MAURICIO RECHAZÓ ENSEÑAR TEOLOGÍA FUERA PARA SER EL ÚNICO SACERDOTE NATIVO DE SU DIÓCESIS

Cuando era pequeño, pasar una temporada sin sacerdote en su parroquia de Puyo (Ecuador) plantó en Mauricio Espinosa la semilla de la vocación

Mauricio Espinosa de camino a una comunidad rural. Foto: Mauricio Espinosa
Estudió en Quito con la ayuda de OMP, que este domingo ha convocado la Jornada de Vocaciones Nativas, y lo hizo tan bien que sus profesores le ofrecieron quedarse. Lo rehusó porque «la necesidad en mi tierra es muy grande».

Mauricio Espinosa es el único sacerdote del vicariato apostólico de Puyo (Ecuador), nacido allí. Tiene a su cargo una parroquia que abarca tres barrios y medio de la ciudad, otra parroquia rural («no de la selva», matiza) con 15 comunidades, y es el responsable de liturgia, de vocaciones y del centro de formación de laicos del vicariato. Son cosas que pasan cuando en una Iglesia local solo hay 16 sacerdotes «contando con el obispo», el español Rafael Cob. 

Fue precisamente la falta de curas lo que plantó en él la inquietud de la que más tarde brotó la semilla de su vocación. Fue mientras era monaguillo en la capilla de su barrio. Hijo de una familia donde solo se practicaba la fe en las ocasiones especiales, había empezado a ir a Misa por obligación cuando empezó la catequesis de Comunión. Pronto quiso ser como esos otros niños que ayudaban al «padre».

La liturgia empezó a fascinarle. «Nos daban una formación muy básica sobre cómo hacer las cosas –cuenta–, pero a mí me surgían muchas preguntas», y así empezó a profundizar en ella. «Un día vino el obispo y me vi en la situación de manejar todas sus cosas: la mitra, el báculo, y una cadenota grande como de rapero», bromea.

De la curiosidad a la llamada

Su crecimiento en la fe fue paralelo a la toma de conciencia de la situación de la Iglesia en Puyo. Cuando el párroco, un misionero español, «se marchó nos quedamos mucho tiempo sin padre –recuerda–. Venía uno de otra parroquia, celebraba y se iba. Luego descubrí que éramos zona misionera y me enteré de que en las áreas del interior tampoco había».

Al estar «más crecidito» se hizo catequista y se unió a un grupo de discernimiento. Pero «ser sacerdote no estaba en mi radar. Mi inquietud era más bien curiosidad, no nada fundante». Sus planes eran estudiar Ingeniería Química. Tenía nota como para hacerlo en las dos mejores universidades del país, de donde se sale con trabajo y un sueldo de 4.000 o 5.000 dólares.

Tenía estos planes bien trazados, pero cada vez veía que le parecían menos «fijos». Una experiencia misionera en las comunidades rurales le marcó bastante, y por fin, en un retiro, sintió la llamada definitiva al sacerdocio.

Decirlo en casa y despedirse de sus padres y del resto de la familia fue muy difícil. Casi «trágico». Hubo muchas lágrima. «Les parecía que desperdiciaba mi vida. Hasta mi abuelita, que era la más religiosa y rezaba el rosario, me dijo que por qué había escogido esa carrera tan fea. Pero tampoco se opusieron, me dijeron que si me hacía feliz me apoyarían».

Estudió gracias a OMP

Estudió en el seminario de Quito (al que por aquel entonces se tardaba cinco horas en coche, cruzando los Andes por una pista de tierra) con la ayuda de la Obra de San Pedro Apóstol, de Obras Misionales Pontificias. Esta entidad financia los estudios de uno de cada tres seminaristas del mundo, gracias –entre otras cosas– a lo recaudado en la Jornada de Vocaciones Nativas, que se celebra este domingo junto con la Jornada de Oración por las Vocaciones.

Al principio, cada vez que volvía a casa la despedida volvía a ser un drama. Pero tras la ordenación como diácono, la actitud de sus padres cambió radicalmente. El hijo pródigo regresaba a la ciudad. Espinosa cree que algo ayudó también «ver lo feliz que yo era con el trato íntimo con el Señor y descubrir que esa relación también era posible para ellos». De ahí, dieron el salto de tomar «mi opción no como una pérdida, sino como una ganancia».

Fue un momento de conversión fuerte para el matrimonio, sobre todo para ella. «Ahora van a Misa los domingos, y mi madre también a la adoración los jueves y está en el grupo de madres sacerdotales –celebra Espinosa–. Reza laudes y vísperas y con motivo del confinamiento ha montado un pequeño altar en casa».

Los sacerdotes de otros sitios «vienen y se van»

Con Espinosa entraron al seminario otros dos jóvenes, aunque ninguno perseveró. En el caso de él, la misma buena cabeza que iba a servirle para ser ingeniero llamó la atención de sus formadores. Le ofrecieron quedarse en la capital y enseñar Teología, «pero la necesidad en mi tierra es muy grande como para quedarme siendo académico».

Las esperanzas del vicariato están ahora puestas en cuatro seminaristas puyenses. En Puyo hay sacerdotes de otros lugares de Ecuador. Pero para Espinosa no es lo deseable: «Vienen con toda su buena intención y hacen todo lo que pueden. Pero están unos años y se van. Cuando uno es de aquí, sabe que va a estar aquí siempre, y puede dar continuidad a los proyectos de la Iglesia particular en cualquier parroquia».

María Martínez López

Fuente: OMP/Alfa y Omega