¿Por qué la Iglesia
Católica no acepta la ordenación sacerdotal de las mujeres? ¿No es esto una
discriminación que ya han superado algunas confesiones como el Anglicanismo? La
actitud de Cristo ¿no debe ser entendida, acaso, como propia de su tiempo y ya
caducada?
El problema de la admisión de las mujeres al sacerdocio ministerial es uno de
los problemas más candentes en los países con tradición anglicana y allí donde
los autores del progresismo católico han tenido o tienen fuerza particular.
Así, por ejemplo, E. Schillebeeckx O.P. dice: “...Las mujeres... no tienen
autoridad, no tienen jurisdicción. Es una discriminación... La exclusión de las
mujeres del ministerio es una cuestión puramente cultural que ahora no tiene
sentido. ¿Por qué las mujeres no pueden presidir la eucaristía? ¿Por qué no
pueden recibir la ordenación? No hay argumentos para oponerse al sacerdocio de
las mujeres... En este sentido, estoy contento de la decisión [de la Iglesia
anglicana] de conferir el sacerdocio también a las mujeres, y, en mi opinión,
se trata de una gran apertura para el ecumenismo, más que de un obstáculo,
porque muchos católicos van en la misma dirección” (1).
Por el contrario, el Magisterio católico ha mantenido de forma firme e
invariable, la negativa sobre la posibilidad de la ordenación femenina, y esto
en documentos de carácter definitivo (2).
¿Cuál es el motivo último por el que la mujer no puede acceder al sacerdocio
ministerial?
1. A partir de la Tradición
El Magisterio apela a la Tradición, entendida no como “costumbre antigua” sino
como garantía de la voluntad de Cristo sobre la constitución esencial de su
Iglesia (y sacramentos). Esta Tradición se ve reflejada en tres cosas: la
actitud de Cristo, la de sus discípulos y el Magisterio; veamos cada una de
ellas señalando también las principales objeciones que suelen plantearse al respecto.
1) La actitud de Jesucristo. Históricamente Jesucristo no llamó a
ninguna mujer a formar parte de los doce. En esto debe verse una voluntad
explícita, pues podía hacerlo y manifestar con ello su voluntad. Jesucristo
debía prever que al tomar la actitud que tomó, sus discípulos la interpretarían
como que tal era su voluntad.
Objeción. La objeción más común es que Jesucristo obró de este modo para
conformarse con los usos de su tiempo y de su ambiente (el judaísmo) en el que
las mujeres no desempeñaban actividades sacerdotales.
Respuesta. Precisamente respecto de la mujer, Jesucristo no se atuvo a los usos
del ambiente judío. Entre los judíos rígidos, las mujeres sufrían ciertamente
una severa discriminación desde el momento de su nacimiento, que se extendía
luego a la vida política y religiosa de la nación. “¡Ay de aquél cuya
descendencia son hembras!”, dice el Talmud. Tristeza y fastidio causaba el
nacimiento de una niña; y una vez crecida no tenía acceso al aprendizaje de la
Ley. Dice la Mishná: “Que las palabras de la Torá (Ley) sean destruidas por el
fuego antes que enseñársela a las mujeres... Quien enseña a su hija la Torá es
como si le enseñase calamidades”. Las mujeres judías carecían frecuentemente de
derechos, siendo consideradas como objetos en posesión de los varones. Un judío
recitaba diariamente esta plegaria: “Bendito sea Dios que no me hizo pagano;
bendito sea Dios que no me hizo mujer; bendito sea Dios que no me hizo
esclavo”.
Por eso la actitud de Jesús respecto de la mujer contrasta fuertemente con la
de los judíos contemporáneos, hasta un punto tal que sus apóstoles se llenaron
de maravilla y estupor ante el trato que les brindaba (cf. Jn 4,27). Así:
–conversa públicamente con la samaritana (cf. Jn 4,27)
–no toma en cuenta la impureza legal de la hemorroísa (cf. Mt 9,20-22)
–deja que una pecadora se le acerque en casa de Simón el fariseo e incluso que
lo toque para lavarle los pies (cf. Lc 7,37)
–perdona a la adultera, mostrando de este modo que no se puede ser más severo
con el pecado de la mujer que con el del hombre (cf. Jn 8,11)
–toma distancia de la ley mosaica para afirmar la igualdad de derechos y
deberes del hombre y la mujer respecto del vínculo matrimonial (cf. Mt 19,3-9;
Mc 10,2-11).
–se hace acompañar y sostener en su ministerio itinerante por mujeres (cf. Lc
8,2-3)
–les encarga el primer mensaje pascual, incluso avisa a los Once su
Resurrección por medio de ellas (cf. Mt 28,7-10 y paralelos).
Esta libertad de espíritu y esta toma de distancia son evidentes para mostrar
que si Jesucristo quería la ordenación ministerial de las mujeres, los usos de
su pueblo no representaban un obstáculo para Él.
2) Actitud de los Apóstoles. Los apóstoles siguieron la praxis de
Jesús respecto del ministerio sacerdotal, llamando a él sólo a varones. Y esto
a pesar de que María Santísima ocupaba un lugar central en la comunidad de los
primeros discípulos (cf. Act 1,14). Cuando tienen que cubrir el lugar de Judas,
eligen entre dos varones.
Objeción 1. Puede ponerse la misma objeción: también los apóstoles se atuvieron
a las costumbres de su tiempo.
Respuesta. La objeción tiene menos valor que en el caso anterior, porque apenas
los apóstoles y San Pablo salieron del mundo judío, se vieron obligados a
romper con las prácticas mosaicas, como se ve en las discusiones paulinas con
los judíos. Ahora bien, a menos que tuvieran en claro la voluntad de Cristo, el
ambiente nuevo en que comenzaron a moverse los tendría que haber inducido al
sacerdocio femenino, pues en el mundo helenístico muchos cultos paganos estaban
confiados a sacerdotisas.
Su actitud tampoco puede deberse a desconfianza o menosprecio hacia la mujer,
pues los Hechos Apostólicos demuestran con cuanta confianza San Pablo pide,
acepta y agradece la colaboración de notables mujeres:
–Las saluda con gratitud y elogia su coraje y piedad (cf. Rom 16,3-12; Fil 4,3)
–Priscila completa la formación de Apolo (cf. Act 18,26)
–Febe está al servicio de la iglesia de Cencre (cf. Rom 16,1)
–Otras son mencionadas con admiración como Lidia, etc.
Pero San Pablo hace una distinción en el mismo lenguaje:
–cuando se refiere a hombres y mujeres indistintamente, los llama “mis
colaboradores” (cf. Rom 16,3; Fil 4,2-3)
–cuando habla de Apolo, Timoteo y él mismo, habla de “cooperadores de Dios” (cf.
1 Cor 3,9; 1 Tes 3,2).
Objeción 2. Las disposiciones apostólicas y especialmente paulinas son claras,
pero se trata de disposiciones que ya han caducado, como lo hecho otras, por
ejemplo: la obligación para las mujeres de llevar el velo sobre la cabeza (cf.
1 Cor 11,2-6), de no hablar en la asamblea (cf. 1 Cor 14,34-35; 1 Tim 2,12),
etc.
Respuesta. Como es evidente, el primer caso (el velo femenino) se trata de
prácticas disciplinares de escasa importancia, mientras que la admisión al
sacerdocio ministerial no puede ponerse en la misma categoría. En el segundo
ejemplo, no se trata de “hablar” de cualquier modo, porque el mismo San Pablo
reconoce a la mujer el don de profetizar en la asamblea (cf. 1 Cor 11,5); la
prohibición respecta a la “función oficial de enseñar en la asamblea
cristiana”, lo cual no ha cambiado, porque en cuanto tal, sólo toca al Obispo.
3) Actitud de los Padres, la Liturgia y del Magisterio. Cuando
algunas sectas gnósticas heréticas de los primeros siglos quisieron confiar el
ministerio sacerdotal a las mujeres, los Santos Padres juzgaron tal actitud
inaceptable en la Iglesia. Especialmente en los documentos canónicos de la
tradición antioquena y egipcia, esta actitud viene señalada como una obligación
de permanecer fiel al ministerio ordenado por Cristo y escrupulosamente
conservado por los apóstoles (3).
2. A la luz de la teología sacramental
La argumentación central es la anteriormente reseñada; podemos, sin embargo,
acceder a otra vía argumentativa que pone más en evidencia que, la tradición
que se remonta a Cristo no es una mera disposición disciplinar sino que tiene
una base ontológica, es decir, se apoya en la misma estructura de la Iglesia y
del sacramento del Orden. Los dos argumentos que damos a continuación apelan al
simbolismo sacramental.
1) El sacerdocio ministerial es signo sacramental de Cristo Sacerdote.
El sacerdote ministerial, especialmente en su acto central que es el Sacrificio
Eucarístico, es signo de Cristo Sacerdote y Víctima. Ahora bien, la mujer no es
signo adecuado de Cristo Sacerdote y Víctima, por eso no puede ser sacerdote
ministerial.
En efecto, los signos sacramentales no son puramente convencionales. La
economía sacramental está fundada sobre signos naturales que representan o
significan por una natural semejanza: así el pan y el vino para la Eucaristía
son signos adecuados por representar el alimento fundamental de los hombres, el
agua para el bautismo por ser el medio natural de limpiar y lavar, etc. Esto
vale no sólo para las cosas sino también para las personas. Por tanto, si en la
Eucaristía es necesario expresar sacramentalmente el rol de Cristo, sólo puede
darse una “semejanza natural” entre Cristo y su ministro si tal rol es
desempeñado por un varón (4).
De hecho, la Encarnación del Verbo ha tenido lugar una Persona de sexo
masculino. Es una cuestión de hecho que tiene relación con toda la teología de
la creación en el Génesis (la relación entre Adán y Eva; Cristo como nuevo
Adán, etc.) y que, si alguien no está de acuerdo con ella o con su
interpretación, de todos modos se enfrenta con el hecho innegable de la
masculinidad del Verbo encarnado. Si se quiere, por tanto, tendrá que
discutirse el por qué Dios se encarna en un varón y no en una mujer; pero
partiendo del hecho de que así fue, no puede discutirse que sólo un varón
representa adecuadamente a Cristo-varón.
Objeción 1. La objeción de los anglicanos proclives a la ordenación femenina es
que, según ellos, lo fundamental de la encarnación no es que Cristo se haya
hecho varón sino que se haya hecho “hombre”. Por tanto, no es tanto el varón
quien representa adecuadamente a Cristo sino el “ser humano” en cuanto tal.
Respuesta. El problema de la objeción consiste en un insuficiente concepto de
lo que se denomina, en la teología sacramental, “representación adecuada”. Los
signos sacramentales tienen que guardar una representación adecuada, es decir,
lo más específica posible. Desde este punto de vista, el “ser humano”
(varón-mujer) es una representación adecuada de Cristo pero en su sacerdocio
común (el sacerdocio común de los fieles), no de Cristo en su Sacerdocio
ministerial de la Nueva Alianza. El “ser humano” representa adecuadamente al
Verbo hecho carne, pero representa sólo genérica y borrosamente a Cristo
sacerdote. De hecho, el carácter sacerdotal (ministerial) es una
subespecificación del carácter general cristiano que viene dado a todo hombre
(varón y mujer) por el bautismo.
Objeción 2. Cristo está ahora en la condición celestial, por lo cual es
indiferente que sea representado por un varón o por una mujer, ya que “en la
resurrección no se toma ni mujer ni marido” (Mt 22,30).
Respuesta. Este texto (Mt 22,30) no significa que la glorificación de los
cuerpos suprima la distinción sexual, porque ésta forma parte de la identidad
propia de la persona. La distinción de los sexos y por tanto, la sexualidad
propia de cada uno, es voluntad primordial de Dios: “varón y mujer los creó”
(Gn 1,27).
2) El simbolismo nupcial. Cristo es presentado en la Sagrada
Escritura como el Esposo de la Iglesia. De hecho en Él se plenifican todas las
imágenes nupciales del Antiguo Testamento que se refieren a Dios como Esposo de
su Pueblo Israel (cf. Os 1-3; Jer 2, etc.). Esta caracterización es constante
en el Nuevo Testamento:
–en San Pablo: 2 Cor 11,2; Ef 5,22-33
–en San Juan: Jn 3,29; Ap 19,7.9
–en los Sinópticos: Mc 2,19; Mt 22,1-14
Ahora bien, esto resalta la función masculina de Cristo respecto de la función
femenina de la Iglesia en general. Por tanto, para que en el simbolismo
sacramental, el sujeto que hace de materia del sacramento del Orden (que
representa a Cristo), y luego el sujeto que hace de ministro de la Eucaristía
(que obra “in persona Christi”) sea un signo adecuado, tiene que ser un varón.
Objeción. El sacerdote también representa a la Iglesia, la cual tiene un rol
pasivo respecto de Cristo. Ahora bien, la mujer puede representar adecuadamente
a la Iglesia; entonces también puede ser sacerdote.
Respuesta. Es verdad que el sacerdote también representa a la Iglesia y que
esto podría ser desenvuelto por una mujer. Pero el problema es que no sólo
representa a la Iglesia sino también a Cristo y que esto, por todo cuanto hemos
dicho, no puede representarlo una mujer. Por tanto, el varón puede representar
ambos aspectos, pero la mujer sólo uno, el cual no es el propiamente
sacerdotal.
3. Conclusión
Los errores principales giran en torno a dos problemas. El primero es no
concebir adecuadamente el sacerdocio sacramental, confundiéndolo con el
sacerdocio común de los fieles. El segundo, es dejarse llevar por los
prejuicios que ven en el sacerdocio ministerial una discriminación de la mujer
y paralelamente un enaltecimiento del varón en detrimento de la mujer; es una
falta de óptica: en la Iglesia católica, el sacerdocio ministerial es un servicio
al Pueblo de Dios y no una cuestión aristocrática; es más, esto último es
precisamente, un abuso del sacerdocio ministerial semejante al que contaminó el
fariseísmo y saduceísmo de los tiempos evangélicos. Finalmente, los más grandes
en el Reino de los Cielos no son los ministros sino los santos; y –excluida la
humanidad de Cristo– la más alta de las creaturas en honor y santidad, la
Virgen María, no fue revestida por Dios de ningún carácter sacerdotal.
Por: P. Miguel Ángel Fuentes, V.E.
