La
10° meditación de los Ejercicios Espirituales del Papa y la Curia Romana a
cargo del Padre José Tolentino de Mendonça, proponen reflexionar sobre “la
dicha de la sed”
Durante
la mañana de la sexta y última jornada de Ejercicios Espirituales de Cuaresma
en los que participa el Papa Francisco y la Curia Romana en la localidad de
Ariccia a las afueras de Roma, el sacerdote jesuita José Tolentino de Mendonça
impartió la X meditación inspirada en la “dicha de la Sed”.
Continuando
con sus reflexiones sobre “la ciencia de la sed”, el predicador destacó que del
tipo de escenografía que el evangelista Mateo presenta para el Sermón de la
Montaña, podemos deducir la intención de crear un paralelismo entre Jesús y la
figura de Moisés, entre la presentación de la ley antigua, el Decálogo, y el de
la nueva Ley, las Bienaventuranzas; ya que lo cierto es que las
Bienaventuranzas son más de que una ley: son en sí mismas un marcador audaz de
identidad. Más que una norma codificada, las Bienaventuranzas son una
configuración de la vida, “una verdadera llamada existencial”.
Las Bienaventuranzas: el
retrato más exacto de Jesús
El
sacerdote jesuita, profundiza más aún sobre la esencia de las Bienaventuranzas,
indicando que son probablemente el autorretrato más fascinante y más exacto de
Jesús.
En
cada uno de ellas es como si pudiéramos, ante todo, contemplar las líneas y
rasgos del rostro de Jesús; porque es exactamente así, como las
Bienaventuranzas lo describen, que lo hemos visto en medio de nosotros.
Así
es como lo reconocemos en nuestra puerta: pobre en espíritu, manso y
misericordioso, sediento; un hombre de paz, con hambre de justicia y con la
capacidad de recibir a todos, vibrante de alegría en el ser testigo de la
acción portentosa del Padre, sobre los últimos y los más pequeños de todos.
“Lo
vemos puro de corazón, lo opuesto al cinismo y a las defensas de la
autosuficiencia. Lo vemos transparente y auténtico en cada momento. Lo
reconocemos como el que rompe las paredes de la enemistad, acerca a los rivales
y a los que están alejados...construye siempre la paz”.
La Bienaventuranza que
nos salva
Por
otro lado, el Padre Tolentino recordó que Dios “está sediento” de que la vida
de sus criaturas sea una vida de bienaventuranza: Dios redime la vida y la pone
en el centro como el bien más precioso; y esto es lo que Jesús nos demuestra en
cada situación cuando va hacia los más desprotegidos, desamparados y
marginados, llama a la puerta de los “sin esperanza”, corre a alcanzar a los
que se han alejado.
Asimismo,
destaca que el método de Jesús es primero amarnos y darnos confianza: “Él no
nos presenta un contrato con cláusulas preliminares para salvarnos, no negocia
con cada uno, no nos pone condiciones”.
Los
que nos salva es su exceso de amor por nosotros: ésta es precisamente la
bienaventuranza que nos salva, “este asombro de amor suyo” que nos hace empezar
de nuevo, nos conduce hacia la verdad y nos llena de vida.
Mi sed es mi bendición
Y
tras hacer hincapié en cómo el Señor quiere nuestra salvación y sale a nuestro
encuentro “sediento de amor por nosotros”, el sacerdote jesuita añadió que
resulta urgente “redescubrir la dicha de la sed”.
Lo
peor para un creyente, es “estar saciado de Dios”. A veces, la rutina de las
expresiones de vida espiritual pueden convertirse en “una porción más que
suficiente para nosotros” y de esa forma, pasamos a ser unos conformistas, que
no desean ya más nada y nos decimos a nosotros mismos: “Ya he rezado lo
suficiente, ya he ofrecido mis sacrificios, ya he visitado la Iglesia, ect...”
Tal
vez hemos creado una imagen equivocada de lo que verdaderamente es la vida
cristiana. Creyente no es quien está saciado de Dios, sino que creyente es
quien tiene sed y hambre de Dios”, por lo que esa sed es al mismo tiempo
nuestra bendición.
La mirada de María nos
humaniza como hijos e Iglesia
La
meditación del predicador culmina con un guiño especial dedicado a María, Madre
de Dios, Madre nuestra y de toda la Iglesia.
Observado
que desde el origen de los tiempos, las madres velan por el cuidado de la
primera alimentación de sus hijos garantizando así su supervivencia, con un
amor incondicional y desinteresado; del mismo modo, María Madre, dirige su
mirada atenta permanentemente sobre nosotros, sus hijos, no sólo para cuidarnos
y protegernos, sino también para humanizarnos.
Sofía
Lobos - Ciudad del Vaticano
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