Ayer, durante la misa matutina, Francisco oró una vez
más por las familias, obligadas a quedarse en casa por la emergencia del
coronavirus. En su homilía instó a rezar con humildad, sin la presunción de
sentirse justos
El Papa presidió nuevamente hoy la misa matutina
transmitida en vivo desde la Casa Santa Marta, como lo hace en este momento de
emergencia debido a la pandemia del coronavirus. Introduciendo la celebración
eucarística, dirigió sus pensamientos a las familias.
Hoy me gustaría recordar a las familias que no pueden
salir de la casa. Tal vez el único horizonte que tienen es el balcón. Y ahí
dentro, la familia, con los niños, los chicos, los padres... Para que puedan
encontrar una forma de comunicarse bien entre ellos, para construir relaciones
de amor en la familia, y para superar la angustia de este tiempo juntos, en
familia. Rezamos por la paz de las familias hoy, en esta crisis, y por la
creatividad.
Comentando las lecturas del día, tomadas del Libro del
Profeta Oseas (Os 6, 1-6) y del Evangelio en el que Jesús relata la parábola
del fariseo y del publicano (Lc 18, 9-14), Francisco exhorta a volver a la
oración, una oración humilde, sin la presunción de los que se consideran más
justos que los demás.
A continuación, el texto de la homilía según una
transcripción nuestra:
Esa Palabra del Señor que escuchamos ayer:
"Vuelve, vuelve a casa" (cf. Os 14, 2); en el mismo libro del profeta
Oseas encontramos también la respuesta: "Vengan, volvamos al Señor"
(Os 6, 1). Es la respuesta cuando ese "vuelve a casa" toca el
corazón: "Volvamos al Señor: Él nos ha desgarrado y nos curará". Nos
ha golpeado y nos vendará. [...] Apresurémonos a conocer al Señor, su venida es
tan segura como el amanecer" (Os 6:1,3). La confianza en el Señor es
segura: "Vendrá a nosotros como la lluvia del otoño, como la lluvia de la
primavera que fecunda la tierra" (v. 3). Y con esta esperanza el pueblo
comienza el viaje de regreso al Señor. Y una de las maneras, de las formas de
encontrar al Señor es la oración. Oremos al Señor, volvamos a Él.
En el Evangelio (cf. Lc 18:9-14) Jesús nos enseña a
orar. Hay dos hombres, uno presuntuoso que va a rezar, pero para decir que es
bueno, como si le dijera a Dios: "Mira, soy tan bueno: si necesitas algo,
dímelo, yo resolveré tu problema". Así se dirige hacia Dios. Presunción.
Tal vez hacía todo lo que decía la Ley, lo dice: "Ayuno dos veces a la
semana, pago los diezmos por todo lo que tengo". (v. 12) ... "Soy
bueno". Esto también nos recuerda a otros dos hombres. Nos recuerda al
hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, cuando le dice a su padre:
"Yo, que soy tan bueno, no tengo la fiesta, y éste, que es un desgraciado,
le haces la fiesta...". Presuntuoso (cf. Lc 15:29-30). El otro, cuya
historia hemos escuchado en estos días, es la de aquel hombre rico, un hombre
sin nombre, pero que era rico, incapaz de hacerse un nombre, pero era rico, no
le importaba la miseria de los demás (cf. Lc 16, 19-21). Son estos los que
tienen seguridad en sí mismos o en el dinero o el poder.
Luego está el otro, el publicano. Que no va delante
del altar, no, se queda lejos. "Deteniéndose a distancia, ni siquiera se
atrevió a levantar los ojos al cielo, pero se golpeó el pecho diciendo:
"Oh Dios, ten piedad de mí, un pecador"" (Lc 18:13). Esto nos
lleva también al recuerdo del hijo pródigo: se dio cuenta de los pecados que
había cometido, de las cosas malas que había hecho; él también se golpeó el
pecho: "Volveré a mi padre y [le diré]: padre, he pecado".
Humillación (cf. Lc 15:17-19). Nos recuerda a ese otro hombre, el mendigo
Lázaro, a la puerta del rico, que vivió su miseria ante la presunción de ese
señor (cf. Lc 16, 20-21). Siempre esta combinación de personas en el Evangelio.
En este caso, el Señor nos enseña a rezar, a
acercarnos al Señor: con humildad. Hay una hermosa imagen en el himno litúrgico
de la fiesta de San Juan Bautista. Dice que el pueblo se acercó al Jordán para
recibir el bautismo, "alma y pies desnudos": rezar con el alma
desnuda, sin maquillaje, sin disfrazar sus virtudes. Él, lo leemos al principio
de la misa, perdona todos los pecados, pero necesita que le muestre los
pecados, con mi desnudez. Rezar así, desnudo, con el corazón desnudo, sin
tapujos, sin siquiera tener fe en lo que he aprendido sobre la oración...
Rezar, tú y yo, cara a cara, el alma desnuda. Esto es lo que el Señor nos
enseña.
En cambio, cuando vamos al Señor un poco demasiado
seguros de nosotros mismos, caemos en la presunción de que este [fariseo] o el
hijo mayor o ese hombre rico a quien no le faltaba nada. Tendremos nuestra
confianza en otra parte. "Yo voy al encuentro del Señor..., quiero ir
allí, para ser educado... y le de tú a tú, prácticamente...". Este no es
el camino. El camino es rebajarse, el rebajarse. El camino es la realidad. Y el
único hombre aquí, en esta parábola, que entendió la realidad, fue el
publicano: "Tú eres Dios y yo soy un cantero". Esa es la
realidad. Pero yo digo que soy un pecador no con la boca: con el corazón.
Sentirse pecador.
No olvidemos lo que el Señor nos enseña: justificarse
es soberbia, es un orgullo, es exaltarse a sí mismo. Es disfrazarse de lo que
no soy. Y las miserias permanecen dentro. El fariseo se justificaba a sí mismo.
Es necesario confesar los pecados directamente, sin justificarlos, sin decir:
"Pero, no, yo hice esto, pero no fue mi culpa...". El alma desnuda.
El alma desnuda.
Que el Señor nos enseñe a entender esto, esta actitud
para comenzar la oración. Cuando empecemos a rezar con nuestras
justificaciones, con nuestras certezas, no será una oración: será hablar con el
espejo. En cambio, cuando empezamos la oración con la verdadera realidad -
"Soy un pecador, soy un pecador" - es un buen paso adelante para
dejarnos mirar por el Señor nos mire. Que Jesús nos enseñe esto.
También hoy, Francisco terminó la celebración con la
adoración y la bendición eucarística, invitándonos a hacer la comunión
espiritual.
A continuación, la oración recitada por el Papa:
Jesús mío, creo que estás realmente presente en el
Santísimo Sacramento del altar. Te amo por encima de todas las cosas y te deseo
en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos
espiritualmente a mi corazón. Y como ya has venido, te abrazo y me uno todo a
ti. No dejes que me separe jamás de ti.
Vatican News