Día
2: Un gran susto
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Dominio público |
Con
dificultad, de vez en cuando, logra sacar la cabeza y puede ver en la orilla a
su madre, que pacíficamente broncea su piel en una hamaca.
Su única esperanza
es que su madre le oiga y haga lo que sea por rescatarle. Vocea más y más; por
fin, su madre oye los gritos que la llaman.
Se
incorpora y ve las circunstancias de su hijo, y se vuelve a tumbar mientras
piensa: ¡con lo fría que está el agua, yo no me meto ni loca! ¡Otra vez -si es
que sale de ésta- que no se meta tan adentro!
¡Increíble!, pensará quien lea este suceso; ¡no puede ser verdad! ¡Eso no es una madre, es un monstruo! Es tan increíble, efectivamente, que no es verdad. Pero si no es posible que una madre se porte así, menos posible es que grites interiormente a María: ¡Madre mía, ayúdame!, y que Ella pase de ti.
Madre mía, perdona todas las veces que te he tratado con desconfianza, o como si no me escuchases; o, lo que es lo mismo, como si pasases de mí, como si no fueses realmente mi madre. Sé que basta con que te diga una sola vez ¡Madre mía! para que no pares hasta conseguirme lo que necesito. Y si no me lo consigues es que claramente, de momento, no me conviene.
Ahora es el momento importante en el que tú hablas a Santa María con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído. Cuando lo hayas hecho, termina con la oración final.
Fuente: Web de Javier