Si sigo a Jesús encontraré siempre agua para calmar
mi sed
Mi vida no puede ser igual estando con Jesús que estando sin Él.
Es eso lo que dice: “El que encuentre su vida
la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará”. El que sale de
su casa, de sus cosas, de su corazón estrecho. Aquel que renuncia a sus modos
de vivir pequeños, a sus formas arraigadas en el alma, a sus deseos más hondos,
por amor a Dios, encontrará la vida de verdad. Una vida en libertad.
Las paradojas de la vida cristiana siempre me tocan. Perder
la vida para ganarla. Tomar la cruz para ser libre. Morir para tener vida
eterna. Dar para recibir a manos llenas. Atarme para vivir en libertad, sin
cadenas.
Pienso que es verdad, nunca he
tenido tanto como cuando tenía poco que perder. Y nunca he sido tan feliz como
cuando me he dado a los demás por encima de mis límites. Nunca fui tan libre
como cuando me até a Jesús para siempre. Seguirlo a Él es optar por algo más
grande que mi vida. Quiero elegir de nuevo. Quiero vivir de una forma diferente.
A menudo me encuentro con
personas que me dicen que no encuentran su lugar. Tal vez se buscan a ellos
mismos diciendo que buscan a Dios. No lo sé. Jesús me promete, se lo promete a
sus amigos, que perder la vida por amor a Él es encontrar el verdadero sentido
de la vida. Y ese es el tesoro escondido en el campo por el que merece la pena
darlo todo.
¿Qué significa para mí perder
la vida, hoy, en lo concreto? ¿No es verdad que a veces
siento que mi vida no tiene sentido, que me falta algo, que otros son más
plenos que yo en su camino? Los miro y deseo sus vidas.
O me comparo y no me veo tan feliz. Quiero perder mi vida para ganarla.
Jesús sabe lo que hay en mi
alma. Y lo que me dice es que siga su camino, que no me complique la vida
dándole vueltas a las cosas. Me dice que si lo sigo a Él encontraré siempre agua para calmar mi sed. Me dice que
merece la pena perder el corazón por amor a otros. Que sólo cuando doy recibo y
sólo cuando pierdo gano. ¡Qué paradoja! Tal vez todo tiene que ver con la misma
paradoja del amor.
Leía el otro día: “Perder el equilibrio por el
amor a veces es parte de una vida equilibrada”. El que ama
es capaz de perder tantas cosas por amor. Renuncia a la paz que antes tenía. Y
es capaz de hacer locuras de amor por la persona amada.
Dice una canción de J. Legend: “Dame tu todo a mí. Te daré mi todo. Eres mi
principio y mi final, incluso cuando pierdo estoy ganando. Porque yo te doy
todo de mí y tú me das todo de ti”.
Un amor equilibrado no existe.
Lo doy todo. Me lo dan todo. El amor me rompe por dentro. Me saca de
la tranquilidad protegida que tengo cuando no amo. Hoy Jesús me pide que pierda
la vida por Él. Me parece que tiene que ver con mi amor.
Muchas veces no soy capaz de
perder nada por Él. Y quizás no lo amo tanto como yo mismo quisiera. Me da pena
no ser más generoso. Me aburgueso en mi forma de
vivir la vida. No amo a Dios hasta el extremo. Y por eso no estoy dispuesto a
perderlo todo por Él.
El que pierde gana. El que
retiene pierde. Yo busco retener, conservar, guardar. Y al final acabo
perdiéndolo todo. Me siento pobre. Me quedo vacío. ¿Qué estoy dispuesto a
perder para ganar la vida verdadera? Mi fama, mi nombre, mis seguros, mis
vínculos, mis raíces. Esa invitación tiene fuerza en mi alma. Tal vez estoy muy
aferrado a mis deseos.
Jesús me quiere por encima de
todo eso. Me quiere a mí con un corazón libre. Y
sé que cuando pierdo y lo entrego todo, en realidad estoy ganando.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia