LA ÚLTIMA CENA DEL SEÑOR
II. Institución
de la Sagrada Eucaristía y del sacerdocio ministerial.
III. El
Mandamiento Nuevo del Señor.
“Antes de la fiesta de
la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas
Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le
había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se
levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó.
Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a
secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?». Jesús
le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más
tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si
no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los
pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dice: «El que se ha bañado,
no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no
todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios
todos».
Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros»” (Juan 13,1-15).
I. Jesús celebra la Pascua
rodeado de los suyos. Todos los momentos de esta Última Cena reflejan la
Majestad de Jesús, que sabe que morirá al día siguiente, y su gran amor y
ternura por los hombres. Jesús encomendó la disposición de lo necesario a sus
discípulos predilectos: Pedro y Juan. Los dos Apóstoles se esmeran en los
preparativos. Pusieron un especial empeño en que todo estuviera perfectamente
dispuesto. Jesús se vuelca en amor y ternura hacia sus discípulos.
Es
una cena testamentaria; es una cena afectuosa e inmensamente triste, al tiempo
que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Lo
que Cristo hizo por los suyos puede resumirse en estas breves palabras de San
Juan: los amó hasta el fin (Juan 13, 1). Hoy meditamos en ese amor de Jesús por
cada uno de nosotros, y en cómo estamos correspondiendo: en el trato con Él, en
los actos de desagravio, en la caridad con los demás, en nuestro amor a la
Eucaristía...
II. Jesús realiza la
institución de la Eucaristía, anticipa de forma sacramental –“mi Cuerpo
entregado, mi Sangre derramada”- el sacrificio que va a consumar al día
siguiente en el Calvario. Jesús se nos da en la Eucaristía para fortalecer
nuestra debilidad, acompañar nuestra soledad y como un anticipo del Cielo.
Jesús,
aquella noche memorable, dio a sus Apóstoles y sus sucesores, los obispos y
sacerdotes, la potestad de renovar el prodigio hasta el final de los tiempos:
Haced esto en memoria mía (Lucas 22, 19; 1 Corintios 2, 24). Junto con la
Sagrada Eucaristía instituye el sacerdocio ministerial. Jesús se queda con
nosotros. Jesús es el mismo en el Cenáculo y en el Sagrario. Esta tarde, cuando
vayamos a adorarle en el Monumento, nos encontraremos con Él: nos ve y nos
reconoce. Le contaremos lo que nos ilusiona y lo que nos preocupa y le
agradeceremos su entrega amorosa. Jesús siempre nos espera en el Sagrario.
III. Jesús habla a sus
Apóstoles de su inminente partida, y es entonces cuando enuncia el Mandamiento
Nuevo, proclamado, por otra parte, en cada página del Evangelio: Este es mi
mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Juan 15,
12). Hoy, Jueves Santo, podemos preguntarnos si nos conocen como discípulos de
Cristo porque vivimos con finura la caridad con los que nos rodean, mientras
recordamos, cuando está tan próxima la Pasión del Señor, la entrega de María al
cumplimiento de la Voluntad de Dios y al servicio de los demás. “La inmensa
caridad de María hace que se cumpla, también en Ella, la afirmación de Cristo:
nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos (Juan 15, 13)”
(J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios).
Textos basados en ideas
de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org