SER RICOS EN DIOS
![]() |
Dominio público |
II.
Nuestro paso por la tierra es un tiempo para merecer; el mismo Señor nos lo ha
dado.
III.
Sólo quien se hace rico ante Dios mediante la santificación de lo ordinario y
el buen uso de los bienes materiales, quien acumula tesoros que Dios reconoce
como tales, saca provecho cierto de estos días terrenos.
«Uno de entre la multitud le dijo:
«Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Pero él le
respondió: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre
vosotros?». Y añadió: «Estad alerta y guardaos de toda avaricia, porque si alguien
tiene abundancia de bienes, su vida no depende de aquello que posee». Y les
propuso una parábola diciendo: «Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho
fruto, y pensaba para sus adentros: "¿qué haré, pues no tengo donde
guardar mi cosecha?". Y dijo: "Esto haré: voy a destruir mis
graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis
bienes. Entonces diré a mi alma: alma, ya tienes muchos bienes almacenados para
muchos años. Descansa, come, bebe, pásatelo bien". Pero Dios le dijo:
"Insensato, esta misma noche te reclamarán el alma; lo que has preparado,
¿para quién será?". Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante
Dios» (Lucas 12, 13-21).
I. Hermanos: Ya que
habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está
Cristo a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la
tierra, nos exhorta San Pablo en la Segunda lectura de la Misa. Porque los
bienes de aquí abajo duran poco y no llenan el corazón humano por muy
abundantes que sean.
Breve es la vida del hombre sobre la tierra, y la mayor parte de
ella se pasa entre dolor y fatigas; todo se disipa como el viento y apenas deja
rastro detrás de sí; en el mejor de los casos se puede reunir una gran fortuna,
que se dejará pronto a otros. ¿A qué se reducen tantos esfuerzos y fatigas, si
no se lleva consigo lo que se obtiene? Vaciedad sin sentido; todo es vaciedad,
nos recuerda otra de las lecturas de la Misa.
Frente a este vacío y a esta falta de sentido, frente a lo
inconsistente, Dios es la Roca: Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la
Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias... Dios da sentido
a la vida, al trabajo, al dolor.
Sin embargo, el corazón del hombre tiene gran facilidad para
buscar las cosas de aquí abajo sin otra dimensión trascendente, tiende a
apegarse a ellas como lo único y principal y a olvidarse de lo que realmente
importa. En el Evangelio de la Misa, el Señor toma motivo de una cuestión de
reparto de herencias que le proponen, para enseñarnos cuál es la verdadera
realidad de las cosas a la luz del final terreno. La consideración de la
muerte, de la nuestra propia, hacia la que nos encaminamos con rapidez, arroja
mucha luz sobre el sentido de la vida y de los bienes. Dice el Señor: Un hombre
rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo
donde almacenar la cosecha. Y se dijo: ...derribaré los graneros y construiré
otros más grandes... Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes
acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida...
Nos enseña el Señor que poner el corazón, hecho para lo eterno,
en el afán de riqueza y bienestar material es una necedad, porque ni la
felicidad ni la misma vida verdaderamente humana se fundamentan en ellos: no
depende la vida del hombre de la abundancia de los bienes que posee. El rico
labrador de la parábola revela su ideal de vida en el diálogo que entabla
consigo mismo. Se le ve seguro de sí porque tiene bienes, y en ellos basa su
estabilidad y felicidad. Vivir es, para él, como para tantas personas,
disfrutar lo más posible: hacer poco, comer, beber, darse buena vida, disponer
de bienes de repuesto para muchos años. Éste es su ideal; en él no hay ninguna
referencia a Dios y tampoco a los demás. Nada que le lleve a ver la necesidad
de compartir con otros los bienes recibidos.
¿Y cómo asegurar este sentido puramente material de sus días?:
Almacenaré... Sin embargo, todo lo que no se construya sobre Dios está
edificado en falso. La seguridad que dan los bienes materiales es frágil, y
también insuficiente, porque nuestra vida no se llena sino con Dios.
Podemos preguntarnos nosotros hoy, en nuestra oración, en qué
tenemos puesto el corazón. Sabiendo que nuestro destino definitivo es el Cielo,
tenemos que hacer positivos y concretos actos de desprendimiento de lo que
poseemos y usamos, y ver el modo de que otras personas más necesitadas
compartan lo nuestro, y ayudar con bienes y tiempo en tareas apostólicas.
II. En el diálogo que
sostiene el rico labrador consigo mismo interviene otro personaje -Dios- que no
había sido tenido en cuenta, y que con sus palabras revela que este hombre se
ha equivocado radicalmente a la hora de programar su modo de vivir: Necio, le
dice, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?
Todo ha sido inútil. Así será el que amas a riquezas para sí y no es rico ante
Dios.
Nuestro paso por la tierra es un tiempo para merecer; el mismo
Señor nos lo ha dado. San Pablo recuerda que no tenemos aquí ciudad permanente,
vamos en busca de lo que está por llegar. El Señor vendrá a llamarnos, a
pedirnos cuenta de los bienes que nos dejó en depósito para que los
administrásemos bien: la inteligencia, la salud, los bienes materiales, la
capacidad de amistad, la posibilidad de hacer felices a quienes nos rodean...
El Señor llegará una sola vez, quizá cuando menos lo esperábamos, como el
ladrón en la noche, como relámpago en el cielo, y nos ha de encontrar bien
dispuestos.
Aferrarse a lo de aquí abajo, olvidar que nuestro fin es
el Cielo, nos llevaría a desenfocar nuestra vida, a vivir en la más completa
necedad. Necio es la palabra que dirige Dios a este hombre que había vivido
sólo para lo material. Hemos de caminar con los pies en la tierra, con afanes,
ilusiones e ideales humanos, sabiendo prever el futuro para uno mismo y para
aquellos que dependen de nosotros, como un buen padre y una buena madre de
familia, pero sin olvidar que somos peregrinos, y solamente «actores en escena.
Nadie se crea rey ni rico, porque al final del acto nos encontraremos todos
pobres». Los bienes son meros medios para alcanzar la meta que el Señor nos ha
señalado. Nunca deben ser el fin de nuestros días aquí en la tierra.
Nuestra vida es corta y bien limitada en el tiempo: esta misma
noche han de exigirte la entrega de tu alma. Así es de escaso el tiempo: esta
misma noche, y quizá nosotros pensamos en muchísimos años, como si nuestro paso
por la tierra hubiera de durar siempre. Nuestros días están numerados y
contados; estamos en las manos de Dios. Dentro de un tiempo -quizá no largo-
nos encontraremos cara a cara con Él.
La meditación de nuestro final terreno nos ayuda a santificar el
trabajo -redimentes tempus, recuperando el tiempo perdido- y nos facilita el
aprovechar todas las circunstancias de esta vida para merecer y reparar por los
pecados, y para un desprendimiento efectivo de lo que tenemos y usamos. Un día
cualquiera será nuestro último día. Hoy han muerto -o morirán- miles de
personas en circunstancias diversísimas; jamás imaginaron que ya no tendrían
más días para desagraviar y para llenar un poco más su alforja de cara a la
eternidad.
Unas han muerto con el corazón puesto en asuntos de poca o
nula importancia en relación a su existencia definitiva más allá de la muerte;
otras tenían la vista y el corazón quizá en las mismas cosas humanas, pero
dirigidas a Dios. Éstas se encontrarán con el tesoro maravilloso que no pueden
destruir ni el orín, ni la polilla.
III.
En el momento de la muerte, el estado del alma queda fijado para siempre.
Después no hay cambio posible: el destino que nos espera en la eternidad es
consecuencia de la actitud que hayamos tomado en nuestro paso por la tierra: Si
un árbol cae al mediodía o al norte permanece en el lugar que ha caído. De aquí
las advertencias frecuentes del Señor para estar siempre en vigilia, pues la
muerte no es el término de la existencia, sino el comienzo de una nueva vida.
El cristiano no puede despreciar la existencia temporal ni
minusvalorarla, pues toda ella debe servir como preparación para su existencia
definitiva con Dios en el Cielo. Sólo quien se hace rico ante Dios mediante la
santificación de lo ordinario y el buen uso de los bienes materiales, quien
acumula tesoros que Dios reconoce como tales, saca provecho cierto de estos
días terrenos. Todo lo demás es vivir de engaños: Se mueve el hombre como un
fantasma, se afana solamente por un soplo; amontona sin saber para quién.
Si los bienes que tenemos y utilizamos están enderezados a la
gloria de Dios, sabremos utilizarlos con desprendimiento, y no nos quejaremos si
alguna vez llegan a faltar. Su carencia -cuando el Señor lo quiere o lo permite
así- no nos quitará la alegría. Sabremos ser felices en la abundancia y en la
escasez, porque los bienes no serán nunca el objeto supremo de la vida; y lo
mucho o lo poco que poseamos sabremos compartirlo con quienes carecen de ello:
creando empleo si está en nuestras manos, ayudando a promocionar obras de
cultura y de formación, contribuyendo con generosidad al sostenimiento de obras
buenas y de la Iglesia.
La consideración de la muerte nos enseña también a aprovechar
bien los días, pues el tiempo que tenemos por delante no es muy largo. «Este
mundo, mis hijos, se nos va de las manos. No podemos perder el tiempo, que es
corto (...). Entiendo muy bien aquella exclamación que San Pablo escribe a los
de Corinto: tempus breve est!, ¡qué breve es la duración de nuestro paso por la
tierra! Estas palabras, para un cristiano coherente, suenan en lo más íntimo de
su corazón como un reproche ante la falta de generosidad, y como una invitación
constante para ser leal.
Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para
dar, para desagraviar». ¿Y vamos a desaprovecharlo dejando que el corazón quede
apegado a cuatro baratijas de la tierra, que nada valen? La meditación de las
verdades eternas es un buen antídoto contra el pecado y una ayuda eficaz para
darle a nuestra vida su verdadero sentido. Nos facilita el cuidar con esmero el
trabajo de cada día, la convivencia con los demás, los deberes de caridad,
especialmente con los más necesitados, pues ésta será nuestra principal
credencial ante Dios.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org