«Me llamo Humildad,
tengo 87 años. No nací en este pueblo, pero vivo en él desde los 20 años. Hago
las tareas de mi casa y la celebración de la Palabra en la parroquia los
domingos que no pueden venir los sacerdotes»
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Foto: Diócesis de Salamanca |
Esta vecina de Peralejos de Arriba, un municipio salmantino de 24
habitantes, es la encargada de que los doce vecinos asiduos a la parroquia
tengan acceso cada semana a la Eucaristía y a la Palabra de Dios.
«Hija, espera un momentito
que tengo la olla puesta con la comida y no quiero que se me queme [ríe]».
Tarda dos segundos en apagar el fuego –literalmente fuego– y vuelve a coger el
teléfono, ufana. «Sí, yo me encargo de la Palabra, pero ¡porque no se atrevía
nadie más!», exclama. Humildad García, vecina de Peralejos de Arriba, un
municipio salmantino pegado a Vitigudino y a 61 kilómetros de la capital, tiene
87 años y su labor diaria consiste en cuidar su casa y las almas de sus
vecinos.
Todo empezó hace cuatro
años, cuando dos sacerdotes –Francisco Fraile y José Antonio Andújar–, que
atienden una zona compuesta por doce pueblos, reunieron a los doce asiduos
parroquianos de Peralejos de Arriba y les pidieron ayuda. «No tienen tiempo de
atender a todas las parroquias, así que nos propusieron que alguno de nosotros
celebrásemos la Palabra los domingos que ellos faltasen». No se atrevía nadie.
«Insistieron». Nada, no había manera. «Yo dije que vale, porque veía que ellos
buscaban que lo hiciese yo [vuelve a reír]». «Me decidí y estoy muy contenta,
porque pensaba que mis vecinos no iban a bajar si presidía yo la celebración.
Pero bajan todos, ¡no ha fallado nadie! Y yo preocupada porque creí que no iban
a venir ni tres», admite Humildad.
Es domingo
Es domingo, día del Señor.
Esta semana los sacerdotes no pasan por Peralejos de Arriba. «También atienden
a las agustinas recoletas de Vitigudino, que son de clausura, y claro, allí van
todos los días». Cuando vienen los curas, la Eucaristía es a las 10:30 horas.
Pero si celebra ella, lo hace a las 12:00 horas. A veces, los sacerdotes
aparecen de forma inesperada. «Cuando ellos me avisan de que vienen, llamo por
teléfono a los vecinos para que se levanten antes».
Si no acuden, Humildad
García deja todos sus quehaceres y se prepara, bastón en mano –«hija, estoy muy
mayor y ya me muevo mal»– para abrir la parroquia de San Julián que por cierto,
venera a san Mateo –«[ríe de nuevo, y más tiempo]. Es que un señor nos regaló
una imagen de san Mateo y empezamos a celebrarle a él. Hija, así se quedó»–.
Sube con dificultad al ambón, agarrándose con una mano a su apoyo de madera y
con otro al pasamanos que han instalado en las escaleras, ex profeso para
ella. Cristo en la cruz la observa desde atrás. «Hermanos, ya sabéis cómo
tenéis que imitar mi ejemplo.
No viví entre vosotros sin
trabajar […]», lee alto y claro la segunda carta del apóstol san Pablo a los
Tesalonicenses. Está especialmente exultante; los miembros de la Delegación de
Comunicación de la diócesis de Salamanca han ido a grabar un vídeo sobre su
apostolado. «Para que la Iglesia haga fructificar el tesoro de valores que
Cristo ha depositado en ella…», es el turno de las preces, que también lee
ella. Al final, se acercan juntos frente a una imagen de Nuestra Señora de los
Villares. «Líbranos de todo peligro, oh siempre, Virgen gloriosa y bendita»,
cantan.
«Yo me encargo de todo,
menos de explicar el Evangelio del día. No me atrevo» dice, haciendo gala de su
nombre. Por eso los sacerdotes, cuando visitan el pueblo un domingo cada 15
días, o algún día entre semana, consagran las formas y dejan una hojita con la
explicación de la Palabra para que ella lea la homilía. «También pido ayuda a
mi hija, que vive aquí en el pueblo, para que lea la primera y la segunda
lectura».
Humildad no solo provee a
este ejemplo de España vaciada de la posibilidad de escuchar la Palabra de Dios
y de comulgar. También es «el único momento que tenemos los vecinos de
juntarnos, porque somos pocos y muy mayores, y si no es para ir a la Iglesia,
no salimos de casa». Así que aprovechan el encuentro dominical para «rezar
juntos y comulgar», y después «charlar a la salida un ratito, bajo el
portalillo».
La guardiana de la Luz
En Peralejos de Arriba no
hay niños. Y el matrimonio más joven supera los 60 años. «Antes éramos más,
pero los jóvenes se ha ido marchando y otros se van muriendo, así que las casas
se quedan cerradas». Eso sí, «en verano se llena el pueblo, porque hay gente
que vive la ciudad y se ha hecho casa aquí».
Pregunto cómo acceden a los
servicios básicos:
—Tenemos que ir a
Vitigudino, que es muy grande y está a ocho kilómetros.
—Vaya, hay que coger el
coche cada día.
—Sí, pero tenemos cerca
pueblos que tienen todavía menos. Uno de los que atienden los sacerdotes,
Villargordo, tiene alrededor de diez personas. El otro, Villarmuerto, tiene
cuatro.
—¡¿Y allí celebran Misa?!
—Solo van en la festividad
de los santos y en las fiestas patronales.
Humildad tiene suerte. Vive
con su marido, albañil de profesión y antiguo manitas de la parroquia, y tiene
una hija casada que se estableció también en el pueblo. «Ella es la que me
ayuda a mover los bancos cuando toca barrer, porque yo ya no puedo coger peso».
Su hija, y otros vecinos de Peralejos de Arriba, que acuden a la llamada de la
salmantina: «Cuando voy a limpiar, toco la campana y la gente viene a
ayudarme».
Además, ella prepara a los
sacerdotes «todo lo necesario para la celebración. Cuando vienen a dar Misa, no
tienen más que subir al altar y dar comienzo a la Liturgia». Otra de las tareas
que se impone la mujer, como albacea de las llaves del templo, es abrir cada
día el portón de San Julián para comprobar que la vela del Santísimo está
encendida, «porque a veces entran los murciélagos y la apagan».
La guardiana de la Luz de
Peralejos de Arriba concluye: «Me dicen que soy mayor, que me muevo mal y me
puedo caer al subir al altar. No sé cuánto durará esto, pero de momento para mí
no es ningún trabajo, es un alivio, un servicio que hago sin recibir nada a
cambio».
Cristina Sánchez Aguilar
Fuente: Alfa y Omega