LOS RESIDENTES DEL PABELLÓN 14: «EN LA CALLE ME HABRÍA MUERTO»

Con el hospital temporal de IFEMA ya cerrado, y mientras la crisis económica y social se acrecienta, 150 personas sin hogar todavía conviven en el albergue improvisado en el pabellón 14 del recinto ferial

Melcíade sentado en la camilla en la que duerme
en el pabellón 14 de IFEMA. Foto: Ignacio Gil
Cuando la pandemia quede atrás recordaremos IFEMA como uno de los epicentros de esta tragedia, pero el recuerdo estará asociado al esfuerzo heroico de los sanitarios que trabajaron en el hospital de los pabellones 7 y 9, a los más de 4.000 pacientes que fueron dados de alta y al pabellón 14, donde cientos de personas sin hogar encontraron mucho más que un refugio durante las semanas de cuarentena.

«Aquí he encontrado la salvación. En la calle me habría muerto», explica David, que lleva casi dos meses alojado en el recinto ferial. «Estaba viviendo en un cajero, no tenía para comer y estas personas me lo han dado todo. Les debo la vida». 

Para las más de 650 personas sin hogar que duermen en las calles de Madrid –según el último conteo– la noticia sobre la imposición del confinamiento hizo cundir la incertidumbre y el miedo. Esta medida del Gobierno, lejos de protegerlos, los dejaba expuestos al virus y a una mayor miseria. El 22 de mayo, tras varios días de Estado de alarma, el Ayuntamiento de Madrid adaptó el pabellón 14 de IFEMA para dar acogida a 150 hombres.

Durante los primeros días el descontrol estaba a la orden del día. «Montar esto en 48 horas fue todo un reto y un poco caótico al principio, pero teníamos que dar apoyo a muchas personas que estaban en la calle. Se dejó entrar a todo el mundo con el único requisito de que fuesen personas que estuvieran sanas», explica Miguel del Río, coordinador de Grupo 5, la empresa contratada por el Ayuntamiento para gestionar el pabellón.

David y Melcíade hicieron cola durante dos días para asegurarse una plaza: «Al principio no todo era positivo. Había gente conflictiva, peleas y robos, pero gracias a Dios esa gente se fue marchando, los llevaron a otros albergues y ahora ha quedado un grupo maravilloso», relata David.

A pesar del éxito logístico de este dispositivo, más allá de las 150 camas, de las tres comidas diarias y de las instalaciones de las que se puede disfrutar en el interior, el verdadero prodigio del pabellón 14 está en cada una de las personas que lo ocupan.

A los sintecho que convivían cada día con la inseguridad, el estrés y la ansiedad, este albergue les ha procurado una paz y una tranquilidad a la que no estaban acostumbrados. A pesar de los tres contagios que se han detectado en el interior, la salud de muchos de ellos ha mejorado notablemente. «Muchas de las personas que vienen sufren problemas mentales y otras tienen problemas de adicción, pero aquí tenemos enfermeros y un médico del centro de atención a drogodependientes, por lo que hemos sido capaces de darles la asistencia que necesitaban y que hacía mucho que no recibían», explica uno de los coordinadores.

La depresión es uno de esos males como cepos que atrapan a las personas en las calles. Pawell, otro de los alojados, ha sido testigo de la rehabilitación de muchos de sus compañeros durante estos dos meses: «Hay personas que llegaron con depresiones muy grandes, personas machacadas que ya no querían luchar por su vida, y ahora les veo con mucha más fortaleza, deseosos de salir adelante».

Cuando Miguel del Río habla de los prodigios que se han visto a lo largo de estas semanas, es incapaz de ocultar el entusiasmo: «Para la mayoría esto ha sido una oportunidad más allá de un lugar donde vivir durante el confinamiento. Hay personas que han mejorado su salud, otros que estaban en el país de manera irregular y que ahora tienen en perspectiva conseguir papeles, y otros que incluso han llegado a encontrar trabajo».

Parece imposible, pero es real. El país se encamina hacia una de las peores crisis económicas, el paro aumenta de manera incontenible, cientos de empresarios ven peligrar sus negocios y en el pabellón 14, gente que hasta hace dos meses vivía en la calle encuentra un empleo. Pawell es uno de los que ha dado con una oportunidad de trabajar: «Al estar aquí pude buscar en portales de empleo y acabé encontrando trabajo como limpiador en el hospital de IFEMA».

Pero no es el único. Son varios los que cada día salen del pabellón para acudir a sus nuevos puestos como mensajeros, pescaderos, etc. «También hay otro chico joven que ha encontrado curro como repartidor de Glovo, y hace unos días un grupo vio la oportunidad y se fueron a trabajar en el campo como jornaleros». Parece que el mundo se derrumba, pero ellos han encontrado la oportunidad de prosperar.

Tiempo de lectura y oración

A muchas de estas personas la cuarentena les ha permitido reflexionar, encontrar tranquilidad en sus vidas, conocer a gente nueva o leer. David confiesa que ha devorado un buen puñado de libros: «Aquí tienen una buena biblioteca. Acabo de terminar Los viajes de Gullivery ahora estoy con un manual de oración: Encuentro».

Él, como muchos otros, ha tenido la oportunidad de refugiarse en el rezo: «Esto me ha servido para conocerme a mí mismo. Nunca había estado con tanta estabilidad como para reflexionar en un sentido espiritual. Aquí he estado más cerca de Dios». Un sacerdote y un imán frecuentan el pabellón para celebrar Misa o dirigir la oración junto a las personas religiosas que han pasado ahí la Semana Santa y el Ramadán.

La gratitud es el sentimiento que más se prodiga entre los compañeros de pabellón, ha sido la argamasa para construir ese ambiente de compañerismo.

Ninguno escatima en palabras sinceras de cariño hacia los trabajadores que los han acompañado durante tantas semanas. «Me ha sorprendido la eficiencia y la ganas que han dedicado para montar esto. Han puesto cientos de medios a nuestra disposición y ahora somos como una gran familia», explica Pawell. En unos términos más efusivos lo agradece Melcíade: «La gente de Grupo 5 nos ha tratado como si fuéramos familia. Para mí son ángeles». Sin embargo, esos mismos trabajadores huyen de arrogarse todo el mérito.

Junto a ellos, de manera puntual, han trabajado Cruz Roja, Samur Social y la UME, y han recibido la ayuda de donantes. Miguel, el coordinador del pabellón, enumera abrumado solo algunas de las aportaciones desinteresadas que llegaron: «Hemos recibido un montón de ayudas de empresas y particulares que han traído ropa, comida, crucigramas, juegos de mesa, bicicletas de spinning... Incluso el Rayo Vallecano nos trajo balones y 100 camisetas».

Todos saben que serán desalojados a finales de mes, por lo que últimamente se palpa la incertidumbre. «Cuando salgamos de aquí no queremos volver a la calle. Eso te hunde y termina por matarte. Cuando salga querría que me operasen la pierna y encontrar un empleo», cuenta David que, desde hace meses, arrastra una lesión en el menisco.

Otros, como Melcíade, llegaron a España en busca de un futuro laboral que quedó truncado por el virus, y también se muestran ansiosos por encontrar trabajo y dejar la calle: «Yo aquí no tengo familia, no tengo a nadie. Y cuando salga mi sueño es tener trabajo y una casa». Por fortuna para ellos, el Área de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento de Madrid está ultimando un contrato para poder alojar a 250 personas en apartamentos con asistencia social.

Se trata de un modelo de reinserción llamado Housing First que, si sale adelante, dará continuidad al proceso extraordinario de recuperación que muchas personas sin hogar han experimentado durante estos dos meses en el pabellón 14.

Santiago Taus

Fuente: Alfa y Omega