Hacemos
penitencia para demostrar nuestro amor a Dios y prepararnos a una conversión
del corazón
La
obligación de guardar todos los viernes del año, es decir, de no comer carne
durante esos días, viene establecido por el Código de Derecho Canónico en el
número 1251: “Todos los viernes, a no ser que coincida con una solemnidad deben
guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la
Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza
y el Viernes Santo”.
El cuarto mandamiento de la Santa Madre Iglesia, recogido en el Catecismo de la
Iglesia Católica, también hace referencia a esta prescripción: “Ayunar y
abstenerse de comer carne cuando lo mande la Iglesia asegura los tiempos de
ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas;
contribuyen a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la
libertad del corazón”.
Hacemos penitencia no por deporte o para guardar la línea, la figura esbelta,
como quien se mete a régimen de dieta por algún tiempo. Queremos hacer
penitencia para demostrar nuestro amor a Dios y para prepararnos a una
conversión del corazón, que no es otra cosa sino una ruptura con el pecado, una
aversión al mal, una repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido.
Con la abstención de la carne estoy demostrando mi amor a Dios, venciéndome a
mí mismo. La Iglesia nos dice que una forma de demostrar ese amor a Dios es
vencerse en los instintos sin hacer daño a nuestra salud.
Por eso, ella misma establece que cada una de las Conferencias Episcopales, es
decir, la reunión de los obispos de cada país, determinen con más detalle el
modo de observar el ayuno y la abstinencia, incluso el que puedan sustituirlo
en todo o en parte por otras formas de penitencia, especialmente por obras de
caridad y prácticas de piedad.
Es verdad que la obediencia, aún a las cosas más ilógicas manifiestan y
ejercitan el amor que tenemos a Dios. La obediencia es principio de muchas
otras virtudes, sobre todo la obediencia a lo irracional. Porque la
mortificación de la razón supera a la de la carne.
Muchos católicos predican con inseguridad, incredulidad o incomodidad el asunto
de la abstinencia de la carne de res, porque su razón no confirma tal práctica.
Señalan que la simple abstinencia de la carne es un símbolo de la abstinencia
de otros pecados. La escritura condena el sacrificio vacío, "no quisiste
sacrificio ni oblación" y "ayuno de pecar es lo que quiero".
En este punto es necesario recalcar la importancia de la mortificación, no solo
como una forma de obediencia y caridad, sino como un instrumento eficaz para la
santidad. La mortificación del cuerpo dentro de la obediencia, es necesaria y
eficaz para purificar el espíritu de los apetitos de la carne.
Lo que Dios le pide a sus fieles por medio de la Iglesia es muy pequeño, porque
Dios ha visto prudente no mortificar al feligrés con privaciones mayores. La
Iglesia nos pide ayunar dos veces al año y no existe una regla fija para este
ayuno, algunos se privan de una comida, otros de dos, otros comen frugalmente.
En resumen es muy poco.
Algunos dicen que el privarse de la carne es una costumbre de un pueblo
pesquero, sin sentido hoy. En realidad, la abstinencia de carne, aunque no es
en sí un gran ayuno, es un gran desbalance en la vida familiar. Aunque una
familia coma un delicioso y costoso pescado, el hecho es que se encontró en la
necesidad de modificar su rutina, y sus costumbres por obediencia a la Iglesia,
lo cual es en si una mortificación que es buena para el alma.
La cuaresma es un espacio para la conversión, por otro lado debemos de ayunar de pecar en cualquier momento del año. El alma dejaría de pecar, si
pudiera, en cualquier mes, pero no puede y en cuaresma viene el pequeño
ejercicio del ayuno y abstinencia para reforzar estos esfuerzos.
No debe minimizarse el ayuno y la abstinencia cuaresmal siendo ya bastante
mínimas, porque parezcan irracionales, o porque sean meros símbolos o un tipo
de masoquismo. Cierto que los santos reprueban los excesos en las prácticas
ascéticas, pero aquí estamos muy lejos del exceso, sino en el borde de abolir
estas pequeñas mortificaciones y mandatos.
La Iglesia no busca un masoquismo, haciendo que nos sacrifiquemos por el mismo
gusto del sacrificio. Quiere que en el sacrificio demostremos nuestro amor a
Dios sin hacernos daño a nosotros mismos. Por ello establece, por ejemplo que
la abstención de comer carne comience desde los 14 años, pues considera que
antes de esa edad, el consumo de ese alimento es necesario para un adecuado
desarrollo.
De igual forma, para las personas que son alérgicas al pescado, abre la
posibilidad de que puedan ofrecer otro sacrificio los viernes, sustituyendo el
pescado por otro alimento o mediante la práctica de obras de caridad o
prácticas de piedad. La Conferencia Episcopal de su país podrá orientarlo
adecuadamente sobre la sustitución del pescado. Es muy probable que su párroco
o los catequistas de su parroquia posean esta información y la quieran
compartir con usted.
Por: Germán Sánchez Griese / Juan García Noriega
Fuente:
Catholic.net
