Influyeron mucho una serie de misioneros, catequistas itinerantes, que pasaban por casa y siempre me impresionaban mucho
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El padre Francisco Javier
lleva más de cuatro años
como misionero en
Mongolia, con temperaturas de -30 grados
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Desde que nació parecía estar llamado a
ser misionero en el lejano Oriente. Francisco Javier Olivera no lleva el
nombre de este gran santo por casualidad. Al nacer, su madre le ofreció al
Señor para ser sacerdote en Asia, y Dios parece haber escuchado esta petición.
Este salmantino de 47 años del Camino
Neocatecumenal, perteneciente a la parroquia de San Juan Baustista de Salamanca,
lleva como misionero 28 años, desde que con tan sólo 19 años marchara a
Japón al Seminario Redemptoris Mater de Takamatsu. Allí fue ordenado en
2002.
Tras haber estado 16 años en total en
este país fue enviado a China, donde pasó otros ocho años en distintas partes de este país
comunista. Y los últimos cuatro años y medio está en Mongolia, en una missio ad gentes, junto a
tres familias, una de ellas española, y tres laicos.
En este remoto país donde apenas hay
1.200 católicos y donde las leyes son muy restrictivas para el catolicismo, este
sacerdote lleva la Palabra de Dios y sobre todo muestra su Amor con
temperaturas que en invierno se sitúan en -30 grados. En esta
entrevista con Religión en
Libertad, Francisco Javier muestra cómo es esta vida misionera y
las maravillas que Dios hace cuando se pone toda la vida en Él.
-
Provienes de una familia católica, pero ¿cómo surgió en ti la vocación al
sacerdocio? ¿Te imaginaste alguna vez que acabarías siendo ordenado al otro
lado del mundo?
- Mi familia es católica, todos
están en la Iglesia, en el seno del Camino Neocatecumenal. Mi vocación se
fue gestando poco a poco. Influyeron mucho una serie de misioneros, catequistas
itinerantes, que pasaban por casa y siempre me impresionaban mucho. Pensaba
que quería ser como ellos. Después, pasé una crisis seria en la cual mi vida no
tenia mucho sentido y gracias a entrar en la comunidad (neocatecumenal), el
Señor empezó a darle sentido.
Gracias a la experiencia de aquellas
visitas y al agradecimiento a Dios por rehacer mi vida pues al final le dije
que sí a la llamada. También y no menos importante supongo que fue la
oración que mi madre hizo al nacer yo. Me ofreció al Señor para que fuera
misionero en Asia. Esto yo no lo sabía, lo contó en Takamatsu al terminar
la celebración de mi ordenación. Que acabaría al otro lado del mundo, pues no
me lo imaginaba...
-
En Mongolia participas en la que es conocida como ‘missio ad gentes’, ¿en qué
consiste?
- Bueno, nosotros a pesar de llevar allí
algo más de 4 años apenas estamos empezando. Es una misión dura, la iglesia
apenas lleva en Mongolia 26 años. En este momento estamos allí tres
familias misioneras, dos mujeres laicas misioneras, y un laico misionero
conmigo.
Simplemente tratamos de vivir allí
cristianamente, invitando a casa a las personas que poco a poco vamos conociendo
a través de las escuelas, los trabajos y también de las pocas parroquias que
hay, y aprovechamos para
hablar del amor de Dios. Hasta la fecha básicamente es esto. También ayudamos
en la parroquia de la catedral haciendo catequesis bíblicas. El obispo nos
invitó porque pensó que el camino podía ayudar a los paganos y también a los
recién bautizados para profundizar en su fe.
-
¿Cómo es el día a día de un sacerdote como tú en Mongolia y en la misión?
Al no tener parroquia mi vida es algo
diferente… Por las mañanas a las 5:30 salgo de casa para celebrar la
Eucaristía en los diversos conventos que hay en Ulan Bator, la capital y en
Zunmod a 50 kilómetros. Dependiendo del día voy a uno, dos o tres sitios.
Después de regresar a casa estudio mongol en la escuela, o voy a dar clases de
japonés en una empresa. Allí he procurado aprovechar la ocasión para hablar de
Dios, sobre todo a través de canciones. También suelo celebrar la Eucaristía
con cada familia misionera en sus casas. De vez en cuando también celebro la
Eucaristía con una pequeña comunidad china. Igualmente dedico algo de tiempo
para hacer unos recortes de papel rojo, cuadros o tarjetas de Navidad para
poder mantenerme un poco. Mi comunidad me ayuda económicamente pero procuro no
ser un peso.
-
¿Has tenido alguna vez dudas o has pensado que es una locura?
La verdad es que no. Algunos me dicen que
esta vida es una una locura, pero la quiero para mí y si cada vez es un poco
más loca, mejor aún, más vemos que es Dios el que la lleva. Ahora, de
hecho, hemos empezado a visitar la diócesis de San José de Irtkusk en Siberia,
es enorme, otra lengua. Lo que Dios quiera y cómo Dios quiera.
-
¿Qué frutos o conversiones habéis visto en este tiempo?
- A través de nuestra missio ad gentes, no te puedo
decir, no tenemos “bautizados” pero sí que hay personas que se relacionan
con nosotros y de momento no se han asustado. Algunos amigos que nunca
habían estado en una iglesia han venido por primera vez y no se han asustado.
Creo que esto es ya mucho en un país como Mongolia.
Sí sé de personas concretas que se han
ido acercando a la Iglesia,
sobre todo a través de las diversas obras sociales que se llevan a cabo,
asistencia a ancianos pobres, niños pobres y abandonados… etc. Sin duda el amor
que demuestran los misioneros atrae poco a poco a los mongoles.
-
Hay alguna anécdota de todo este tiempo en la misión que quieras compartir…
Muchas…. Una me pasó en una catequesis,
pregunté a un muchacho en catequesis si creía en Dios y me dijo que él buscaba
a Dios en la belleza, era pagano, y un día entró en la catedral y vio a unas
viejecitas rezando y le parecieron bellas. A raíz de eso se preparó y se
bautizó. Otra vez estaba con un seminarista en una zona muy remota y peligrosa
y un viejecito se nos acercó y nos dijo que éramos curas. Le preguntamos por
qué lo sabía y dijo que porque a esa zona no venían extranjeros y si alguno
venia era siempre un misionero. Hay muchas anécdotas en las que veo la mano
del Señor ayudando y cuidando.
-
¿Cómo es Mongolia y los mongoles?
- Visité Mongolia por primera vez en el
2003. Me gustó mucho, era muy diferente a como es ahora, había pocos coches,
pocas edificios grandes. Era bastante pobre pero empezaba a salir de esa
situación. Es un país que fue satélite de la Unión Soviética durante muchos
años. Muy cerrado, de hecho, aunque es una democracia es bastante cerrado.
No creo conocer bien a los mongoles.. Por
lo que he experimentado los nómadas son bastante acogedores, sus casas son
abiertas. En Ulan Bator, la capital, es algo diferente, es una ciudad de
casi millón y medio y ya no son tan acogedores. Hay mucho alcoholismo, no hay
trabajo, la gente sufre abandono, dejadez. Es un país enorme, tres veces España
y tres millones de habitantes. Es el estado de menor densidad de población del
mundo. La capital está muy contaminada por el carbón, es un problema muy serio.
El invierno es muy largo, con una media de 20 grados bajo cero, mucho hielo por
las calles y es incómodo para caminar.
-
¿Cómo es la Iglesia y los católicos en este país?
La Iglesia es muy joven. Hace 26 años
fueron enviados los primeros 3 misioneros, tres sacerdotes de la
congregación Misioneros del Inmaculado Corazón de María. Poco a poco fueron
llegando otras congregaciones de sacerdotes y monjas, también laicos, y una
familia misionera polaca. Fueron abriendo misiones en la capital y en otras
ciudades. Son parroquias jóvenes en todos los aspectos, muchos jóvenes se
van acercando. Es una iglesia pobre. Tenemos ya el primer sacerdote mongol
ordenado hace 2 años y ahora tenemos un diácono.
Son unos 1.300 católicos en total. Existen
unas 9 parroquias y otros centros de misión. Tenemos residencias de
ancianos pobres, escuelas, orfanatos, y una clínica.
-
En la missio ad gentes también hay familias y niños, ¿cómo lo viven ellos?
- En este momento son tres familias
misioneras, una española y dos coreanas. Tratamos de hacer comunidad, de
vivir cristianamente trabajando en lo que se puede. Están contentas y agradecidas
al Señor por enviarlas a Mongolia, una misión naciente. Los niños, seguramente
son los que más lo sufren al principio ya que ellos van a la escuela mongola y
no es fácil por el idioma, la cultura, pero el Señor les ayuda y consuela y les
regala la lengua, aprenden, haces amigos y poco a poco ellos se sienten
misioneros también.
-
Has estado en Japón, China y ahora en Mongolia. ¿Qué destacarías de cada uno de
estos lugares en los que has sido misionero y qué diferencias observas?
- Hay bastantes diferencias. Más duro
me parece Japón, quizás se experimente más la soledad, incluso estando en una
parroquia. China me impresionó muchísimo, la gente tiene mucha curiosidad y
si hubiera libertad sería impresionante. En Mongolia estamos empezando, aunque
me parece bastante difícil por la lengua, el frío, la contaminación, la
cultura, y sobre todo por los impedimentos legales que tenemos, que son muchos.
Volvería a Japón o a China y también me quedaría en Mongolia.
-
¿Volverías a España o te ves dando la vida en Asia?
Nunca me lo he planteado. A veces me
preguntan y me dicen que regrese, pero eso no depende de mí. Personalmente
no lo pediré. Prefiero que Dios decida. Ahora regreso a menudo por ayudar a
mis padres. Lo que Dios quiera.
Javier
Lozano
Fuente:
ReL