El sentido de la
genuflexión
Con
motivo de las Navidades fui a la iglesia acompañado de una persona que no es
creyente, o al menos eso dice. Me había dicho que no había pisado una iglesia
desde la Primera Comunión.
En la conversación comentaba que la Iglesia tiene cada vez menos seguidores y solo hace falta ver que la gente que va a misa es cada vez más vieja.
En la conversación comentaba que la Iglesia tiene cada vez menos seguidores y solo hace falta ver que la gente que va a misa es cada vez más vieja.
“¿Tú
crees realmente eso?”, le pregunté. “¡Es evidente!”, me respondió. “No entiendo
de qué “evidencia” me hablas, pues me has dicho que llevas casi 40 años sin
pisar una iglesia”. “Bueno… -se excusó- es lo que me han dicho”.
Le
invité a asistir a una misa un domingo a las doce. La iglesia estaba bastante
llena y, lógicamente había gente de todas las edades, sin faltar jóvenes y
niños con padres jóvenes que suelen colocarse al final del templo por si lloran
o berrean o gritan.
Aquello
desmentía a quienes habían informado (“me lo han dicho”) a este amigo: gentes
de todas las edades. Había un confesor que estaba muy solicitado, también por
fieles de todas las edades. Le indiqué este hecho. “La gente se confiesa porque
necesita del perdón, del perdón de Dios y una palabra de aliento de la inmensa
misericordia divina”.
Me
hizo notar un dato en el que yo no había caído. “Mira lo que hace la gente al
pasar por delante del sagrario: unos –pocos—hacen una genuflexión, hincan la
rodilla derecha hasta el suelo, otros hincan la rodilla izquierda, otros unos
centímetros la rodilla, otros –los más—pasan por delante del Sagrario como por
delante de un árbol o de una piedra, y otros inclinan la cabeza. ¡Ya no es lo
de antes!”.
Me
sorprendió este análisis meticuloso de mi amigo sobre un tema que no es central
en la vida de la Iglesia ni en la liturgia. Me documenté y le expliqué qué pasa
con la genuflexión de los fieles.
Lo
más importante, dije, es la fe en Jesucristo, centro y cabeza de la Iglesia. Los
fieles van a misa porque aman a Jesucristo y van los domingos porque quieren
cumplir con un precepto muy importante de la Iglesia: participar en el
sacrificio de la cruz de nuestro redentor. Gracias al sacrificio somos Hijos de
Dios en Él y podemos participar en la vida de la gracia que se nos da en los
sacramentos.
Por
consiguiente, quien va a misa los domingos o los días de labor, es porque ama a
Jesucristo y lo quiere hacer el centro de su vida. Este amor se manifiesta
externamente en la Iglesia cuando uno pasa por delante del Sagrario en que está
el Sacramento de la Eucaristía guardado.
Y
por respeto y cariño hacia este gran sacramento, en el que Jesús se nos dio
para siempre, los fieles hacen un acto externo (y también interno) de adoración
-como hace el sacerdote después de la elevación del Cuerpo y Sangre de Cristo—
y también es como un saludo a quien preside dentro del templo, Jesucristo.
En
consecuencia, la genuflexión es la manifestación del afecto y sumisión hacia el
Redentor que está presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de modo
sacramental en la Sagrada Hostia. Los que pasan por delante del sagrario como
su fuese una piedra demuestran escaso amor y respeto para Dios allí presente.
Genuflexión
viene del latín “genu” (rodilla) y “flexio” (flexión), que desde la Edad Media
se utiliza en Occidente para venerar al Santísimo Sacramento. Es un acto de
sumisión, pues no es una casualidad que la genuflexión al principio era usada
por los vasallos ante sus reyes para mostrarles su sumisión.
Después
se aceptó en la liturgia cristiana con la diferencia de que ante los reyes se
hincaba la rodilla izquierda y ante el Santísimo Sacramento la rodilla derecha
hasta tocar el suelo, con el cuerpo erguido.
Hoy
nadie hinca la rodilla ante reyes o autoridades humanas, y la genuflexión (con
la derecha o con la izquierda) ha quedado reservada en Occidente solo a Dios
presente en la Eucaristía.
En
Oriente, el rito habitual de saludo, cariño, reverencia y sumisión es la
inclinación profunda del cuerpo, ya que no existe la práctica de la genuflexión
ante nadie, ni ante las deidades antiguas. También se hace inclinación
profunda en Occidente cuando una persona tiene problemas en la rodilla, ya sea
por edad o por lesión o enfermedad.
La
liturgia prevé también la adoración de la Eucaristía, en actos solemnes,
hincando las dos rodillas al suelo y haciendo una reverencia con la cabeza, si
esta es la tradición y siempre que no haya impedimentos físicos.
En
resumen, le dije a mi amigo, en la Iglesia no somos un ejército que desfila
disciplinadamente en los templos. Cada uno venera y adora a Dios en la
Eucaristía según el cariño, el afecto y el amor que le sale de dentro ante
Jesús Sacramentado. Se puede hincar la rodilla derecha, la izquierda o inclinar
el cuerpo. Todo es válido si hay amor a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
SALVADOR ARAGONÉS
Fuente:
Aleteia