Hay una luz que yo tengo y que nadie más tiene...
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En muchos lugares el nombre representa la
misión de la persona.
¿Cuál es mi nombre? ¿Cuál es mi
misión? He sido soñado por Dios. ¿He descubierto lo más propio, lo que me
hace único y diferente? ¿Sé cuál es mi aporte original?
Es la impronta que Dios ha
dejado en mí. Es su huella más profunda. Implica una tarea, una forma de amar
la vida.
Quiero aprender a vivir desde
dentro, desde lo que soy. Eso es lo importante.
A veces me invento misiones que
no son mías. Me esfuerzo, lucho, pero no tienen nada que ver conmigo, con mi
estado, con mi forma de ser.
¡Qué
importante es conectar con mi interior, con las olas que se mueven dentro de mí! Necesito tocar las
corrientes que hay en mi alma.
Desde ahí, desde lo que soy,
desde mi nombre pronunciado con inmenso amor por Dios, descubro mi misión.
¿Cuál es la luz que yo tengo y
que nadie más tiene?
Cada persona es amada
profundamente. Deseada. Pero tiene que hacer un discernimiento para encontrar
su misión y hacerla suya.
A veces me parece que quiero
saberlo todo ya, ahora. Pero aprendo que tiene un valor la espera, el preparar
el alma, el roturar la tierra.
Cuántas personas han descubierto
su camino, mirando su corazón, y le han dado su sí. Han aceptado su misión. Han
obedecido. Ha sido su camino de felicidad. Se han sabido amadas y elegidas.
Es tan humano tener
pretensiones… Los puestos, los cargos, el prestigio, el
dinero. Tengo pretensiones en esta vida en la que todo es tan
vano.
Quiero medrar. Y no disminuir.
Crecer y no hacerme más pequeño. Guardo expectativas inconfesables dentro de
mi alma. Anhelo el prestigio, el reconocimiento, la
aprobación.
Deseo subir lo más alto posible.
Que los demás me admiren. La palabra servicio pasa a un segundo plano en mi
vida. Mejor ser servido que servir. Los primeros puestos antes que los últimos.
La misión más destacada. El lugar más prestigioso.
Es como
si lo importante ocurriera en este mundo que piso. Lo eterno
parece menos significativo. ¡Qué pobre es mi mirada! Deseo lo que todos
desean. Busco lo que todos buscan.
La mirada de Jesús no acabo de
comprenderla. Subir al madero de la cruz no me parece el mejor escenario. Mejor
eso para los que quieren ser mártires.
Yo me adapto a la dinámica del
mundo. Que me sigan, que me admiren, que me busquen, que me consulten. Y que
nadie destaque más que yo, y no sea más querido que yo.
Vivo
quitándome rivales de mis luchas. Los descalifico. Resalto sus puntos débiles. Cuento sus
caídas, sus historias inconfesables. Me gusta saber lo escabroso que cada uno
oculta. Como si el conocerlo todo me diera un poder invencible.
Esa mirada tan sucia no me
gusta, la detesto. Hablo de seguir a Jesús pero sigo a los
hombres. Busco tener un corazón como el suyo y mi corazón sigue
siendo tan pobre… Sigue estando tan vacío…
Dice la Biblia: “Encontré
a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos”. Esa
mirada de Jesús sobre mi propia vida debería bastarme.
Pero no es así. Quiero más. Me
cuesta conformarme con esa mirada de Dios sobre mí. Busco
crecer yo y no menguar nunca.
Lo grande de Dios es que supera
mis sueños, pero cuenta con ellos. A la sombra de Jesús. Vivir en su luz. Eso
es lo que yo quiero.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia