Todos tenemos un ángel de la guarda que nos apoya, nos defiende, nos
acompaña diariamente y facilita nuestro camino hacia el Cielo
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Jerry Zitterman | Shutterstock |
Sin embargo, este recorrido a veces está sembrado de adversidades durante las
que es posible que nos sintamos abandonados por nuestro ángel de la guarda. ¿Es
así o se trata solamente de una impresión? Y ¿podemos estar molestos con
nuestro ángel de la guarda por las dificultades pasadas?
Todo lo que
afecta a tu vida le interesa a tu ángel de la guarda. Sobre todo tu alma
espiritual y tu destino eterno. Por eso, el ángel de la guarda, “experto” en
adoración, nos ayuda especialmente en nuestros momentos de oración.
Se interesa
también por nuestra salud psicológica y física, cuida de nuestra existencia
hasta en los más pequeños detalles de la vida cotidiana: una inspiración para
lograr nuestro deber de estado… ¡o la plaza de aparcamiento que necesitamos!
“Yo voy a
enviar un ángel delante de ti, para que te proteja en el camino y te conduzca
hasta el lugar que te he preparado. Respétalo y escucha su voz. No te rebeles
contra él (…). Mi ángel irá delante de ti” (Ex 23,20-23).
La primera
misión del ángel de la guarda es conducirnos a “buen puerto”, al encuentro con
el Dios viviente. Él es el “ministro de la solicitud divina para
cada uno y cada una” (Benedicto XVI), tanto espiritual como materialmente.
Partiendo de
aquí, ¿cómo conciliar esta comprensión del papel del ángel de la guarda
con los apuros e incluso las tragedias de la vida?
Vemos, por
ejemplo, que un ángel libró a los Apóstoles de la prisión (He 5,19),
también en el caso de Pedro (He 12,7-11). Sin embargo, estos
ángeles no impidieron el martirio ni de unos ni de otros, llegado el momento.
Él no evita el sufrimiento que ayuda a crecer
El ángel ve y
pretende ante todo la finalidad, nuestra vocación última, nuestra santidad.
En este
sentido, nuestro ángel de la guarda participa activamente en el combate
espiritual “contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de
este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que
habitan en el espacio” (Ef 6,12).
Sin embargo, el
santo Padre Pío fue abandonado por su ángel de la guarda en el momento de un
terrible combate contra el Maligno:
“Le reproché
severamente por haberme hecho esperar durante tanto tiempo aunque no hubiera
cesado, en ningún momento, de llamarlo en mi socorro. Para castigarlo decidí no
mirarlo a la cara, quería irme, escaparme de él. Pero él, el pobre, se me
acercó casi llorando. Me agarró y me miró hasta que levanté los ojos, lo miré a
la cara y me di cuenta de que estaba muy arrepentido”.
Y el ángel le
explicó a Padre Pío que había recibido instrucciones del Señor para actuar así,
y le tranquilizó diciéndole:
“Estoy siempre
cerca de ti, mi querido protegido… El afecto que siento por ti no se apagará ni
siquiera cuando tú mueras”.
A la luz de
esta finalidad –la vida eterna–, hay que prestar atención a las contrariedades
desconcertantes y las adversidades dolorosas de la existencia. Con este fin, el
ángel a veces puede actuar “con firmeza”.
El ángel
custodio de santa Francisca Romana le dio una enérgica bofetada cuando, durante
una comida social, estaba hablando mal de una persona. ¡Todo el mundo escuchó
el golpe de la mano y vio la marca roja sobre la mejilla de Francisca!
Así que nuestro
ángel no va a evitarnos ciertos sufrimientos de crecimiento espiritual. Sin
embargo, rezará por nosotros y nos acompañará en pleno combate.
Pensemos en san
Ignacio de Loyola, que se rompió una pierna en el asedio de Pamplona, o san
Juan de la Cruz, que pasó un tiempo en la cárcel acusado por sus propios
hermanos carmelitas.
Podríamos
indignarnos porque sus ángeles no impidieran esas adversidades. Sin embargo, a
través de estos sucesos su vida quedó transformada. “En su sabiduría”, dice san
Agustín, “Dios prefiere sacar bien del mal, mejor que no permitir ningún
mal”.
Por el padre
Nicolas Buttet
Fuente:
Aleteia