A la Congregación para Culto Divino y
Disciplina de los Sacramentos
Después del encuentro con los participantes
en la Asamblea del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA) en la
sede de la FAO en Roma, el Santo Padre Francisco a su regresó al Vaticano
recibió en la sala adyacente al Aula Pablo VI, a los participantes en la
Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos.
Sigue el
discurso que el Papa ha dirigido a los presentes:
Discurso del Santo Padre
Señores cardenales
Queridos hermanos en el episcopado y en el
sacerdocio:
Queridos hermanos y hermanas
Me alegra
encontraros con motivo de vuestra Asamblea Plenaria. Agradezco al cardenal
prefecto las palabras que me ha dirigido y saludo a todos vosotros,
miembros, colaboradores y consultores de la Congregación para el Culto Divino y
la Disciplina de los Sacramentos.
Esta plenaria
llega en un momento significativo. Han transcurrido cincuenta años desde que,
el 8 de mayo de 1969, san Pablo VI quiso instituir la entonces Congregatio pro Cultu Divino, para dar forma
a la renovación deseada por el Concilio Vaticano II. Se trataba de publicar los
libros litúrgicos según los criterios y las decisiones de los Padres Conciliares,
con el fin de favorecer, en el Pueblo de Dios, la participación “activa,
consciente y piadosa” en los misterios de Cristo (cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 48). La tradición de
oración de la Iglesia necesitaba expresiones renovadas, sin perder nada de su
riqueza milenaria, al contrario, redescubriendo los tesoros de sus
orígenes. En los primeros meses de ese año, brotaron los primeros frutos de la
reforma efectuada por la Sede Apostólica en beneficio del Pueblo de Dios.
Precisamente tal día como hoy se promulgaba el Motu
proprio Mysterii paschalis sobre
el calendario romano y el año litúrgico (14 de febrero de 1969) y luego la
importante Constitución Apostólica Missale
Romanum (3 de abril de 1969), con la que el Santo Papa promulgaba el
Misal Romano. En el mismo año vieron la luz el Ordo
Missae y varios otros Ordo,entre
los cuales el del bautismo de los niños, el del matrimonio y el de las
exequias. Eran los primeros pasos de un camino por el que continuar con sabia
constancia.
Sabemos que
no basta con cambiar los libros litúrgicos para mejorar la calidad de la
liturgia. Hacer esto solamente sería un engaño. Para que la vida sea
verdaderamente una alabanza agradable Dios, es ciertamente necesario cambiar el
corazón. La conversión cristiana está orientada a esta conversión, que es un
encuentro de vida con el “Dios de los vivientes” (Mt 22:32). Este es también
hoy el propósito de vuestro trabajo, encaminado a ayudar al Papa a llevar a
cabo su ministerio en beneficio de la Iglesia en oración, extendida por toda la
tierra. En la comunión eclesial, tanto la Sede Apostólica como las Conferencias
de Obispos operan en un espíritu de cooperación, diálogo y sinodalidad. En efecto, la
Santa Sede no reemplaza a los obispos, sino que trabaja con ellos para servir,
en la riqueza de los diversos idiomas y culturas, la vocación orante de la
Iglesia en el mundo. En esta línea se coloca el Motu
proprio Magnum principium (3 de septiembre de 2017), con el cual quise
favorecer, entre otras cosas, la necesidad de “una colaboración constante,
llena de confianza mutua, vigilante y creativa, entre las Conferencias
Episcopales y el Dicasterio de la Sede Apostólica que ejerce la tarea de
promover la liturgia sagrada”. El deseo es continuar por el camino de la
colaboración mutua, conscientes de las responsabilidades que implica la comunión
eclesial, en la que encuentran armonía la unidad y la variedad. Es una cuestión
de armonía.
Aquí también
se inserta el desafío de la formación,
objeto específico de vuestra reflexión. Hablando de formación, no podemos
olvidar, ante todo, que la liturgia es vida que forma, no idea para aprender. A
este respecto, es útil recordar que la realidad es más importante que la idea
(ver Exhortación Apost. Evangelii
gaudium, 231-233). Y es bueno, por lo tanto, en la liturgia como en
otras áreas de la vida eclesial, no acabar en polarizaciones
ideológicas estériles, que nacen a menudo cuando, considerando las
ideas propias válidas en todos los contextos, se llega a adoptar una
actitud de dialéctica perenne hacia quien no las comparte. Por lo tanto,
partiendo quizás del deseo de reaccionar frente algunas inseguridades del
contexto actual, corremos el riesgo de volver a caer en un pasado que ya no
existe o de escapar a un futuro presunto. El punto de partida es, en cambio,
reconocer la realidad de la liturgia sagrada, un tesoro viviente que no puede
reducirse a gustos, recetas y corrientes, sino que debe ser recibido con
docilidad y promovido con amor, como un alimento insustituible para el
crecimiento orgánico del Pueblo de Dios. La liturgia no es “el campo del hágalo
usted mismo”, sino la epifanía de la comunión eclesial. Por lo tanto, en las
oraciones y en los gestos resuena el “nosotros” y no el “yo”; la comunidad
real, no el sujeto ideal. Cuando se añoran con nostalgia tendencias del pasado
o se quieren imponer otras nuevas, existe el riesgo de anteponer la parte al
todo, el “yo” al Pueblo de Dios, lo abstracto a lo concreto, la ideología a la
comunión y, en la raíz, lo mundano a lo espiritual.
En este
sentido, es precioso el título de vuestra Asamblea: La
formación litúrgica del Pueblo de Dios. En efecto, la tarea que nos
espera es esencialmente difundir en el Pueblo de Dios el esplendor del misterio viviente del Señor, manifestado en
la liturgia. Hablar de formación litúrgica del Pueblo de Dios significa, ante
todo, tomar conciencia del papel insustituible que desempeña la liturgia en la
Iglesia y para la Iglesia. Y luego, ayudar concretamente al Pueblo de Dios a
interiorizar mejor la oración de la Iglesia, a amarla como una experiencia de
encuentro con el Señor y con los hermanos y, a la luz de esto, a redescubrir su
contenido y observar sus ritos.
Dado que la
liturgia es una experiencia encaminada a la conversión de la vida a través de
la asimilación de la manera de pensar y de comportarse del Señor, la formación
litúrgica no puede limitarse simplemente a brindar conocimientos, - esto es un
error- aunque sean necesarios, sobre libros litúrgicos, ni siquiera a la
defensa del cumplimiento debido de las disciplinas rituales. Para que la
liturgia cumpla su función formativa y transformadora, es necesario que los
pastores y los laicos sean introducidos a la comprensión del significado y del
lenguaje simbólico, comprendidos el arte, el canto y la música al
servicio del misterio celebrado, también el silencio. El mismo Catecismo de la Iglesia Católica adopta el
camino mistagógico para ilustrar la liturgia, valorizando las oraciones y los
signos. La mistagógica: he aquí un
camino idóneo para entrar en el misterio de la liturgia, en el encuentro vivo
con el Señor crucificado y resucitado. Mistagógica significa descubrir la nueva
vida que a través de los sacramentos hemos recibido en el Pueblo de Dios, y
redescubrir continuamente la belleza de renovarla.
Con respecto
a las etapas de la formación, sabemos por experiencia que, además de la
inicial, es necesario cultivar la formación permanente del clero y de los
laicos, especialmente de aquellos involucrados en los ministerios al servicio de
la liturgia. La formación no solamente una vez, permanente. En cuanto a los
ministros ordenados, también en vista de una saludable ars celebrandi, es válida la llamada del
Concilio: “Es absolutamente necesario dar el primer lugar a la formación
litúrgica del clero” (Const Sacrosanctum
Concilium,. 14). El primer lugar. Las responsabilidades educativas son
compartidas, aunque en la fase operativa interpelen más a las diócesis
individuales. Vuestra reflexión ayudará al Dicasterio a poner a punto pautas y
orientaciones para ofrecerlas, en un espíritu de servicio, a quienes
-conferencias episcopales, diócesis, institutos de formación, revistas- tienen
la responsabilidad de cuidar y acompañar la formación litúrgica del Pueblo de
Dios.
Queridos
hermanos y hermanas, todos estamos llamados a profundizar y reavivar nuestra
formación litúrgica. La liturgia es, de hecho, el camino principal a través del
cual pasa la vida cristiana en cada fase de su crecimiento. Tenéis ante
vosotros, por lo tanto, una gran y hermosa tarea: trabajar para que el Pueblo
de Dios redescubra la belleza de encontrarse con el Señor en la celebración de
sus misterios y, encontrándolo, tenga vida en su nombre. Os agradezco vuestro
compromiso y os bendigo, pidiéndoos que me reservéis siempre un lugar –
¡ancho! -en vuestras oraciones. Gracias.
Fuente:
Zenit