“Sólo Dios puede hacer que se conserve o se prolongue una vida, pero tú
puedes hacer que esté llena o vacía…”
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Vivimos en un
mundo que todo el tiempo nos repite que somos capaces de todo, que siempre que
nos propongamos algo lo lograremos, que los sueños están para cumplirse, que si
le ponemos pasión a lo que hacemos conseguiremos todo; no poco, todo.
Sin embargo, yo
-como Martín Descalzo- estoy segura de que los hombres no servimos para
nada, para casi nada:
“Cuanto más
avanza mi vida, más descubro qué pobres somos y cómo todas las
cosas verdaderamente importantes se nos escapan. En realidad, es Dios
quien lo hace todo, quien puede hacerlo todo. Tal vez nosotros ya haríamos
bastante con no enturbiar demasiado el mundo”.
Suele suceder
que, al inicio de nuestra vida cristiana -cuando apenas nos hemos encontrado
con el Señor- queremos comernos el mundo.
Nada nos parece
suficiente y queremos que todo sea distinto. Queremos hacer grandes
cosas y pretendemos que todos estén en la misma página que nosotros.
Luego empezamos
a caer en la cuenta de que nuestras fuerzas son limitadas, de que no somos
suficientes, que nos cansamos, nos desanimamos, que queremos mucho, pero
hacemos poco, que prometemos mucho, pero cumplimos muchísimo menos.
Nuestros deseos
y sueños superan por mucho a nuestra pequeñez, y comenzamos a comprender
que se trata más de dejar hacer a Dios, que de nosotros hacer.
Continúa
diciéndonos Martín Descalzo:
“Por eso,
cada vez me propongo metas menores. Ya no sueño con cambiar el mundo, y a veces
me parece bastante con cambiar un tiesto de sitio. Y, sin embargo,
otras veces pienso que, pequeñas y todo, esas cosillas que logramos hacer
podrían llegar a ser hasta bastante importantes.
Y entonces, en
los momentos de desaliento, me acuerdo de una oración de cristianos brasileños
que una vez escuché y que no he olvidado del todo, pero que, reconstruida ahora
por mí, podría decir algo parecido a esto:
Sí, ya sé
que sólo Dios puede dar la vida; pero tú puedes ayudarle a
transmitirla.
Sólo Dios puede
dar la fe, pero tú puedes dar tu testimonio.
Sólo Dios es el
autor de toda esperanza, pero tú puedes ayudar a tu amigo a encontrarla.
Sólo Dios es el
camino, pero tú eres el dedo que señala cómo se va a Él.
Sólo Dios puede
dar el amor, pero tú puedes enseñar a otros como se ama.
Dios es el
único que tiene fuerza, la crea, la da; pero nosotros podemos animar al
desanimado.
Sólo Dios puede
hacer que se conserve o se prolongue una vida, pero tú puedes hacer que esté
llena o vacía.
Sólo Dios puede
hacer lo imposible; sólo tú puedes hacer lo posible.
Sólo Dios puede
hacer un sol que caliente a todos los hombres; sólo tú puedes hacer una silla
en la que se siente un viejo cansado.
Sólo Dios es
capaz de fabricar el milagro de la carne de un niño, pero tú puedes hacerle
sonreír.
Sólo Dios hace
que bajo el sol crezcan los trigales, pero tú puedes triturar ese grano y
repartir ese pan.
Sólo Dios puede
impedir las guerras, pero tú pues no reñir con tu mujer o tu hermano.
Sólo a Dios se
le ocurrió el invento del fuego, pero tú puedes prestar una caja de cerillas.
Sólo Dios da la
completa y verdadera libertad, pero nosotros podríamos, al menos, pintar de
azul las rejas y poner unas flores frescas en la ventana de la prisión.
Sólo Dios
podría devolverle la vida del esposo a la joven viuda; tú puedes sentarte en
silencio a su lado para que se sienta menos sola.
Sólo Dios puede
inventar una pureza como la de la Virgen; pero tú puedes conseguir que alguien,
que ya las había olvidado, vuelva a rezar las tres avemarías.
Sólo Dios puede
salvar al mundo porque sólo Él salva, pero tú puedes hacer un poco más
pequeñita la injusticia de la que tiene que salvarnos.
Sólo Dios puede
conseguir que reciba esa carta la vecina del quinto, porque Dios sabe que aquel
antiguo novio hace muchos años que la olvidó; pero tú podrías suplir hoy un
poco esa carta con un piropo y una palabra cariñosa.
En realidad, ya
ves que Dios se basta a sí mismo, pero parece que prefiere seguir
contando contigo, con tus nadas, con tus casi -nadas” (José Luis Martín
Descalzo, Razones desde la otra orilla).
Me gusta pensar
que somos el brazo humano de ese Dios que se basta a sí mismo.
Luisa
Restrepo
Fuente: Aleteia