CONTEMPLAR LA PASIÓN
II. Cómo
meditar la Pasión.
III. Frutos de
esta meditación.
“En aquel tiempo, Jesús
dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra,
no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que
tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: “Si alguno
guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás”. ¿Eres tú acaso más grande que
nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te
tienes a ti mismo?».
Jesús respondió: «Si yo
me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me
glorifica, de quien vosotros decís: “Él es nuestro Dios”, y sin embargo no le
conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un
mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre
Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los
judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?».
Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham
existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se
ocultó y salió del Templo” (Juan 8,51-59).
I. La liturgia de estos
días nos acerca ya al misterio fundamental de nuestra fe: la Resurrección del
Señor. Pero no podremos participar de Ella, si no nos unimos a su Pasión y
Muerte.. Por eso, durante estos días, acompañemos a Jesús, con nuestra oración,
en su vía dolorosa y en su muerte en la Cruz. No olvidemos que nosotros fuimos
protagonistas de aquellos horrores, porque Jesús cargó con nuestros pecados (1
Pedro 2, 24), con cada uno de ellos.
Fuimos
rescatados de las manos del demonio y de la muerte a gran precio (1 Corintios
6, 20), el de la Sangre de Cristo. Santo Tomás de Aquino decía: “La Pasión de
Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida”. Al preguntarle
a San Buenaventura de donde sacaba tan buena doctrina para sus obras, le
contestó presentándole un Crucifijo, ennegrecido por los muchos besos que le
había dado: “Este es el libro que me dicta todo lo que escribo; lo poco que sé
aquí lo he aprendido”
II. Nos hace mucho bien
contemplar la Pasión de Cristo: en nuestra oración personal, al leer los Santos
Evangelios, en los misterios dolorosos del Santo Rosario, en el Vía Crucis...
En ocasiones nos imaginamos a nosotros mismos presentes entre los espectadores
que fueron testigos en esos momentos. También podemos intentar con la ayuda de
la gracia, contemplar la Pasión como la vivió el mismo Cristo (R.A. KNOX,
Ejercicios para seglares).
Parece
imposible, y siempre será una visión muy empobrecida de la realidad, pero para
nosotros puede llegar a ser una oración de extraordinaria riqueza. Dice San
León Magno que “el que quiera de verdad venerar la pasión del Señor debe
contemplar de tal manera a Jesús crucificado con los ojos del alma, que
reconozca su propia carne en la carne de Jesús” (Sermón 15 sobre la Pasión).
III. La meditación de la
Pasión de Cristo nos consigue innumerables frutos. En primer lugar nos ayuda a
tener una aversión grande a todo pecado, pues Él fue traspasado por nuestras
iniquidades y molido por nuestros pecados (Isaías 53, 5) . Los padecimientos
nos animan a huir de todo lo que pueda significar aburguesamiento y pereza;
avivan nuestro amor y alejan la tibieza. Hacen nuestra alma mortificada,
guardando mejor los sentidos.
Y
si alguna vez, el Señor permite el dolor, nos será de gran ayuda y alivio
considerar los dolores de Cristo en su Pasión. Hagamos el propósito de estar
más cerca de la Virgen estos días que preceden a la Pasión de su Hijo, y
pidámosle que nos enseñe a contemplarle en esos momentos en los que tanto
sufrió por nosotros.
Textos basados en ideas
de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente. Almudi.org