La reconciliación no es una palabra abstracta; si eso fuera así, sólo traería esterilidad, más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto
El
Papa Francisco en su tercer día de visita apostólica a Colombia, ha celebrado
en el terreno de Catama la Santa Misa y beatificación de los Siervos
de Dios, el Obispo Jesús Emilio Jaramillo Monsalve y el sacerdote Pedro María
Ramírez Ramos, en la memoria litúrgica de la Natividad de la Virgen María.
En
su homilía cuyo título fue: “Reconciliarse en Dios, con los colombianos y con
la creación”, el Santo Padre iluminó sus palabras afirmando que “María es el
primer resplandor que anuncia el final de la noche y, sobre todo, la
cercanía del día”, animando a Colombia a dejar atrás un pasado lleno de luces
pero también de muchas oscuridades.
El
Santo Padre partiendo de la reflexión del Evangelio de la Genealogía de Jesús,
con la mirada puesta en la realidad de Colombia dijo: “Este pueblo de Colombia
es pueblo de Dios; también aquí podemos hacer genealogías llenas de historias,
muchas de amor y de luz; otras de desencuentros, agravios, también de muerte”.
Y nuevamente el Papa les animó a dar el primer paso, reflexionando sobre el
significado auténtico de la reconciliación: "Reconciliarse es abrir una
puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática
realidad del conflicto. A vencer la tentación de la venganza, sin esperar que
lo hagan los otros”.
Como
ejemplo de reconciliación para Colombia el Papa presentó a los dos nuevos
beatos, el Obispo Mons. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Obispo de Arauca,
y el sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, mártir de Armero, “ellos son
expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el
rencor”.
Finalizó
el Papa su homilía reflexionando como “la violencia que hay en el corazón
humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de
enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes” (cf. Carta enc. Laudato si’, 2). De esta manera animó a los
colombianos a “decir sí a la reconciliación; -un- sí que incluya también a
nuestra naturaleza –dijo- … Nos toca decir sí como María y cantar con
ella las «maravillas del Señor» (Juan Carlos Velarde Gonzalez para Radio
vaticana)
Texto
completo de la Homilía del Papa en Villavicencio: «Reconciliarse en Dios,
con los Colombianos y con la creación»
Viernes,
8 de septiembre de 2017
¡Tu
nacimiento, Virgen Madre de Dios, es el nuevo amanecer que ha anunciado la
alegría a todo el mundo, porque de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro
Dios! (cf. Antífona del Benedictus). La festividad del nacimiento de María
proyecta su luz sobre nosotros, así como se irradia la mansa luz del amanecer
sobre la extensa llanura colombiana, bellísimo paisaje del que Villavicencio es
su puerta, como también en la rica diversidad de sus pueblos indígenas.
María
es el primer resplandor que anuncia el final de la noche y, sobre todo, la
cercanía del día. Su nacimiento nos hace intuir la iniciativa amorosa, tierna,
compasiva, del amor con que Dios se inclina hasta nosotros y nos llama a una
maravillosa alianza con Él que nada ni nadie podrá romper.
María
ha sabido ser transparencia de la luz de Dios y ha reflejado los destellos de
esa luz en su casa, la que compartió con José y Jesús, y también en su pueblo,
su nación y en esa casa común a toda la humanidad que es la creación.
En
el Evangelio hemos escuchado la genealogía de Jesús (cf. Mt 1,1-17), que no es
una simple lista de nombres, sino historia viva, historia de un pueblo con el
que Dios ha caminado y, al hacerse uno de nosotros, nos ha querido anunciar que
por su sangre corre la historia de justos y pecadores, que nuestra salvación no
es una salvación aséptica, de laboratorio, sino concreta, de vida que camina.
Esta larga lista nos dice que somos parte pequeña de una extensa historia y nos
ayuda a no pretender protagonismos excesivos, nos ayuda a escapar de la
tentación de espiritualismos evasivos, a no abstraernos de las coordenadas
históricas concretas que nos toca vivir. También integra en nuestra historia de
salvación aquellas páginas más oscuras o tristes, los momentos de desolación y
abandono comparables con el destierro.
La
mención de las mujeres —ninguna de las aludidas en la genealogía tiene la
jerarquía de las grandes mujeres del Antiguo Testamento— nos permite un
acercamiento especial: son ellas, en la genealogía, las que anuncian que por
las venas de Jesús corre sangre pagana, las que recuerdan historias de
postergación y sometimiento. En comunidades donde todavía arrastramos estilos
patriarcales y machistas es bueno anunciar que el Evangelio comienza subrayando
mujeres que marcaron tendencia e hicieron historia.
Y
en medio de eso, Jesús, María y José. María con su generoso sí permitió que
Dios se hiciera cargo de esa historia. José, hombre justo, no dejó que el
orgullo, las pasiones y los celos lo arrojaran fuera de esta luz. Por la forma
en que está narrado, nosotros sabemos antes que José lo que ha sucedido con
María, y él toma decisiones mostrando su calidad humana antes de ser ayudado
por el ángel y llegar a comprender todo lo que sucedía a su alrededor. La nobleza
de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en
este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es
patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no
teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María.
Y, en su duda por cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su
juicio.
Este
pueblo de Colombia es pueblo de Dios; también aquí podemos hacer genealogías
llenas de historias, muchas de amor y de luz; otras de desencuentros, agravios,
también de muerte. ¡Cuántos de ustedes pueden narrar destierros y
desolaciones!, ¡cuántas mujeres, desde el silencio, han perseverado solas y
cuántos hombres de bien han buscado dejar de lado enconos y rencores, queriendo
combinar justicia y bondad! ¿Cómo haremos para dejar que entre la luz? ¿Cuáles
son los caminos de reconciliación? Como María, decir sí a la historia completa,
no a una parte; como José, dejar de lado pasiones y orgullos; como Jesucristo, hacernos
cargo, asumir, abrazar esa historia, porque ahí están ustedes, todos los
colombianos, ahí está lo que somos y lo que Dios puede hacer con nosotros si
decimos sí a la verdad, a la bondad, a la reconciliación. Y esto sólo es
posible si llenamos de la luz del Evangelio nuestras historias de pecado,
violencia y desencuentro.
La
reconciliación no es una palabra abstracta; si eso fuera así, sólo traería
esterilidad, más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada
una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando
las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en
los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz. Es
necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección, sin
esperar que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya
esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona! Esto no significa
desconocer o disimular las diferencias y los conflictos. No es legitimar las injusticias
personales o estructurales.
El
recurso a la reconciliación no puede servir para acomodarse a situaciones de
injusticia. Más bien, como ha enseñado san Juan Pablo II: «Es un encuentro
entre hermanos dispuestos a superar la tentación del egoísmo y a renunciar a
los intentos de pseudo justicia; es fruto de sentimientos fuertes, nobles y
generosos, que conducen a instaurar una convivencia fundada sobre el respeto de
cada individuo y de los valores propios de cada sociedad civil» (Carta a los
obispos de El Salvador, 6 agosto 1982). La reconciliación, por tanto, se
concreta y consolida con el aporte de todos, permite construir el futuro y hace
crecer la esperanza. Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de
reconciliación será un fracaso.
El
texto evangélico que hemos escuchado culmina llamando a Jesús el Emmanuel, el
Dios con nosotros. Así es como comienza, y así es como termina Mateo su
Evangelio: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos»
(28,21). Esa promesa se cumple también en Colombia: Mons. Jesús Emilio
Jaramillo Monsalve, Obispo de Arauca, y el sacerdote Pedro María Ramírez Ramos,
mártir de Armero, son signo de ello, expresión de un pueblo que quiere salir
del pantano de la violencia y el rencor.
En
este entorno maravilloso, nos toca a nosotros decir sí a la reconciliación; que
el sí incluya también a nuestra naturaleza. No es casual que incluso sobre ella
hayamos desatado nuestras pasiones posesivas, nuestro afán de sometimiento. Un
compatriota de ustedes lo canta con belleza: «Los árboles están llorando, son
testigos de tantos años de violencia. El mar está marrón, mezcla de sangre con
la tierra» (Juanes, Minas piedras). La violencia que hay en el corazón humano,
herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que
advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes (cf.
Carta enc. Laudato si’, 2). Nos toca decir sí como María y cantar con ella las
«maravillas del Señor», porque como lo ha prometido a nuestros padres, auxilia
a todos los pueblos y a cada pueblo, auxilia a Colombia que hoy quiere
reconciliarse y a su descendencia para siempre.
Fuente: Radio Vaticano