Cuando el amor vence
Hola,
buenos días, hoy Joane nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Ayer
se fue al Cielo una persona muy especial para mí. Antes de entrar en el
monasterio, cuando trabajaba, cada día iba corriendo a verla. Sé que en otro
tiempo fue una mujer decidida, que no paraba, que dijo “Sí” al Señor, que
quería ser santa en medio del mundo, y que a Él le entregó su vida como
Numeraria en el Opus Dei, y que ayudó a muchas personas a lo largo de su vida.
Yo,
sin embargo, me encontraba cada día con Flor en la misma habitación, siempre
sentada en su silla, con los ojos cerrados, escuchando Radio María y aferrada a
su Rosario.
La
conversación con ella comenzaba así:
-¡Hola
Flor! -le decía.
-¿Quién
eres? -respondía ella.
Cada
día me presentaba, le decía quién era; y ella cogía mis manos, se las acercaba
para ver lo poco que su vista le permitía y las agarraba a la vez que se
dibujaba en su rostro una sonrisa acogedora. Charlaba con ella, le pedía que
rezase por las niñas a las que daba clase, por sus familias... Ella escuchaba
y, cuando la veía cansada, me sentaba a su lado y simplemente estaba. Siempre
le pedía que rezase por mí; sabía que, aunque fuese en los próximos segundos,
ella lo iba a hacer.
Volvía
cada día, y el inicio de la conversación siempre era el mismo:
-¡Hola
Flor! -le decía.
-¿Quién
eres? -respondía ella...
Esto
me emocionaba, era como empezar de nuevo cada día. Flor podría haber sentido
que el día anterior yo tenía un mal día y que no le dije mucho, pero no pasaba
nada: cada día era volver a empezar de cero. A cada día le acompañaba el
asombro, y eso lo hacía especial.
Es
verdad que nunca vi hazañas en Flor, o logros de los que, humanamente hablando,
estaríamos orgullosos. Por su enfermedad, cada encuentro era nuevo, una nueva
oportunidad de empezar. Eso sí, siempre tenía el Rosario en la mano y una
palabra del Señor para decir en la boca.
Es
cierto que, aunque la cabeza no recordase, en ella pude ver cómo el corazón
recuerda, cómo en el corazón se graba a fuego aquello que hemos vivido y amado
a lo largo de la vida. Flor me mostró que la santidad no son grandes hazañas o
méritos; la santidad es Cristo en ti.
Muchas
veces es la cabeza la que nos juega malas pasadas: recordamos lo que nos sentó
mal de esa persona, aquello en que nos sentimos ofendidos en aquel momento... y
bloqueamos el latir del corazón. Bloqueamos el poder amar, construimos muros
para protegernos, para no ser heridos.
Puede
que te vengan muchos razonamientos de esa persona con la que tuviste un
encontronazo, pero, ¿y si, como Flor, dejamos hablar al corazón? ¿Y si dejamos
que cada encuentro sea único, que hable el corazón, que el Amor esté por encima
de todo?
El
Señor, si algo no tenía, era memoria: olvidó todo aquello que le hicieron y perdonó,
olvidó que Pablo le persiguió y después llegó a formar parte de sus favoritos,
olvida... con nosotros olvida cada día. Nos abraza, nos levanta. El amor
siempre está por encima.
Hoy
el reto del amor es que dejes que el amor venza a la razón cuando pienses en la
persona con la que tuviste ese encontronazo y a la que tanto quieres. Llámala y
pídele al Señor la capacidad de asombro con esa persona. Que cada día, cada
momento, sea una nueva oportunidad.
Gracias,
Flor y a tantas personas que estáis en su situación, por enseñarnos que “sólo
con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos”.
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma