Gestos para una oración
más sentida
“Vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo que habita en vosotros, y que habéis
recibido de Dios. Glorificad, pues, a Dios con vuestro cuerpo” (1Cor
6, 19-20)
Estamos
poco acostumbrados a utilizar el cuerpo para expresar nuestra oración. Y no es
que nosotros tengamos un cuerpo, es que ¡somos cuerpo! A Dios se puede ir
también con nuestra corporalidad. A veces, se gana mucho en la oración si el
cuerpo también nos acompaña en este encuentro.
El
padrenuestro es la oración de Jesús. La experiencia de rezarlo con todo nuestro
cuerpo puede ser muy rica si se practica con libertad y con apertura. Se puede
rezar así:
Padre nuestro que estás en
el cielo.
(A
la vez que se habla se alzan los brazos como para encontrarnos con nuestro
Padre. No es que lo busquemos en las alturas. Dios está en todas partes pero
hacemos, en realidad, un gesto de ascender buscando también nuestro origen, que
siempre esta como “más allá” de nosotros. De Dios somos. A él evocamos,
invocamos y tendemos).
Santificado sea tu Nombre…
(Se
cruzan, al decirlo, las manos en el pecho. Se respira en él la vida que bulle
en nuestro ser y allí se santifica su presencia cercana).
Venga a nosotros tu Reino…
(Se
ponen los brazos en cruz, abiertos y desarmados, esperando el reino sin
barreras ni trabas, sin resistencia ni obstáculos. Con ganas y en una auténtica
actitud de acoger, de abrazar, de encontrar…, todo lo que la vida nos vaya
dando. En disposición indefensa de auténtica apertura. Sin nada que nos impida
la acogida del Reino).
Hágase tu voluntad en la
tierra…
(De
rodillas, se toca con el dorso de las manos la tierra, el suelo. Sabedores de
que la tierra soy yo. De que en mi tierra, en mi vida, (así como es ahora) se
tiene que cumplir su ley y su voluntad. En esta tierra concreta se tiene que
hacer patente el programa de vida que él desea para mí. Su voluntad y no la
mía. En cl suelo, doblada la rodilla, así como mi voluntad. Todo lo que recite
debe hacerse desde abajo. Abajarse ante la vida para no resistirla. Asumirla
desde lo bajo para no dañarme. Para que yo no me enorgullezca de nada. Para
reconocer, en el gesto, que él es el Rey y Señor, mi Dios y mi creador. Y yo me
abajo paca dejar mi orgullo que hace rígida mi vida. Y me pongo de rodillas
para acoger con amor y sumisión su voluntad. Para no sufrir más la violencia de
la resistencia, de la queja y del porqué).
Como en el cielo…
(En
la misma postura de rodillas, se elevan los brazos, como queriendo tocar el
cielo con ellos).
Danos hoy nuestro pan de
cada día…
(De
rodillas se ponen las manos juntas, una encima de la otra y extendidas hacia
afuera en un gesto de pobreza. Las manos han de estar vacías para pedir. Hay
que haberlo dado todo antes para pedir más. Sería necio pedir con las manos
ocupadas, porque así nada se nos dará.
Pedimos
el pan de todo aquello que alimenta: ternura, cariño, comprensión… Un pan
nuestro de cada día para ponerlo en la mesa, para que los nuestros se alimenten
también de él. Un pan que dé comida de amor a los que nos rodean. El pan está
para ponerlo sobre la mesa y que vaya «rodando» por todas las manos. Asequible
a todos. Un pan para compartir con los de casa como alimento principal del
día).
Perdona nuestras ofensas…
(También
de rodillas, se inclina el cuerpo hasta tocar con la frente el suelo y sentir
la necesidad de ser perdonados en todo aquello que necesitemos).
Como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden…
(Se
abren, a continuación de sentir nuestro perdón, los brazos a la derecha,
izquierda… como si en ese gesto pudiéramos abrazar a todos. Es un acto de
reconciliación con todos, con la creación entera).
No nos dejes caer en la
tentación…
(De
pie, con los brazos protegiendo la cara, se adelanta un pie al otro para buscar
una postura de fuerza y estabilidad para que los empujones no nos derriben.
Sabiendo que es Dios quien nos está protegiendo desde el exterior y que nuestra
fuerza esta en él).
Y líbranos del mal…
(Se
levantan los dos brazos, como si se sostuviera entre ellos un cáliz, v se
mantienen así, como queriendo ofrecerlo todo a Dios. Cuando se sube el cáliz de
nuestra vida como ofrenda ya no nos puede dañar nada. Todo está bien si es
ofrecido y todo cobra un significado positivo. Todo lo ofrecido es bueno).
Amén
(Los
brazos se dejan caer en una actitud de descanso, a lo largo del cuerpo. Cuando
se reza con el corazón, el hombre encuentra sentido a su “amén” y descansa
sereno en actitud de abandono. Sabe que es querido, perdonado, protegido,
escuchado…. y descansa sereno. Es así como tenemos que sentirnos después de
estar con Dios).
Artículo publicado originalmente por los Dominicos de
España
Fuente:
Aleteia