“Nos habéis despertado del
sueño de nuestra negligencia, para que no hagamos de Su sangre, del precio con
el que Él nos rescató, algo inútil”
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El icono más antiguo de la Anunciación, en las catacumbas de Santa Priscila |
Teodoro
Abu Qurra (755-830): monje en el desierto de Judea, obispo de Harrán. Nacido en
Edesa. Educado en un ambiente intelectual griego y siríaco. Un teólogo que
sigue la estela de Juan Damasceno… ¿Dónde radica una de sus mayores
originalidades?: Abu Qurra fue el primer teólogo cristiano que escribió
sobre la fe ortodoxa en árabe. Y lo hizo en un momento donde la mayoría lo
hacía en griego, siríaco y copto.
Sin
pretender realizar paralelismos históricos fáciles, la publicación de esta obra
resulta importante para obtener valiosas referencias en el contexto actual. No
sólo porque nos revela las figuras de cristianos en tierras del Corán, como lo
fue Teodoro Abu Qurra. Sino porque son parte de nuestra Tradición. Ejemplo de
vocación misionera en un contexto convulso de islamización. Inspiración para
nuestro mundo, en el que sentimos la frecuente tentación de encerrarnos en
nuestros propios guetos.
La
profesora de la Universidad de Munich, Rocío Daga Portillo, autora de la
traducción y estudio del Tratado sobre la Veneración de los iconos de
Abu Qurra, define su trayectoria fascinante en un mundo convulso, de debate
teológico y de un nuevo equilibrio de fuerzas entre identidades
político-religiosas.
En
un contexto de rápida islamización de los patriarcados de Alejandría, Antioquía
y Jerusalén, Abu Qurra recorrerá lugares “removiendo conciencias” entre paganos
y musulmanes. Y esto resulta crucial, ya que, en estos momentos, el sunismo
islámico estaba inmerso en un debate sobre qué era la Ley, si debía
identificarse plenamente con la Sunna (Tradición viva) y no con la Sharía
(código legal).
De
modo simultáneo, Abu Qurra defenderá la fe cristiana del Concilio de Calcedonia
-la del obispo de Roma- frente a sirios, armenios y orientales. También frente
a aquellos musulmanes que consideraban que los concilios ecuménicos
tergiversaban la fe, pues ésta sólo se encontraba en las Escrituras.
Sus
planteamientos influyeron en los teólogos musulmanes sunnitas y chiítas sobre
la transmisión de la Ley. Para los primeros, basada en la transmisión del Hadiz
(Tradición viva, dichos y hechos del Profeta). Para los segundos, con un perfil
más racionalista y filosófico (Mutazila).
A
petición de Anba Yannah, el Tratado fue escrito alrededor del
810, ante la continua presión ejercida por los musulmanes sobre las comunidades
cristianas de abandonar su costumbre de veneración de los iconos. Una
presión que venía ejerciéndose en el mundo bizantino, al menos desde el 721
cuando el califa al-Yazid II (687-724) ordenó a los cristianos la destrucción
de los iconos.
Tal
y como expresa la profesora Rocío Daga en su estudio introductorio: “el tema
central de la obra es la defensa de una tradición viviente frente a la
letra de la ley (…) una fe y una religión como experiencia anclada en
lo personal y en la vida de una comunidad” (cfr. p. 42 y 47). Esta
identificación de la Ley como experiencia viviente, le enfrentaba a aquellos
colectivos (musulmanes y judíos caraítas) que se aferraban a la Ley como
sinónimo de Ley Escrita, que excluye la experiencia de la comunidad.
En
este sentido, Abu Qurra confrontará la Ley islámica, no sólo en lo
referido a la veneración de imágenes sagradas, sino a una fe que se sustentaba
en un concepto reducido de la Ley, entendida como normativa desarrollada para
la organización de un imperio. Una Ley que se confundía e imponía a la Fe. Es
decir, más que abandonar una costumbre, Abu Qurra subraya el abandono de
la fe en Jesucristo “verdadera Imagen o Icono del Dios invisible”. Una
expresión pública y comunitaria, prohibida a los súbditos no musulmanes, con el
fin de reducirla a práctica privada. La prueba palpable de una Ley religiosa
impuesta y controlada por el Estado.
María Ángeles Corpas
Fuente:
Aleteia