Para Él
no hay tiempo
Dios creó el cielo y la
tierra, es el creador de todo lo material e inmaterial, visible o invisible
(Col 1, 16), señala el Credo de la Iglesia católica. Y la creación de Dios no
es cuestión sólo de un momento (del momento en que todo empezó a existir) sino que
además Dios mantiene su obra en constante creación cuando, sobre todo, cada
elemento creado genera a otro.
Con Dios todo es diferente.
Las palabras de Pablo, de la cita inicial, indican que Dios tiene unos atributos que están más
allá de nuestra comprensión. Uno de los atributos divinos es su eternidad. De
aquí que Dios sea siempre el mismo, Dios no
cambia, todo lo creado sí cambia.
Y como Dios no cambia pues en Él no hay tiempo. El
tiempo es en sí mismo cambio, medición de movimiento. El tiempo comenzó con la
creación del universo cambiante. En Dios no hay sucesión de tiempo, no hay
pasado ni futuro; en Dios hay un “eterno presente”.
Dios simplemente “es” el que
es. Por esto su nombre es “Yo Soy el que soy” (Ex 3, 14-15), expresión que usó
también Jesús para hacer ver su divinidad: “Antes que naciese Abraham, Yo Soy”
(Jn 8, 58). Jesús no dice, por ejemplo, antes de que naciese Abraham yo fui o
yo era o yo seré, etc.
Dios no es creado; lo señala
también el credo cuando dice que Jesús fue engendrado, no creado, de la misma
naturaleza del Padre. Del atributo divino de la eternidad se deriva otro de sus
atributos: el de su inmutabilidad. Dios siempre ha existido, tal cual es; Dios
nunca fue creado, es eterno. Sí, Dios es inmutable porque es eterno.
Si Dios es eterno, de
consecuencia no
existe un momento en que Dios no existiera, como tampoco habrá un momento en
que Dios dejará de existir. Dios
no tiene principio, ni fin, es sempiterno (siempre eterno).
“Al Dios único…, gloria,
majestad, fuerza y poder antes de todo el tiempo, ahora y por todos los siglos.
Amén” (Judas, 25). Y san Pablo dice: “Al Rey de los siglos, al Dios inmortal,
invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Tim 1,
17).
El pensar de que Dios sea
creación del ser humano, de que Dios haya tenido un principio o de que haya
sido creado obliga a formularse la siguiente pregunta: ¿y entonces quién lo creó a Él? Se entra entonces en una especie
de espiral hacia atrás sin sentido e indefinida.
Dios no tiene principio ni
fin; si los tuviera, -o sólo tuviera principio o sólo fin-, no sería Dios. Dios
es el primero y como es el primero su existencia no puede depender de otro,
pues entonces sería el segundo. El primero es eterno, no tiene principio, no
puede tener comienzo; el segundo, sí.
El creado no puede llamarse a
la existencia por sí solo, pues nada antes de existir puede hacer algo por sí
mismo. Por eso el primer ‘ser’ tiene que ser eterno. Y a este primer ser
eterno, que es el principio creador, le llamamos Dios.
Sólo Dios es realmente eterno, sin principio ni fin. Todo
lo demás es creado por Él, incluso algunas cosas creadas que consideramos
erróneamente como eternas: los ángeles, el alma, por ejemplo. Estas realidades
no son eternas; son, más apropiadamente hablando, inmortales. Inmortal significa que no tendrá fin, pero sí
que tuvo principio. Y los ángeles y el alma son seres creados; no existen desde
la eternidad.
Saber que Dios es eterno
influye positivamente en nuestra vida. Aceptar esta verdad de la eternidad de
Dios permite entender la lógica de Cristo cuando habla de darnos vida
eterna, de ser partícipes de su vida eterna; con
Dios la vida tiene sentido y tenemos presente y futuro.
El gozar de Dios no es por
tanto cosa de unos cuantos años terrenales sino por siempre, in saecula saeculorum. Aunque
esta experiencia temporal, tal como la vemos y la tocamos, sea corta, Dios es
“para nosotros un refugio de edad en edad (Sal 90, 1).
HENRY VARGAS HOLGUÍN
Fuente: Aleteia