Cada día puedes descubrir el significado de la alianza que llevas en el
dedo, lo recordaba de una forma muy bonita el orfebre de san Juan Pablo II:
“Ninguna de las dos alianzas tiene peso por sí sola – pesan solo las dos
juntas”
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Me voy lejos. A
1960, cuando Andrzej Jawien, un autor polaco, publica en el mensual
católico Znak un drama teatral, El taller del orfebre.
Detrás de ese nombre, desconocido para todos, se ocultaba el futuro papa Juan
Pablo II, Karol Wojtyla. Una hermosa obra que gira alrededor de un taller de un
orfebre y cuenta poéticamente tres historias para permitirnos meditar sobre el
sacramento del matrimonio.
El orfebre es
la voz de la Divina Providencia que interviene revelando a las conciencias de
los protagonistas, guiando su camino, recordándoles su buen destino que ya está
empezando a revelarse a través de la opción matrimonial. Una obra llena de
diálogos breves, pequeñas piedras preciosas que Karol nos regala.
Pone toda su
atención en los cónyuges, y esa será una de las características distintivas de
su pontificado.
A continuación
les traigo el diálogo entre Anna y el orfebre. Anna está ahora decepcionada y
cansada de su matrimonio:
Una vez, al
volver del trabajo, y al pasar cerca del orfebre, me dije: -Se podría vender,
por qué no, mi alianza (Stefano no se daría cuenta, ya no existía casi para él.
Quizá me traiciona, no lo sé, porque ya no me ocupaba de su vida. Se había
vuelto indiferente para mí. Quizá, después del trabajo, iba a jugar cartas,
después de beber volvía tarde, sin hablar, y si decía algo respondía con
silencio).
Esa vez decidí
entrar. El orfebre miró la alianza, la sopesó largamente en la palma de su mano
y me miró a los ojos. Y luego descifró la fecha escrita dentro de la alianza.
Me miró nuevamente a los ojos y la puso en la balanza… luego dijo: “Esta
alianza no tiene peso, la aguja está siempre en cero y no puedo obtener de ella
ni siquiera un miligramo de oro. Su marido debe estar vivo; en tal caso ninguna
de las dos alianzas tiene peso por sí sola, pesan solo las dos juntas. La
balanza del orfebre tiene esta particularidad, que no pesa el metal en sí
mismo, sino todo al ser humano y su destino”.
Tomé con
vergüenza el anillo y sin decir una palabra me fui del taller.
He leído y releído este pasaje. San Juan
Pablo II logró expresar de manera maravillosa la belleza del matrimonio,
también en el drama de una relación enferma.
La alianza, signo de nuestra
unidad indisoluble. Uno para siempre. Unidos al mismo destino. Nuestro
valor está unido al de otra persona. Nuestra salvación
está unida a la de otra persona. Por eso no es equivocado, en mi opinión, hacer
un paralelismo.
El sacerdote que lleva la casulla se prepara entre otras
cosas para renovar el sacrificio de Cristo en el Calvario. ¿Nosotros no hacemos
lo mismo?
Al llevar ese
anillo, con el nombre de mi esposa grabado dentro, he prometido darle todo de
mí mismo. Al llevar ese anillo me he comprometido a donarle mi corazón, que no
es una metáfora sentimentaloide, sino una actitud concreta: significa
cada día hacerme pequeño para hacer espacio dentro de mí.
Sus necesidades
se vuelven las mías, sus deseos los míos, sus preocupaciones las mías y
su alegría se vuelve mi alegría.
El sacerdote
Bardelli repetía a menudo las palabras de la Carta de San Pablo a los Gálatas:
“Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,20); nos repetía
estas palabras diciendo a los esposos:
Ustedes deben
decir: ya no soy yo que vivo sino mi esposo o mi esposa que vive en mí;
esto significa el sacramento del matrimonio, Cristo vive en ustedes cuando
viven en la profunda comunión y donación del uno al otro.
El sacerdote
guarda la casulla, una vez que termina la misa, nosotros, el anillo, lo
llevaremos siempre hasta nuestra muerte y habrán días en que el yugo no será
siempre suave ni ligero, sino que la Gracia de Dios, si tenemos fe e invocamos
su presencia con una vida casta y en comunión con Él, nos permitirá poder decir
en cualquier circunstancia de la vida: “Oh Señor, que dijiste: Mi yugo es suave
y mi carga ligera: haz que yo pueda llevar este anillo, signo de amor y
fidelidad para conseguir tu gracia. Amén”.
Quiero terminar
con una bella reflexión. Quizá pocos saben que Juan XXIII tuvo una feliz
intuición, cuando quiso reglar a los esposos cristianos un fácil y profundo
modo de vivir la religiosidad en la pareja: es decir, vinculó una “indulgencia
especial” (y parcial) al gesto conyugal de besarse al menos una vez al
día recíprocamente la alianza.
Motivó su
decisión al concluir con estas palabras:
Es necesario
que los esposos cada día descubran el significado de la alianza que llevan en
el dedo, lo besen cada día prometiéndose ambos el respeto, la honestidad de los
hábitos, la santa paciencia del perdonarse en las pequeñas faltas, y que miren
esta alianza que llevan como vínculo de indisolubilidad en la que los hijos que
Dios quiera mandarles, aprendan a crecer en las santas virtudes que tanto gustan
a Dios y hacen feliz a Jesús, y que luego hacen feliz a la familia misma que
sabrá así ser testigo de cómo se vive como cristianos y cómo se es feliz
superando juntos cada día las grandes dificultades de la vida.
Fuente:
Aleteia