El
Padre Pietro Bovati continúa su reflexión cuaresmal, ya en su sexta etapa
La
tarde del pasado miércoles, el predicador de los Ejercicios Espirituales a la
Curia Romana, que el Papa Francisco sigue este año desde la Casa Santa Marta,
tuvo su sexta meditación. Al centro de su reflexión estaba el camino de Israel
en el desierto, un lugar de pruebas pero también de la manifestación de la
bondad de Dios hacia su pueblo.
En
la narración del Éxodo, el desierto es el lugar de la providencia. El espacio
en el cual el Señor "se revela como el Dios de la alianza con Israel, el
Dios bueno y fiel, y al mismo tiempo, como el soberano omnipotente a quien
están sometidas todas las fuerzas cósmicas”.
El
Padre Pietro Bovati continúa su reflexión cuaresmal, ya en su sexta etapa,
citando un pasaje bíblico que, si por un lado muestra al Señor "como
artífice de la historia de la salvación", por el otro "no subraya
suficientemente otro aspecto importante, es decir, la libre expresión de los
hombres, su asentimiento o su rebelión contra Dios". Pero sin el
componente de la actividad humana – señala el teólogo jesuita – la historia
asume una imagen deformada "en la que Dios trabaja admirablemente",
pero el hombre corre el riesgo de ser reducido "a un puro objeto
pasivo". "Paradójicamente, por lo tanto, para exaltar a Dios en su
obra, se aniquila así el vértice mismo de la creación, constituida por el
hombre libre y el autor de su destino, porque fue creado a imagen y semejanza
de Dios".
Los
textos bíblicos son complejos y a menudo complementarios, afirma el Padre
Bovati, y muchos de ellos muestran en cambio cómo el Señor en su actuar tiene
en cuenta la resistencia de los hombres y desea siempre una respuesta, no se
impone y desea una relación con la criatura "incluso de cooperación, de
colaboración valiente", hasta el punto de que depende en cierto sentido
del hombre para llevar a cabo la acción salvífica de Dios en los asuntos
humanos.
El desierto, "figura
de vida"
Los
40 años pasados en el desierto significan toda la existencia, el desierto es
una representación de nuestra tierra, donde el hombre sufre, pero donde Dios se
revela y lo hace "en el actuar de sus siervos". El Padre Bovati
reitera un punto fundamental: "Debemos asumir responsablemente en
obediencia la tarea de hacer el bien como si nuestras manos fueran las manos de
Dios. Esto sucede cuando el siervo de Dios vive la doble virtud de la escucha:
escuchar la voz de Dios y escuchar el grito del pueblo que se le ha confiado.
El
desierto, reitera el predicador, "es una figura de la vida. Es un tiempo
que puede convertirse en tentación, "es nuestro tiempo, el tiempo del
hombre". Dios pone a prueba a su pueblo para que madure en la fe y al
mismo tiempo despierta a hombres capaces de ayudar a los que están en la
prueba, como en el caso de Moisés. Él escucha el grito de los que sufren,
aunque si expresadas mal y si las exigencias de su pueblo le ponen en
dificultades porque él mismo no sabe cómo responder. Pero él escucha porque
Dios lo hace así. "Incluso nuestras oraciones son siempre muy imperfectas
y sobre todo el grito de la gente pobre se rompe a menudo". Moisés
entonces invoca con fe al Señor en oración que vence la tentación y es
escuchado.
Al amar se enseña a amar
El
predicador introduce un nuevo concepto: en el relato bíblico se dice que
"en ese lugar el Señor impuso la ley y el orden al pueblo".
"Esto significa", explica el predicador, "que en el mismo acto
de rescate, debe inculcarse la relación de obediencia con el Señor". En el
amar, por lo tanto, se enseña a amar, “en la obra de la misericordia corporal
se hace también la obra de la misericordia espiritual, se llega al corazón de
las personas, poniéndolas en condiciones de creer en Dios y de obrar como Dios
quiere, es decir, en el amor”.
Finalmente
el Padre Bovati mira el pasaje del Evangelio del juicio final. Todo el juicio
se centra en una sola cosa: en ayudar o no a los pequeños necesitados. Así que
hay una concreción del hacer, que exige cuidar de un cuerpo que sufre, pero
también del corazón del que sufre. En los más pequeños, dice el Evangelio, está
Jesús pero, el predicador se pregunta, "¿cómo es posible ver que ayudamos
a Dios mismo cuando socorremos a los pequeños? ¿Cómo pueden nuestros ojos de carne
ver realmente que esto es así?". Luego concluye: “Es sin ver que nosotros
amamos, sin gloria, sin honor, en el don de sí mismo hasta el punto de morir,
está la plenitud del bien, está la bendición del Padre de la vida”.
Adriana
Masotti – Ciudad del Vaticano
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