Su amor a la Virgen María era inmenso y
predicaba constantemente su devoción
Dominio público |
Su apellido era Von Berg, pero como su padre era descuidado
borrachín y en cambio la mamá era una santa, el joven tomó el apellido materno
que era Susso.
En la comunidad encontró
como profesor un místico muy famoso que influyó en él de manera inmensa. Era el
Padre Eckart, cuyos consejos seguían muchas personas con gran entusiasmo.
Enrique decía: "El Padre Eckart demuestra tan gran sabiduría que parece
como si Dios no le hubiera ocultado nada".
Los datos que vamos a
narrar enseguida están extraídos de la "Autobiografía" del propio
Enrique Susso.
Los primeros años de
religioso no fue muy fervoroso, pero luego un día empezó a oír continuamente
este mandato: "Renuncie a todo lo que no lo ayude a conseguir la
santidad". Y se repetía tan frecuentemente este mandato en su mente que se
propuso empezar una vida espiritual verdaderamente seria.
El demonio intentó
disuadirlo y desanimarlo con consideraciones de prudencia humana, haciéndole
ver que esa conversión era demasiado rápida y que no sería capaz de perseverar
en el bien. Él se dedicó a pedir a Dios la sabiduría celestial. Y repetía las
palabras del libro de la Sabiduría: "Señor, envíame la sabiduría que procede
de tu trono. Tú sabes que soy muy joven, sin experiencia y de pocos años. Pero
si Tú me mandas la sabiduría podré perseverar".
Y pedía al Espíritu Santo
el don de Consejo y la virtud de la prudencia, y así logro perseverar. En
adelante durante toda su vida será un admirador constante de la Sabiduría
Eterna, y recomendará a sus discípulos el pedir mucho a Dios el don de la
sabiduría. Y les repetía las palabras del Libro Santo: "Sabiendo que no
tendría la sabiduría si Dios no me la concedía, me dediqué a pedirla en
oración, y me fue concedida".
Su amor a la Virgen
María era inmenso y predicaba constantemente su devoción.
Publicó el libro
titulado "Sabiduría Eterna", el cual fue sumamente famoso y muy
popular por varios siglos.
Al principio de su
conversión, creyó Enrique que debía dedicarse a mortificaciones muy fuertes y
así lo hizo. Sus ayunos, vigilias, azotes y demás penitencias llegaron a causar
asombro y casi acaban con su vida. Pero según cuenta en su
"Autobiografía", una iluminación del cielo le comunicó que en vez de
estas mortificaciones buscadas por él, debía más bien dedicarse a aceptar con
buena voluntad los sufrimientos que Dios iba a permitir que le llegaran. Y fue
entonces cuando empezaron a llegarle penas tremendas.
Los enemigos del alma
trataban de atacarle de mil maneras. Le llegaban los pensamientos más impuros y
las imaginaciones más indecentes. Y una melancolía o sentimiento continuo de
tristeza que trataba de desanimarlo del todo. Y luego las tentaciones contra la
fe. Y como si no bastara todo esto, le llegó la convicción de que él estaba
destinado a condenarse para siempre.
Afortunadamente había
tenido un buen profesor y se fue en busca del sabio Padre Eckart y le contó
todo. "El famoso místico me consoló y logró sacarme de aquel infierno en
el cual estaba viviendo". Y volvió a su alma la paz. Una vez más se
cumplía lo que dice el Libro de los Proverbios: "Triunfarán los que saben
pedir consejos". Pero ahora le iba a llegar un tercer tormento.
Una voz interior le
dijo: "Hasta ahora has sufrido ataques venidos del interior. Ahora
empezarán los ataques que llegan desde el exterior". Y así sucedió. Pronto
empezó a experimentar la ingratitud y la pérdida de los amigos y de la buena
fama. Sus paisanos se dividían en dos clases: los fervorosos y los relajados.
Los fervorosos querían que se cumpliera exactamente los deberes de piedad.
Entre ellos estaban Enrique Susso, su profesor Eckart y el gran predicador
Taulero. Pero los otros eran mayoría y empezaron a perseguir a Susso.
Durante 37 años había recorrido
campos y ciudades predicando. Había obtenido curaciones milagrosas. En pleno
sermón vieron su rostro rodeado de resplandores. Pero insistía muy fuertemente
en que había que dedicarse con toda seriedad a la santidad, y esto no agradaba
a los relajados. Y entonces se valieron de la calumnia.
Se valieron de un
muchacho mentiroso para inventar que él había cometido sacrilegios. Logró
comprobar que era inocente. Luego inventaron que Enrique había tratado de
envenenar a una persona. Pronto se supo que eso era mentira. Lo acusaron de
haber inventado un milagro, pero los mentirosos quedaron al descubierto. Fueron
tantas las acusaciones que tuvo que huir por un tiempo a Holanda. Allá lo
acusaron de haber escrito herejías contra la fe. Él logró probar que todo lo
que había escrito estaba de acuerdo con nuestra santa religión.
Luego le llegó otro
sufrimiento: su hermana, que era religiosa, perdió el fervor y se retiró de su
comunidad. Enrique ofreció por ella una grave enfermedad que él tuvo que
sufrir, y con este sufrimiento logró que la prófuga volviera otra vez al
convento donde pasó santamente sus últimos años.
Enrique estaba
dirigiendo espiritualmente a una mujer que lo engañaba diciéndole que ella se
estaba convirtiendo de su mala vida. Pero cuando el santo sacerdote se dio
cuenta de que aquella mujer le mentía, se negó a seguirle dando dirección
espiritual. Entonces ella en venganza inventó el cuento de que él era el padre
de una criatura que ella tenía. Y algunos hasta creyeron porque el religioso
demostraba mucha caridad para con el pobre niño. Entonces el Superior General
de la Comunidad mandó hacer una severa investigación y se supo que todo eran
cuentos de aquella perversa mujer.
Fue nombrado Enrique
como superior de un convento de Padres Dominicos y aquel convento estaba
terriblemente endeudado. El nuevo superior en vez de dedicarse a pedir limosnas
o a conseguir empréstitos lo que hizo fue recomendar a sus religiosos que se
dedicaran a celebrar con mayor fervor la santa misa y a rezar con mayor fe y devoción.
Muchos se burlaban de él diciendo que era un hombre que no ponía los pies en la
tierra y que se imaginaba que con rezos se pagaban las deudas. Pero poco
después un hombre rico sintió una inspiración interior de que debía ayudar a
aquel convento y llegó con veinte libras de monedas de plata y con esto se
pagaron todas las deudas.
Los últimos años los
pasó el Padre Enrique dedicado a dar dirección espiritual a las religiosas,
especialmente a las dominicas, las cuales lo consideraban un verdadero hombre
de Dios y un guía espiritual sumamente acertado.
Le ofrecieron altos
puestos pero una iluminación interior le dijo que si quería llegar a altos
puestos en la santidad tenía que huir de los cargos que producen muchos
honores. Y por eso se mantuvo siempre entre los más humildes y desconocidos
aunque su sabiduría y sus escritos y su santidad lo hacían resplandecer ante
muchísimas gentes piadosas que lo admiraban fervorosamente.
Murió en 1365, y dicen
que su cuerpo permaneció muchos años incorrupto. Pero después el templo donde
estaba enterrado pasó a poder de los protestantes y no se volvió a saber de sus
restos.
Tuvo muchas visiones y
se le apareció la Santísima Virgen María a traerle mensajes celestiales. En una
de sus visiones preguntó qué medios debería emplear para alcanzar más
fácilmente la santidad y la salvación y le fue respondido: "Negarse a sí
mismo; no apegarse a las criaturas; recibir todo lo que sucede, como venido de
la mano de Dios, y ser infinitamente paciente y amable con todos, aún con los que
son ásperos e injustos en su modo de tratarlo a uno".
San Alfonso de Ligorio
al meditar en las mortificaciones y en los sufrimientos de este hombre de Dios
exclamaba: "Qué pequeños nos sentimos nosotros ante estos campeones tan
valerosos para sufrir todo por amor de Dios y por la salvación de las
almas".
Fuente: ACI