después de la puesta del sol, y se prolongaba siete días más, en los que el pan
no tenía levadura y estaba sin fermentar; a esta semana se la llamaba de los
Azimos por este motivo. La levadura se eliminaba de las casas el mismo día 14
por la tarde; así recordaba el pueblo hebreo aquella salida precipitada de la
tierra en la que tanto había padecido.
Todo
era figura e imagen de la renovación que obraría Cristo en las almasyy de su
liberación de la esclavitud del pecado. Echad fuera la levadura vieja -dirá San
Pablo a los primeros cristianos de Corinto‑, para que seáis una masa nueva así
como sois ázimos. Porque Cristo, nuestro Cordero pascual, fue inmolado. Por
tanto, celebremos la fiesta no con levadura vieja ni con levadura de malicia y
de perversidad, sino con ázimos de sinceridad y de verdad.
El
cordero pascual de la fiesta judía era promesa y figura del verdadero Cordero,
Jesucristo, víctima en el sacrificio del Calvario en favor de la humanidad
entera. Él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo, muriendo
destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida. Es el Cordero que, con
su sacrificio voluntario, consigue lo que se representaba en los sacrificios de
la antigua Ley: satisfacer por los pecados.
El
sacrificio de Cristo en la Cruz, renovado cada vez que se celebra la Santa
Misa, nos permite vivir ya en una continua fiesta. Por eso exhortaba San Pablo
a los corintios a que expurgaran la vieja levadura, símbolo de lo viejo y de lo
impuro, para llevar una auténtica vida cristiana. La Santa Misa, vivida también
a lo largo del día, nos anticipa la gloria del Cielo. Después de tantos bienes
recibidos, «¿podéis no estar en fiesta continua durante los días de vuestra
vida terrestre? -pregunta San Juan Crisóstomo-. Lejos de nosotros cualquier
abatimiento por la pobreza, la enfermedad o las persecuciones que nos agobian.
La vida presente es un tiempo de fiesta», un adelanto de lo que serán la gloria
y la felicidad eternas.
II. Jesús señaló con
antelación y con un particular acento la última pascua que iba a comer con sus
discípulos, manifestó que deseó ardientemente comerla con ellos.
Juan
y Pedro prepararon todo lo necesario: los panes ázimos, las verduras amargas,
las copas para el vino y el cordero, que había de ser sacrificado en el atrio
del Templo, en las primeras horas de la tarde. Aquella noche, probablemente en
la casa de María, madre de Marcos, tendrá lugar la institución de la Sagrada
Eucaristía y se adelantará sacramentalmente el Sacrificio de la Nueva Alianza
que se realizará al día siguiente en el Calvario.
«En una misma mesa se celebran las dos
pascuas, la de la figura y la de la realidad. Así como los pintores, en la
misma tabla, trazan primero las líneas del contorno y añaden luego los colores,
así hizo también Cristo»; utilizando los viejos ritos, establecerá la verdadera
Pascua, la fiesta por excelencia, de la cual la anterior sólo era una imagen
precursora. Las hierbas amargas guardan ahora una estrecha relación con la
amargura de la Pasión, que pronto iba a comenzar.
La
cena pascual era un sacrificio: el sacrificio de la Pascua de Yahvé. La Santa
Misa lo es también, como renovación incruenta, pero real, del sacrificio de la
Cruz. Y Jesús anticipó en la Ultima Cena, de forma sacramental -mi cuerpo
entregado, mi sangre derramada- el sacrificio que consumaría al día siguiente
en el Calvario. De una vez por todas, con particular sencillez y gravedad,
Jesús sustituyó el antiguo rito por su sacrificio redentor.
Aquella
noche, en el Cenáculo, se llevó acabo el acontecimiento del que han vivido los
hombres de tantas generaciones y que constituye el centro de nuestra
existencia. «¡Oh dichoso lugar -exclama San Efrén-, en el cual el cordero de la
Pascua sale al encuentro del Cordero de la verdad. ...! (...). ¡Oh dichoso
lugar! Nunca ha sido preparada una mesa como la tuya, ni en la casa de los
reyes, ni en el Tabernáculo, ni en el Sancta Sanctorum».
Con
las palabras haced esto en conmemoración mía dispuso el Señor que aquel
misterio de amor se pudiera repetir hasta el fin de los tiempos, otorgando a
los Apóstoles y a sus sucesores el poder de realizarlo. ¡Cómo hemos de dar
gracias por participar de tantos bienes que recibimos en la Santa Misa, y de
modo particular en el momento de la Sagrada Comunión! ¡Tenemos tan cerca al
mismo Jesús que se dio plenamente a sus discípulos y a todos los hombres en
aquella memorable noche! Ahora le podemos decir en la intimidad de nuestro
corazón: «Yo te amo, Señor Jesús, alegría y descanso mío, con todo mi corazón,
toda mi mente, toda mi alma y todas mis fuerzas; y si ves que no te amo como
debería, al menos así deseo amarte, y si no lo deseo suficientemente, por lo
menos quiero desearlo de este modo (...). ¡Oh Cuerpo sacratísimo abierto por
cinco heridas, ponte como sello sobre mi corazón e imprime en él tu caridad!
Sella mis pies, para que siga tus pasos; sella mis manos, para que siempre
realicen buenas obras; sella mi costado para que por siempre arda en fervientes
actos de amor hacia Ti. ¡Oh Sangre preciosísima que lavas y purificas a todos
los hombres! Lava mi alma y pon una señal en mi rostro para que no ame a nadie
más que a Ti».
III. En aquella última
Pascua, Jesús se entregó ya a su Padre como víctima que va a ser inmolada, como
Cordero purísimo. Y tanto aquella Cena como la Santa Misa constituyen, con la
oblación ofrecida en el Calvario, un sacrificio único y perfecto, porque en los
tres casos la víctima ofrecida es la misma: Cristo; e igual el sacerdote:
Cristo.
Nosotros
hemos de procurar que la Santa Misa sea el centro de la vida entera. «Lucha
para conseguir que el Santo Sacrificio del Altar sea el centro y la raíz de tu
vida interior, de modo que toda la jornada se convierta en un acto de culto
-prolongación de la Misa que has oído y preparación para la siguiente-, que se
va desbordando en jaculatorias, en visitas al Santísimo, en ofrecimiento de tu
trabajo profesional y de tu vida familiar...».
Preparémonos
para la Santa Misa como si el Señor nos hubiera invitado personalmente a
aquella última pascua que comió con sus más íntimos. Cada día hemos de oír en
nuestro corazón, como dirigidas únicamente a nosotros, aquellas palabras del
Señor: Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum..., he deseado
ardientemente comer esta pascua con vosotros. Es mucho el deseo de Jesús, son
muchas las gracias que nos prepara.
Se
cuenta de San Juan de Avila que recibió la noticia de la muerte de un sacerdote
que acababa de ordenarse, y preguntó enseguida si había celebrado alguna Misa;
le respondieron que sólo había podido hacerlo una vez. Y se dice que el santo
comentó: «De mucho tendrá que dar cuenta a Dios». Pensemos hoy en este rato de
oración cómo celebramos o cómo participamos en el Santo Sacrificio del Altar;
cómo son los deseos, la preparación, el empeño por evitar que otros asuntos
ocupen la mente, los actos de fe y de amor en ese tiempo, siempre corto, que
dura la Santa Misa y la acción de gracias de la Comunión.
Si,
con la ayuda de la gracia, nos empeñamos, la Santa Misa será el centro al que
se referirán todas las prácticas de piedad, los deberes familiares y sociales,
el trabajo, el apostolado...; se convertirá también en la fuente donde recobraremos
las fuerzas todos los días para ir adelante; la cumbre hacia la que dirigimos
nuestros pasos, nuestras obras, los afanes apostólicos, los deseos más íntimos
del alma; será también el corazón donde aprendemos a amar a los demás, con sus
defectos, parecidos a los nuestros, y con sus facetas menos agradables.
Si
cada día logramos amar un poco más la Santa Misa, podremos decir al Señor
después de la acción de gracias de la Comunión: «me alejo de Ti por un poco,
Señor Jesús, pero no me voy sin Ti, que eres el consuelo, la felicidad y todo
el bien de mi alma (...). Cuanto en adelante haga, lo haré en Ti y por Ti, y
nada será objeto de mis palabras y acciones internas y externas salvo Tú, mi
amor...».
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org