En su homilía de la misa de la mañana, celebrada en la
Casa de Santa Marta, Francisco recordó que ser "buen cristiano"
significa escuchar lo que el Señor dice sobre la justicia, sobre la caridad,
sobre el perdón y sobre la misericordia.
Ser dóciles a la Palabra de Dios, que "es siempre
una novedad". Esta fue la exhortación del Papa durante la misa de la
mañana en la Casa de Santa Marta. Reflexionando sobre la Primera Lectura,
Francisco se detuvo sobre el rechazo "por parte de Dios" de Saúl como
rey, "profecía" confiada a Samuel.
Los pasos de la
corrupción
El "pecado de Saúl", explicó el Pontífice,
fue la "falta de docilidad" a la Palabra de Dios, pensando que la
propia "interpretación" de la misma era "más justa". Ésta,
aclaró el Papa, es la "sustancia del pecado contra la docilidad": el
Señor le había dicho que no tomara nada del pueblo que había sido vencido, pero
así no sucedió.
Cuando Samuel va a reprocharlo por parte del Señor, él
dice: "Pero, mira, había bueyes, había muchos animales gordos, buenos, y
con ellos hice un sacrificio al Señor". No puso nada en su bolsillo, los
demás sí. Por el contrario, con esta actitud de interpretar la Palabra de Dios
como le parecía justo, permitió que los demás se pusieran algo del botín en sus
bolsillos. Los pasos de la corrupción: se comienza con una pequeña
desobediencia, una falta de docilidad, y se va adelante, adelante, adelante.
La falta de
docilidad
Después de haber "exterminado" a los
amalecitas, recordó Francisco, el pueblo tomó del botín "ganado pequeño y
grande, primicias de lo que se destina al exterminio, para sacrificar al
Señor". Es Samuel quien recuerda cómo a los holocaustos y a los
sacrificios, el Señor prefiere "la obediencia a la voz" de Dios,
aclarando la "jerarquía de los valores": es más importante tener un
"corazón dócil" y "obedecer" que – señaló el Pontífice –
"hacer sacrificios, ayunos, penitencias". El "pecado de la falta
de docilidad", continuó Francisco, radica precisamente en "ese
preferir" lo que "yo pienso y no lo que el Señor me manda y que tal
vez no entiendo": cuando uno se rebela contra la "voluntad del
Señor", no se es dóciles, "es como – explicó – si fuera un pecado de
adivinación". Como si, aun diciendo que crees en Dios, fueras "al
adivino para que te lea las manos 'por si acaso'". El no obedecer al
Señor, la falta de docilidad – dijo el Santo Padre – es como una
"adivinación".
Cuando te obstinas ante la voluntad del Señor eres un
idólatra, porque prefieres lo que tú piensas, ese ídolo, a la voluntad del
Señor. Y a Saúl esta desobediencia le costó el reino: "Por cuanto
rechazaste la Palabra del Señor, el Señor te rechazó como rey". Esto debe
hacernos pensar un poco en nuestra docilidad. Muchas veces nosotros preferimos
nuestras interpretaciones del Evangelio o de la Palabra del Señor al Evangelio
y a la Palabra del Señor. Por ejemplo, cuando caemos en las casuísticas, en las
casuísticas morales... Ésta no es la voluntad del Señor. La voluntad del Señor
es clara, Él la hace ver con los mandamientos en la Biblia y te la hace ver con
el Espíritu Santo dentro de tu corazón. Pero cuando yo soy obstinado y
transformo la Palabra del Señor en ideología, soy un idólatra, no soy dócil. La
docilidad, la obediencia.
Misericordia y
no sacrificios
Aludiendo al Evangelio de Marcos de hoy, Francisco
recordó cómo se criticaba a los discípulos "porque no ayunaban". Es
el Señor quien explica cómo nadie va a coser un trozo de tela cruda en un
vestido viejo, porque correría el riesgo de empeorar el desgarro. Y cómo nadie
vierte vino nuevo en odres viejos, de lo contrario los odres se romperían,
perdiéndolo todo: por lo tanto "vino nuevo en odres nuevos".
La novedad de la Palabra del Señor – porque la Palabra
del Señor siempre es novedad, siempre nos lleva adelante – siempre gana, es
mejor que todo. Vence la idolatría, vence la soberbia y vence esta actitud de
estar demasiado seguros de sí mismos, no por la Palabra del Señor sino por las
ideologías que yo he construido en torno a la Palabra del Señor. Hay una frase
muy buena de Jesús que explica todo esto y que viene de Dios, tomada del
Antiguo Testamento: "Misericordia quiero y no sacrificios".
Confianza en
Dios
Ser un "buen cristiano" significa entonces
ser "dócil" a la Palabra del Señor, escuchar lo que el Señor dice
"sobre la justicia", "sobre la caridad", "sobre el
perdón", "sobre la misericordia" y no ser "incoherentes en
la vida", utilizando "una ideología para poder ir adelante". Es
verdad, añadió, que la Palabra del Señor "a veces nos pone 'en
problemas'", pero también "el diablo hace lo mismo",
"engañosamente". Ser cristiano es, por lo tanto, "ser
libres", a través de la "confianza" en Dios.
Giada Aquilino – Ciudad
del Vaticano
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