EL VALOR DE LA LIMOSNA
II. La limosna manifiesta
nuestro amor y entrega al Señor.
III. Dios recompensa con
creces nuestra generosidad.
«Y (Jesús),
enseñándoles, decía: Guardaos de los escribas, que les gusta pasear con
vestidos lujosos y que los saluden en las plazas, y ocupar los primeros
asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; que devoran
las casas de las viudas mientras fingen largas oraciones; éstos recibirán un
juicio más severo.
Sentado Jesús frente al gazofilacio (cepillo de templo), miraba cómo la gente
echaba en él monedas de cobre, y bastantes ricos echaban mucho. Y al llegar una
viuda pobre, echó dos monedas, que hacen la cuarta parte del as. Llamando a sus
discípulos, les dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más en
el gazofilacio que todos los otros, pues todos han echado algo de lo que les
sobraba; ella, en cambio, en su necesidad, ha echado todo lo que tenía, todo su
sustento» (Marcos 12,38-44).
I. Jesús observaba,
sentado ante el cepillo de las ofrendas del Templo (Marcos 12, 41-44) a las
gentes que depositaban allí su limosna y bastantes ricos echaban mucho. El
Señor se conmueve cuando se acercó una viuda pobre y echó dos monedas que hacen
la cuarta parte de un as. El Señor alaba esta generosidad y toda dádiva que
nace de un corazón recto y generoso, que sabe dar incluso aquello de que tiene
necesidad.
La
limosna, no sólo de lo superfluo sino también de lo necesario, es una obra
gratísima al Señor, que no deja nunca de recompensar. “Jamás será pobre una
casa caritativa”, solía repetir el santo Cura de Ars.
Qué
sorpresa para la pobre viuda cuando, en su encuentro con Dios después de esta
vida, pudo ver la mirada complacida de Jesús aquella mañana cuando hizo su
ofrenda. Cada día esta mirada de Dios se posa sobre nuestra vida.
II. La limosna brota de un
corazón misericordioso que quiere llevar un poco de consuelo al que padece
necesidad, o contribuir con esos medios económicos al sostenimiento de la Iglesia
y de aquellas obras buenas dirigidas al bien de la sociedad. Esta práctica
lleva al desprendimiento y prepara el corazón para entender mejor los planes de
Dios.
La
limosna, en cualquiera de sus formas, es expresión de nuestra entrega y de
nuestro amor al Señor, que han de ir por delante. Dar y darse no depende de lo
mucho o lo poco que se posea, sino del amor de Dios que se lleva en el alma.
III. La limosna atrae la
bendición de Dios y produce abundantes frutos: cura las heridas del alma, que
son los pecados. La limosna ha de ser hecha con rectitud de intención, mirando
a Dios, como aquella viuda de la que nos habla Jesús en el Evangelio, y debe
nacer de un corazón compasivo, lleno de amor a Dios y a los demás.
Por
eso, por encima, del valor material de los bienes que compartimos, está el
espíritu de caridad con que realizamos la limosna, que se manifestará en la
alegría y generosidad al practicarla.
Pidamos
a Nuestra Señora que nos conceda un corazón generoso que sepa dar y darse, que
no escatime tiempo, ni bienes económicos, ni esfuerzo... a la hora de ayudar a
otros y a esas empresas apostólicas en bien de los demás. El Señor nos mirará
desde el Cielo con amor compasivo, como miró a la mujer pobre que se acercó al
cepillo de las ofrendas del Templo aquella mañana.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org