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“Dios
resiste a los soberbios” (St
4, 6), dice la Escritura. San Juan Casiano observa que esta resistencia de Dios
no existe para otros pecados: “Qué gran mal es, pues, el orgullo de merecer
tener como adversario no a un ángel, ni a otras virtudes opuestas, sino a Dios
mismo”.
En efecto, “la soberbia ataca a Dios en persona” y es muy
importante luchar contra ella.
Desear
la humildad
El
orgullo es expulsado por su contrario: la humildad. Sin embargo, una virtud se
adquiere a través de una sucesión de pequeños actos. Pero la peor humillación
-la más fecunda- es la que no se elige…
Llegar a familiarizarse con Dios
Es
posible hacer esto de varias maneras: ser un “rumiante” de la Palabra de Dios
(Jn 15,3), practicar el culto silencioso y libre, donde uno está simplemente
con Él, sin decir nada, sin hacer nada…
Cultivar la discreción
Debemos tratar de no darnos cuenta y aprender a dar en secreto, sin que nadie lo sepa (Mt 6, 1-4). Digamos que una vez al día. Si usted tiende a ser más generoso cuando camina con sus amigos, haga la resolución de dar tanto y con la misma frecuencia a los pobres cuando está solo.
Aceptar las emociones y saber cómo reírse de sí mismo
La persona
independiente que lo controla todo debe primero aprender a depender de sí
misma, especialmente de su cuerpo y sus emociones.
Reconocer sus deudas
El
independiente puede entrar en dependencia suavemente a través de la alabanza,
es decir, el reconocimiento (en el doble sentido de la palabra) de todo lo que
recibe.
Amar a los demás y no solo a uno mismo
A imagen de
Jesucristo dar su vida (su dinero, su tiempo, su amistad, su amor, etc.) para
valorar la vida de los demás.