Maravillosa
luz
Hola,
buenos días, hoy Sión nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Sé
que no es muy normal poner nombre propio a un objeto. Pero es que mi flexo se
lo ha ganado a pulso.
Imagina
la situación: estudiando, momento de máxima concentración y... ¡clanck! El
flexo pega un salto, pierde el equilibro y se cae de la mesa arrastrando
estuche, bolis y todo lo que pilla. De infarto.
Decidí
ponerle un toque de humor y lo bauticé como “Pixar”. Al fin y al cabo, no tiene
nada que envidiar a la mascota de ese estudio cinematográfico...
Resulta
que los muelles del brazo son demasiado potentes, y el flexo no consigue
quedarse en la posición que le pongo. He tratado de resolverlo de mil formas:
manteniéndolo cerrado para que se diesen de sí los muelles, poniéndole peso en
el cabezal, ¡incluso metiéndole un taco de madera entre los hierros!
La
otra noche miré los muelles dilucidando cómo lograr estirarlos... ¡y de pronto
el Señor me hizo entender!
No
era cuestión de forzar los muelles: ¡bastaba con soltar uno! Al tener menos
fuerza, el flexo se quedaría en su posición. ¡¡Y así ocurrió!! ¡Ahora es
maravilloso!
Este
hecho me ha llevado a orar mucho, pues “Pixar” me recuerda lo que ocurre en una
comunidad, en una familia, en todo grupo.
Cada
uno de nosotros somos como un muelle. Los muelles son necesarios, dan fuerza a
la estructura. Y, realmente, cuando trabajamos en común, ¡podemos hacer
maravillas!
La
cuestión es que muchas veces hacemos “fuerzas contrarias”: cada uno tenemos nuestras
ideas, creemos que las cosas hay que hacerlas de esta o aquella manera... la
tensión de los muelles aumenta, ¡y el flexo salta por los aires!
Cristo
sabe de estas dos realidades: las maravillas que podemos lograr trabajando
juntos... y lo difícil que puede resultar hacerlo. Por eso, Él oró por nosotros
en la Última Cena: “Que todos sean uno, Padre...”
Es
el deseo más profundo de Su corazón. Que aprendamos a vivir unidos. Y, para
ello, la clave no está en forzar los muelles, o en llenarnos de normas que nos
frenen, como el taco de madera... Tarde o temprano, el flexo acaba saltando.
La
clave nos la da Jesús: “No hay mayor amor que dar la vida”. Para que el flexo
siga dando luz, basta con que uno de los muelles suelte, ceda, ame. ¡Es muy
difícil, porque a todos nos gusta tener razón! Pero Cristo nos invita no a
llevar la razón, sino a apostar por el amor.
Hoy
el reto del amor es que luches por la unidad de tu familia, de tus hermanos en
la fe, de tus compañeros de trabajo. Si ves que el flexo empieza a tensarse, no
temas dejar a un lado tus razones y ceder: la luz de la unidad, ¡llenará de
alegría el corazón de Cristo! ¡Feliz día!
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma