Sor Milagros
Mateos López, misionera Hija de la Caridad, relata su experiencia en Camerún,
donde lleva 37 años al servicio de los más necesitados a quienes lleva el mensaje
de la salvación
Sor
Milagros Mateos López tiene 78 años y es natural del Rincón de Beniscornia
(Murcia, España); es Hija de la Caridad y misionera en Camerún, a donde llegó
el 18 de mayo de 1980.
Cada
tres años vuelve a su tierra para pedir ayuda a instituciones y regresar a
África con las fuerzas renovadas. Su testimonio nos traslada hasta la cálida
tierra camerunesa y nos sumerge en el espíritu de servicio a los que menos
tienen.
Testimonio de Sor
Milagros
La
misión principal es el servicio, vamos siempre con un objetivo y nos preparamos
para ello. Yo enfoqué mi misión a la sanidad. Me hice matrona para ser más útil
al pueblo africano. Sabía que en eso iba a ser necesaria, me preparé en ese
terreno y estuve 25 años en una maternidad y allí vinieron al mundo todos los
niños que Dios quiso (comenta entre risas la religiosa).
También
tuve que atender todos los abortos que había espontáneos y provocados. Fue ahí
donde tuvimos una acción muy importante como Iglesia, porque nos integramos en
el movimiento pro-vida y dimos formación en la universidad, sobre la vida y el
amor. Para mí lo más bonito es que he ayudado, con la gracia de Dios, a dar
hijos al mundo.
He
dedicado mi vida a la sanidad sobre todo, pero ahora, en mi jubilación, estoy
en un centro de jóvenes agricultores. Nuestro fundador, San Vicente de Paul,
dijo que las Hijas de la Caridad no teníamos jubilación y eso se ve cada día.
Los jóvenes agricultores son maravillosos, tienen mucha inquietud de aprender,
de superación y de promoción. A ellos les doy clases de ética cristiana
enfocada a la sexualidad. Les motivo diciéndoles: ‘tú has sido creado por Dios
y Dios es sumamente inteligente, luego tú eres una persona inteligente’; y
ellos se ponen orgullosos.
Aceptan
a las religiosas, aceptan a las Hijas de la Caridad y aceptan el mensaje
evangélico que les llevamos. Pero no todo es bueno. Lo más difícil que se vive
allí es la convivencia con las tradiciones.
Algunas
son muy complicadas de comprender y no las hemos podido impedir y eso nos
sobrepasa. Es lo más duro. Cuando te encuentras delante de una tradición, como
por ejemplo que van a envenenar a una persona porque así lo dicen sus ‘normas’
y tú no puedes hacer nada, porque la tradición para ellos es más fuerte que el
Evangelio. Todo esto genera un dualismo, por ejemplo por la mañana van a la
Misa y por la tarde van a la tradición, convencidos y eso es duro.
A
Murcia vengo cada tres años y estoy aquí tres meses. Voy a empresas a pedir
comida; voy al delegado de Misiones a contarle como van las cosas; a Manos
Unidas a pedirles ayuda; motivo a los amigos de Murcia, porque el apoyo moral también
nos hace falta. La familia también se alegra de verme con esta ilusión y con
esta vejez (ríe).
Cuando
vamos a tierra de misión no vamos a hacer cosas, vamos para evangelizar.
Tenemos que convencernos de que la persona que va a tierra de misión tiene que
llevar a Dios, tiene que evangelizar, ya sea por la sanidad, la enseñanza, por
el servicio… no importa cómo pero tenemos que hablar de Cristo y llevar la
salvación que Él nos da.
Fuente:
Odisur/InfoCatólica