Ojalá cada día hubiera un
momento de luz y de paz con Jesús
Necesito
la luz en mi vida, en medio de la rutina. Es verdad que hay personas que me dan
luz. Iluminan el día con su presencia. Quiero darle gracias a Dios por ellas.
De alguna forma transfiguran en ellas el rostro de Dios. ¿Quiénes son?
En
sus ojos está la ternura de Dios, su misericordia, su consuelo. A su lado
me gustaría quedarme siempre, porque tienen algo de hogar. Esas personas son
montaña. Allí hay luz. Desde ellas mi vida es más bonita. Me aman como
soy. No me piden lo que no sé dar. Sólo quieren estar conmigo.
Quiero
quedarme en aquellas personas que tienen tanta luz. Para cargar el alma. Yo
también quiero ser una de esas personas con luz para otros. Quiero pensar en la
luz que hay en mí.
Doy
gracias a Dios también por los momentos de luz de mi vida. Miro hacia
atrás, y hacia mi día a día, y me resulta fácil reconocerlos. Son momentos en
los que no quería estar en otro lado. Tienen que ver con las personas con las
que estaba. Con la paz de un lugar que recuerdo. No había nada mejor fuera de
ese momento. Allí podía anclarme y echar raíces.
Ojalá
pueda ser yo para otros ese monte de luz y de paz. A veces siento que hay poca
luz en mí. Por eso busco esa luz en Jesús. En el monte. Me retiro a solas para
estar con Él. Busco momentos de intimidad profunda con Dios.
Él
me regala poder palpar su presencia, respirar su amor. Son momentos sagrados
que guardo en mi alma y me gustaría que sucedieran todos los días. De ellos
bebo. De esa agua pura.
Comentaba
santa Teresa sus experiencias de luz en la oración: “Estando una vez con
esta presencia de las tres personas que traigo en el alma, era con tanta luz
que no se puede dudar el estar allí Dios vivo y verdadero, y allí se me daban a
entender cosas que yo no las sabré decir después”.
Ojalá
cada día hubiera un momento de luz y de paz con Jesús. Un momento para subir al
monte con Jesús y tocar su luz. Y dejar de luchar. Anhelo el descanso en Dios.
Un momento para estar a solas con Él. Quiero volver cada día a él. Aunque no
entienda del todo el camino de mi vida.
Hay
momentos de luz grabados muy hondo. Momentos que me recuerdan vagamente lo que
es el cielo, lo que será para mí. Mi vida es para el cielo.
Sé
que a veces la luz en medio del camino puede ser pequeña. Y la oscuridad es muy
grande. Es verdad que deseo siempre más luz. No quiero que se apague.
En
mi propia alma hay luz y oscuridad. Sombras y sol. Camino y montaña. Dios me
ama del todo, completo. Él viene a mi montaña. A mi oscuridad. Él me ayuda a
subir desde el valle. Lo hace cada vez que me escoge, me llama, me perdona, me
abraza, me consuela. Él camina a mi lado.
Jesús
ama tanto a los suyos que quiere estar con ellos siempre. Los ama tanto que les
quiere mostrar quién es Él. Los ama tanto que los lleva a su montaña y desde
allí les muestra el cielo. Allí descansa con ellos y baja de nuevo con ellos
para ponerse en camino.
Jesús
no está solamente en la montaña, en los momentos de paz y de oración. Jesús va
a mi lado en el valle. Me elige cada día, en cada paso. Me pide que suba con Él
al monte y después baja conmigo al valle. Se queda conmigo siempre.
Jesús
ha puesto su tienda en medio nuestro. Ha acampado en mí. Camina a mi lado. No
se queda en el monte esperando. Él va siempre conmigo. Y comparte conmigo la
paz y el miedo, la quietud y el trabajo.
Le
doy gracias por los momentos de mi vida en los que me sentí pleno. Dios me
ama siempre, soy su predilecto. Esa certeza me da paz. Me da luz.
La
experiencia honda de Dios me permite mirar la vida con esperanza. Los problemas
son menos pesados. Dios me ama. La vida es más sencilla. Hay más luz. Porque en
la luz del todo parece más claro. Allí distingo mejor mis problemas, mis
fragilidades. Y escucho que Dios me quiere como soy, tal como me encuentro.
Decía
Michel Quoist: “Sé tú mismo. Los otros te necesitan tal cual el Señor ha
querido que fueses. No tienes derecho a disfrazarte, a representar una comedia,
puesto que sería un robo a los otros. Dite a ti mismo: voy a llevarle algo,
puesto que jamás se encontró con alguien como yo, y jamás lo encontrará, puesto
que soy un ejemplar único salido de las manos de Dios”.
Jesús
quiere que haga presente su rostro entre los hombres. Que lo haga con mi forma
de amar. Con mi mirada. Con mis palabras. Quiere que sea fiel a mi verdad. Tal
como soy. Soy único. Quiere que no me esconda, que no me disfrace, que no tenga
miedo.
Me
levanta de mis temores e inseguridades. Me eleva por encima de mis reparos. Me
da fuerza para creer en la luz que llevo escondida. Un fuego. Un pozo lleno de
agua. Por mis obras lo verán a Él. Por mis palabras.
Soy
ya imagen de Jesús. Su rostro vivo resplandece en mí. Tengo la misión de llevar
la esperanza en medio de los dolores y tristezas de la vida. Estoy llamado
a ser luz en medio de la oscuridad del mundo.
Carlos Padilla
Esteban
Fuente:
Aleteia