Testimonio de un sacerdote sobre los ataques del colectivo
LGTB a la diócesis de Alcalá de Henares y la asociación "Es posible la
Esperanza"
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Photo by Raj Eiamworakul on Unsplash |
Por su interés, reproducimos el testimonio
llegado a Aleteia de un sacerdote español, sobre los ataques recibidos por la
diócesis de Alcalá de Henares, por el COF diocesano, por la asociación Es
Posible la Esperanza, y especialmente por su responsable, Belén Vendrell, por
parte de varios medios de comunicación españoles y asociaciones LGTB.
Mi nombre es
Jaume y tengo 45 años, soy sacerdote. Conocí a B. V. hace unos años después de
escuchar el testimonio alegre y optimista de unos chicos que estaban siendo
acompañados en el C.O.F de Alcalá para superar carencias, complejos y traumas
de la infancia y adolescencia.
Entiendo el rechazo general del colectivo
LGTB a las terapias reparativas, sobre todo al abuso que se ha hecho de ellas
especialmente en EEUU. También hago mías las consecuencias de la
estigmatización social que ha supuesto el considerar la AMS (atracción al mismo
sexo) una enfermedad. Si
la tendencia sexual de un individuo fuese una enfermedad, ciertamente quien le
acompaña en su “sanación” debería tener una formación en psicología,
psiquiatría o al menos en medicina general, pero como no es así no entiendo la
persecución hecha a la persona de B. V., una mujer íntegra que está ofreciendo
su vida entera al acompañamiento de jóvenes que quieren vivir en plenitud lo
que son y entender lo que sienten.
Lo que no conseguiré entender es que se
persigan estas iniciativas que tan solo responden a una necesidad que se
despierta en quienes han sido miembros de el colectivo LGTB y no han encontrado
la plenitud en un estilo de vida concreto, o en personas que simplemente no se
sienten completas con la vida que llevan.
¿Cómo se puede perseguir a quienes ayudan a
otros con su misma experiencia, su cariño y su acompañamiento a recuperar la
alegría y las ganas de vivir? ¿Nos hemos vuelto locos? Lo entendería si se usasen con estos
chicos métodos represivos, manipuladores o en cualquier modo abusivos, cosa que
yo nunca he presenciado ni permitiría (basta leer los testimonios que han
provocado el mío).
Acercarme a
esta iniciativa diocesana ha sido una de las cosas más bonitas que me han
pasado en la vida. Acompañar de cerca la evolución de estos chicos, ver como
redescubrían su masculinidad, como recuperaban sus lazos familiares, como
establecían una relación especialmente íntima con sus padres, como superaban
traumas de la infancia y complejos de todo tipo fue contagiando de optimismo mi
modo de ver las heridas que la vida proporciona a cada persona.
Las heridas,
algo que yo mismo había rechazado en mi propia vida, se convertían en una
oportunidad para recuperar lazos con los demás y con uno mismo, una oportunidad
para crecer en libertad y en capacidad de amar y una oportunidad para ver como
Dios puede sacar el bien del mal.
Algunos de estos chicos me pidieron que les
acompañase espiritualmente y ahí pude ser testigo en primera fila de auténticos
milagros y de una lucha bellísima por conquistar la felicidad más auténtica. Poco a poco me fui adentrando yo
mismo en las heridas de mi infancia y gracias a ellos pude yo también enfrentar
mis miedos. Gracias a ellos y a B.V. pude atreverme a bucear en los traumas de
mi infancia:
– para
consolar a aquel niño que no supo defenderse cuando la chica que lo cuidaba
abusaba sexualmente de él a la tierna edad de ocho años (y
que fue abusado de diversas maneras a lo largo de su infancia y adolescencia
porque cada vez que se reproducía una situación de abuso él revivía aquella
primera experiencia traumática y que ya de adulto vivía con un miedo que le
aterraba a ser abusado de nuevo, a no saber defenderse…);
– para
satisfacer su necesidad de ser afirmado como hombre (algo que
me hacía ya de mayor compararse con todos los chicos sintiéndose siempre
inferior) por un padre que, aunque lo quería con locura, andaba absorbido por
su trabajo para que no nos faltase comodidad alguna;
– para
defender a aquel niño de otros niños que se reían de él porque era un chico
sensible que se emocionaba fácilmente y lloraba al ver el
sufrimiento en los demás;
– para
acompañar a aquel niño que se miraba al espejo y se veía siempre inferior y
a enseñarle lo bello que es, lo perfecto que ha sido creado por Dios y lo mucho
que Él le ama;
– para
enseñar a aquel niño que había aprendido a anestesiar el dolor que le
acompañaba desde su más tierna infancia con placer y más
placer (algo que no hacía sino encerrarme más y más en mí mismo, apartándome de
los demás y hundiéndome en la adicción), que precisamente el amor de los demás
era la medicina que él necesitaba;
– para
presentarle a aquel niño que tanto se había sentido un marciano a un Dios que
es Padre y Madre, y que lo amaba sin condiciones ni medida…
Que persigan a alguien por ayudar a otros a redescubrir la belleza de su vida,
su misma capacidad de amar bien y ser amado y a sacar algo bueno de todo lo
malo y traumático que ha sufrido, eso sí que debería ser perseguido por la ley.
Si el precio que tengo que pagar por ayudar a otros a vivir lo que yo he vivido
es la cárcel, que vengan a por mí. Les esperaré sintiéndome al fin completo,
amado, amando, ayudando a otros y sin sentirme por ello superior a nadie.
Fuente: Aleteia