3.000
personas en Madrid viven una vida sin: sin hogar, sin familia, sin
amigos. La Iglesia recuerda en estos días su situación e invita a todos a
considerar sus derechos
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Eugenio pasa las horas en una plaza del centro de Madrid
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«¿Esto
es para algún periódico ruso?», dice Eugenio antes de dar su consentimiento a
esta entrevista improvisada en medio de la calle. «No quiero que en Rusia sepan
que vivo así», explica, antes de contar cómo ha acabado viviendo así.
«Yo
trabajaba cortando troncos en mi país, en Siberia, abriendo caminos, y luego a
cortar árboles al norte de Portugal, un buen trabajo, todo en negro», recuerda.
El
trabajo se acabó y se fue unos meses a Vigo. «Era muy difícil», dice sin dar
más explicaciones. «Luego problemas de pasaporte, y luego a Madrid. Luego
problemas, problemas, problemas. Es la vida». A medida que pasa la
conversación, las palabras de Eugenio se enredan en un círculo cada vez más
inconexo de recuerdos y datos, como si le costara sacar a la luz de la memoria
el porqué de tanta soledad y tantas noches a la intemperie. «Es la vida»,
repite una y otra vez.
Dice
que ha pasado cuatro años durmiendo en el templo de Debod, buscándose la vida
durante el día descargando camiones en la plaza Mayor y colocando mesas y
sillas en terrazas de la Gran Vía. «Es la vida», dice de nuevo.
¿Comida?
«Madrid es Madrid, no hay problema», dice. ¿Amigos? «Mejor solo que mal
acompañado». ¿Dormir? «En un banco, templo de Debod. Difícil». Y no dice más.
Con la mirada perdida parece dar la conversación por terminada. «Es la vida»,
se despide.
Los invisibles
Como
Eugenio, son 3.000 las personas sin hogar que pueblan las calles de Madrid.
Para dar visibilidad a estos habitantes invisibles de la gran ciudad,
Cáritas y la Federación de Asociaciones de Centros para la Integración y Ayuda
a Marginados (FACIAM) han convocado en más de 30 ciudades de toda España un acto
público con el lema Somos personas, tenemos derechos. Nadie Sin Hogar. En
Madrid, este acto consistirá en una manifestación, este jueves a las 11 horas,
entre la puerta del Sol y la plaza de Ópera tras la que se leerá un manifiesto.
Para
Enrique Domínguez, responsable de Cáritas Española para esta campaña, «se
quiere poner en valor y sensibilizar sobre algo que puede parecer obvio, pero
que, en la realidad cotidiana, no lo es tanto: los derechos de las personas en
situación de sin hogar». Y se quiere hacer desde una triple vertiente: «hacer
visible las dificultades que se encuentran cada día, denunciar las
vulneraciones de derechos que sufren, y recordar que los derechos humanos
suponen una responsabilidad compartida».
«Os venís a casa»
Esta
responsabilidad se la toman en serio muchos hombres y mujeres de Iglesia, como
Ramón, un sacerdote de Madrid que acoge en su casa desde hace un año a una
familia de refugiados venezolanos. «Vinieron a verme un día a mi despacho, y
mientras les escuchaba veía a su espalda una imagen de la Inmaculada y otra de
Cristo. “Tienes que actuar”, sentí que me decían, y casi inmediatamente recordé
a san Martín de Porres, cuando metía en el convento a los pobres que llamaban a
su puerta. Al final les dije: “Os venís a casa”».
Poco
a poco se fueron creando lazos de amistad y compañerismo, y de este modo
llegaron las confidencias acerca de la vida que habían dejado atrás: «Nos han
contado que la situación en Venezuela es caótica, que los alimentos escasean,
que hay colas larguísimas solo para poder comprar lo básico… Lo que más
preocupaba a los padres era la situación de sus hijos y su futuro». Los hijos,
ya mayores, han conseguido un trabajo a tiempo parcial para poder continuar con
los estudios que se vieron obligados a abandonar en su tierra natal, algo en
cuyos trámites también ha ayudado el párroco.
Pero
no son los únicos. En el entorno de la parroquia ya se ha dado acogida a otras
siete familias de refugiados venezolanos, algo para lo que han contado con el
apoyo de toda la comunidad parroquial. «La parroquia es una casa familiar»,
explica Ramón. «Entre todos ponemos en práctica las palabras del Papa, de
tratar de probar nuestro amor no solo con palabras sino también con obras.
Entre todos compartimos nuestra vida con todo aquel que llama a nuestra puerta
buscando el calor del hogar, una ayuda que es especialmente generosa en Navidad
y en Cuaresma, los tiempos fuertes que tenemos para abrirnos a los demás»,
concluye Ramón.
Si no fuera por él…
Desde
el otro lado de la barrera habla Stelian, un rumano de 37 años que en el pasado
tuvo ocasión de comprobar la calidad de la Iglesia en Madrid. Hace 14 años,
Stelian llegó a la capital junto a dos amigos para buscarse la vida. En su
recorrido tuvo que dormir en fábricas, sobre colchones que habían sacado de la
basura. En Madrid durmieron entre cartones y plásticos, hasta que un día
encontraron un coche abandonado en la calle y empezaron a pasar las noches
dentro. Por las mañanas salían a buscar trabajo, luego comían con unas monjas,
y luego aparcaban coches cerca de un hospital para sacarse algo de dinero para
la comida…
Un
día entraron en una iglesia y encontraron calor: «Aquí nos calentábamos en el
invierno. Un día, el sacerdote, José María Calderón, delegado de Misiones de
Madrid, nos preguntó de dónde éramos y cuál era nuestra historia. Desde ahí,
poco a poco, nos hicimos amigos, nos llevaba a comer, y un día nos propuso
quedarnos a dormir en su casa. Cenábamos, dormíamos y desayunábamos con él, y
luego nos íbamos a buscar trabajo. Él nos metió en su casa, tenía un sofá y una
cama en su salón y vivíamos allí. Hasta que un día me ofreció trabajar como
sacristán en una iglesia de Madrid, y así llevo 14 años».
«Nos
hemos hecho amigos –explica Stelian–. Gracias a él he podido arreglar mi vida
aquí, y así he podido traer a mi mujer y a mi hermano. ¡Qué puedo decir! Gracias
a él estoy aquí. Él es incluso el padrino de mi hijo, y nos seguimos viendo de
vez en cuando. Comemos, hablamos, me confieso con él… Si no fuera por don José
María no estaría donde estoy. Él nos ayudó, nos dio comida y un lugar para
comer, y nos buscó un trabajo. No puedo más que dar las gracias. Y ahora yo
ayudo a otros. He metido algún pobre en casa, he dado comida a alguien que lo
necesitaba, porque sé lo que es ser inmigrante y no tener dinero», cuenta.
«Haced un hueco a los
pobres»
Esta
voluntad de acogida que va más allá del asistencialismo es «un imperativo que
nos hace salir de ese amor que, en muchas ocasiones, se manifiesta en palabras
pero que no acaba de dar el paso a hechos concretos», dijo el pasado sábado el
cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, durante la Eucaristía en la
catedral de la Almudena con la que concluían varios días de actividades con
motivo de la I Jornada Mundial de los Pobres convocada por el Papa Francisco.
El
purpurado agradeció al Santo Padre su estímulo a «reaccionar ante esta cultura
del descarte y del derroche», porque «quien tiene mucho, disfruta como sea; y,
a veces, los que no tienen nada quedan al margen», y animó a todos a hacer suya
«la cultura del encuentro de la que nos habla el Papa tantas veces», que «es la
cultura de los cristianos: no hay otra cultura, es la que inicia Jesucristo».
El
Señor, cuando vino a este mundo, aseguró el arzobispo de Madrid, «se juntó con
nosotros y, especialmente, con los que más le necesitaban: lisiados,
paralíticos, enfermos, pobres que no tenían que llevarse a su estómago nada»,
por lo que pidió a todos: «acercaos a los pobres, sentaos a la mesa y dejad que
os evangelicen. Haced un hueco, un sitio, para los pobres, como Jesús».
Juan
Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fuente:
Alfa y Omega