Entre pucheros también anda el
Señor: Monasterio de San Miguel, dominicas de Trujillo (Cáceres)
«¡El mandazi
está buenísimo, sobre todo recién hecho, calentito, y si lo mojas en chocolate
ya ni hablamos!», exclama sor Inmaculada con su profundo acento extremeño, pero
con la mirada –y el estómago-– conectados con Kenia, el país de procedencia de
seis de sus hermanas.
Esta comunidad
de dominicas, que habita un convento erigido en 1492 gracias a Isabel la
Católica, conoce el eclecticismo cultural hace más de 20 años, cuando llegaron
las dos primeras keniatas.
Hoy son seis
las africanas que dan vida a estos muros de la localidad cacereña de Trujillo,
junto a once españolas y una peruana que llegó hasta este rincón gracias a un
DVD realizado con motivo del centenario de la fundación de las dominicas en
Francia.
«El vídeo tenía
imágenes de nuestro monasterio y sor Rosa después de verlo nos llamó una noche,
a las doce, para decirnos que quería venir». Ya lleva seis años.
El origen del
monasterio se remonta a 1492. Trujillo era lugar de paso de la reina Isabel
durante sus viajes a Portugal. «Siempre pedía parar aquí para rezar con unas
religiosas terciarias dominicas, que vivían en la judería junto a la plaza
Mayor». Porque, recalca sor Inmaculada, «aunque todo el mundo hable de Toledo como
la ciudad de las tres culturas, aquí también vivían judíos, musulmanes y
cristianos». Estas religiosas se reunían para rezar en una ermita, la de San
Miguel, donde cuentan los historiadores que se bautizó Francisco Pizarro. «Y su
forma de orar y vivir impactó mucho a la reina».
Por eso Isabel
pidió que se construyera un monasterio junto a la ermita para ellas. Y así fue
cómo se comenzó a levantar el actual edificio bajo la misma advocación. «Tiene
un claustro precioso con unos capiteles platerescos impresionantes. Pero tiene
una sola ala, porque mientras se estaba construyendo Isabel falleció y las
hermanas se quedaron sin dinero». Pero fue así, gracias a la reina católica,
como esta comunidad de mujeres laicas –las terciarias dominicas eran seglares que
vivían según el carisma de la orden– pasó a convertirse en una comunidad
dominica de vida contemplativa.
El convento se
mantuvo a medio construir, pero intacto, hasta los años de la guerra civil,
cuando las hermanas tuvieron que exiliarse al monasterio de dominicas de
Plasencia. Volvieron 13 años después encontrándose el monasterio «hecho un
desastre tras servir como hospital». De hecho, «en las excavaciones que se
hicieron para la restauración se encontraron muchísimos huesos».
Hoy día son una
comunidad «muy viva y centrada en la formación, que cuidamos mucho», y muy
querida por la gente del pueblo, «que se vuelca con nosotras». Aunque ellas van
sobreviviendo gracias a los trabajos informáticos que realizan para una entidad
bancaria.
Cristina
Sánchez Aguilar
Fuente: Alfa y Omega
Preparación de
la receta
Once gramos de
levadura de panadero
380 mililitros
de agua templada
450 gramos de
harina
145 gramos de
azúcar
Una pizca de
sal
Dos huevos
Un vaso de
leche
Cuatro
cucharadas de aceite
Preparación
En un
recipiente amplio se mezclan todos los ingredientes y a continuación se amasan
durante diez minutos.
Tras dejar reposar la masa en lugar cálido, se vuelve a
amasar un poquito.
Después, se estira con un rodillo y se corta en rombos de
tres centímetros.
Ponemos la sartén al fuego con aceite y, cuando esté caliente
–pero ojo, no en exceso–, se fríen los mandazi.
Se necesita darles la vuelta
para que queden bien fritos. Lo mejor es comerlos en caliente con café, té o
chocolate.