LA FIDELIDAD EN LO PEQUEÑO
Dominio público |
II. En el cumplimiento del propio deber encontramos el lugar, la materia y
el modo de ser fieles al Señor. El valor de las cosas pequeñas.
III. Dios nos pide cada día lo que está al alcance de nuestras fuerzas.
Correspondencia en lo que parece de poca importancia.
«Jesús,
al levantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, dijo a
Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman éstos? Lo decía para probarle,
pues él sabía lo que iba a hacer. Felipe respondió: Doscientos denarios de pan
no bastan para que cada uno coma un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, el
hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de
cebada y dos peces: pero, ¿qué es esto para tantos? Jesús dijo: Haced sentar a
la gente. En aquel lugar había mucha hierba.
Se sentaron, pues, los hombres en
número de unos cinco mil Jesús tomó los panes y, habiendo dado gracias, los
repartió a los que estaban sentados, e igualmente les dio de los peces cuanto
quisieron. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: Recoged los trozos que
han sobrado para que nada se pierda. Entonces los recogieron y llenaron doce
cestos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que
habían comido.» (Juan 6, 5-13)
I. Gentes de los pueblos
vecinos habían acudido a un lugar alejado, junto al lago de Genesaret. Y
mientras Jesús hablaba, ninguno pensó en el cansancio, ni en las horas de
ayuno, ni en la falta de provisiones y en la imposibilidad de obtenerlas. Las
palabras de Jesús les han cautivado, les han llegado a lo más hondo del
corazón, y se han olvidado del hambre y del camino de vuelta. Sin embargo,
Jesús sí comprende nuestras necesidades materiales; por eso, se apiadó también
de aquellos cuerpos exhaustos de quienes, por un motivo u otro, le habían
seguido durante varios días. Y realiza el espléndido milagro de la
multiplicación de los panes y de los peces.
Y cuando todos han comido y
están entusiasmados por el milagro que han visto con sus propios ojos, el Señor
aprovecha la ocasión para dar a los Apóstoles -y a nosotros- una lección
práctica, a la vez, del valor de las cosas pequeñas, de pobreza cristiana, de
buena administración de los bienes que se poseen. Cuando se saciaron, dijo a
sus discípulos: Recoged los trozos que han sobrado para que nada se pierda.
Entonces los recogieron y
llenaron doce cestos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a
los que habían comido. Jesús nos muestra su magnificencia con la abundancia,
pues todos comieron cuanto quisieron, y la necesidad de evitar el derroche
inútil e irresponsable de los bienes; nos da ejemplo cuando se compadece de las
multitudes y obra grandes prodigios, y también en estos detalles menudos.
La grandeza de alma de
Cristo se manifiesta en los grandes prodigios y en lo poco de cada día. «La
recogida de lo que sobró es un modo pedagógico de mostrarnos el valor de las
cosas pequeñas hechas con amor de Dios: el orden en los detalles materiales, la
limpieza, el acabar las tareas hasta el final». Durante treinta años de su vida
estuvo ocupado en asuntos aparentemente sin trascendencia: elaborar cola para
ensamblar unas maderas, aserrar troncos para fabricar muebles sencillos... Y
también en estos trabajos de poco relieve externo estaba el Hijo de Dios
redimiendo a la humanidad.
El Evangelio nos muestra con
frecuencia cómo Jesús, durante su vida pública, permanecía constantemente en
diálogo con su Padre celestial, y a la vez estaba atento a las cosas materiales
y humanas, a lo que ocurría a su alrededor: cuando devuelve la vida a la hija
de Jairo ordena que le den de comer; ante el asombro general que causó la
resurrección de Lázaro, es Él quien ha de decir: Desatadle y dejadle ir; sabe
darse cuenta del momento en que sus discípulos tienen necesidad de descansar...
Vemos a Jesús bien atento a las situaciones humanas, y nos enseña a nosotros a
santificar esas menudas realidades corrientes: estar en las cosas de los demás,
estar en las cosas de la casa: no vivir en las nubes.
San Pablo nos recuerda en la
Segunda lectura de la Misa la atención que debemos tener con todos aquellos con
quienes nos relacionamos: sed siempre humildes y amables; sobrellevaos
mutuamente con amor... Es una llamada a la afabilidad, a la paciencia, a la
cordialidad..., a esas virtudes que permiten la convivencia y en las que
mostramos que amamos a Dios y a nuestros hermanos los hombres.
II. Recoged los trozos que han
sobrado... Parece que es un detalle de poca importancia en comparación con el
milagro realizado, pero el Señor pide que se viva. Toda nuestra vida está
compuesta prácticamente de cosas que casi no tienen relieve. Las virtudes están
formadas por una tupida red de actos que quizá no sobresalen de lo corriente y
ordinario, pero en ellas, con heroísmo, se va forjando día a día la propia
santidad.
Cada jornada la encontramos llena de ocasiones para ser fieles, para
decirle al Señor que le amamos: «"Obras son amores y no buenas
razones". ¡Obras, obras! -Propósito: seguiré diciéndote muchas veces que
te amo -¡cuántas te lo he repetido hoy!-; pero, con tu gracia, será sobre todo
mi conducta, serán las pequeñeces de cada día -con elocuencia muda- las que
clamen delante de Ti, mostrándote mi Amor».
Ante el Señor tienen gran
trascendencia el orden, la puntualidad, el cuidado de los libros con los que
estudiamos o de los instrumentos de trabajo, la afabilidad con nuestros
colegas, con la mujer, con los hijos, con los hermanos, el huir de la rutina
que mata el amor humano -también el amor a la propia profesión-, el querer
darle sentido a cada día, a cada hora, aunque sea el mismo trabajo que hemos
realizado durante años. La vida se vuelve mediocre, desamorada, cuando
permitimos que entre la rutina, cuando no damos importancia a lo que hacemos
porque nos parece que da igual hacerlo de un modo o de otro.
En el trabajo diario, en
nuestros deberes profesionales, encontramos habitualmente un campo importante
para vivir la mortificación: «no hablando mal de lo que va mal» en las personas
o en la empresa si no hay verdadera necesidad de hacerlo -y entonces lo haremos
con objetividad y caridad, salvando siempre la intención de las personas, que
no conocemos-, poniendo intensidad, sin dejar para después lo que resulta más
duro y costoso, prestando esos pequeños servicios que todo trabajo en común lleva
consigo...
Es posible que se nos
presenten pocas ocasiones -quizá ninguna- de salvar a otros con un acto
heroico, exponiendo nuestra propia vida. Sin embargo, todos los días tendremos
oportunidad de decir una palabra amable a ese amigo, a ese hermano que se le
nota más cansado o preocupado, de pedir las cosas con amabilidad, de ser
agradecidos, de evitar conversaciones o comentarios que siembran la inquietud y
de los que nada positivo resulta, de ceder en la opinión, de evitar a toda
costa el malhumor, que tanto daño causa a nuestro alrededor; podemos
esforzarnos por entablar una conversación cuando el silencio se vuelve oneroso,
o en escuchar con interés a quien nos habla.
A veces, lo que parece más
trivial (un recuerdo, un saludo amable, un favor que casi no es nada) produce
en los demás un bien desproporcionado: les hace sentirse seguros, tenidos en
cuenta, apreciados, estimulados para el bien. Notamos entonces como un reflejo
de Dios en la convivencia, en la vida familiar, tan distinto de aquellas situaciones
en las que se desatan las envidias, se crea una situación tensa o distante, o
se dicen palabras que nunca se debían haber pronunciado...
Y así ocurre con todas las
virtudes: la fe se expresa a veces en un acto de amor («Jesús, te quiero,
cuenta conmigo, no me dejes») cuando pasamos cerca de un Sagrario en medio del
ruido de la ciudad; la piedad, en una mirada a una imagen de la Virgen (¡cuánto
se puede decir en el solo mirar!); la fortaleza, en cortar una conversación
impura, en dar la cara por Jesucristo, por la Iglesia..., en evitar una ocasión
de pecado, en procurar rendir en la última hora de trabajo de esa jornada que
nos ha parecido más larga porque han surgido más problemas, porque estábamos
con menos salud...
Cada día nos espera Cristo
con las manos abiertas. En ellas podemos dejar esfuerzos, sonrisas, constancia
en la labor..., muchas cosas pequeñas, que Él sabe apreciar, tesoros que guarda
para la eternidad, en donde nos dirá al llegar: Ven, siervo bueno y fiel, ya
que has sido fiel en lo poco, yo te daré lo mucho.
III. Nuestra vida se compone de
muchos pequeños esfuerzos, y si todos los orientamos en la dirección de la
voluntad de Dios, del amor, nos llevarán muy lejos. Muchos pequeños pasos
llevan hasta el final del camino, y la fidelidad en lo pequeño nos permitirá
resistir tentaciones importantes. Por el contrario: el que desprecia las cosas
pequeñas, poco a poco vendrá a caer en las grandes.
Dios nos pide algo en cada
momento, pero siempre al alcance de nuestras fuerzas. Tras la primera correspondencia,
llegan más gracias para una segunda, por haber correspondido a la primera. Y
así una gracia mayor se sucede a otra, si somos fieles.
Por otra parte, las cosas
pequeñas no suelen mover a la vanidad, que tantas obras deja vacías. ¿A quién
se le va a ocurrir aplaudir a quien ha cedido su asiento en el autobús, o a
quien ha dejado ordenados los papeles y libros al terminar el estudio? ¿Quién
va a alabar a la madre de familia porque sonría, si es lo que todos esperan de
ella, o al profesor que ha preparado a conciencia su clase, o al alumno que ha
estudiado la materia del examen, o al médico que ha tratado con delicadeza al
enfermo? Y estas cosas pequeñas, muchas de las cuales son meramente humanas, se
tornan divinas por el ofrecimiento de obras que de ellas hacemos todas las
mañanas y que luego hemos procurado renovar durante el día.
Lo humano y lo divino se
funden en una honda unidad de vida, que nos permite ganarnos poco a poco el
Cielo con lo humano de cada jornada. Para ser fieles en lo pequeño necesitamos
un gran amor al Señor, el deseo profundo de ser todo de Él, de querer buscarle
en las ocasiones que se presentan en toda vida normal. A la vez, el cuidado de
lo pequeño alimenta de continuo nuestro amor a Dios.
La Virgen Nuestra Señora nos
enseñará a valorar lo que parece sin importancia, a cuidar los detalles, lo
menudo. Y esto en la vida familiar, en las relaciones sociales, en el
cumplimiento de nuestro deber, en la piedad con Dios.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org